ESPECTáCULOS
Un muy calculado tour al infierno
› Por Luciano Monteagudo
Cinco años atrás, con su primer largometraje, Solo contra todos, Gaspar Noé se dio a conocer con uno de los films más brutales que haya dado el cine en mucho tiempo. Se trataba de una suerte de viaje al fin de la noche, la posibilidad de sumergirse en los pensamientos más recónditos de un carnicero desempleado y ávido de venganza, una venganza ciega e indeterminada contra un mundo –todo el mundo exterior a sí mismo– al que concebía como a un enemigo absoluto. Ese odio primal que movía al personaje se expresaba no sólo en sus acciones más deleznables sino también, y sobre todo, a través de un abrumado monólogo interior, un vómito de palabras que funcionaba a la manera de un violento crescendo musical, en donde el personaje se despachaba contra la moral, la historia, la tradición, la cultura, la educación, la religión y la familia.
Ahora con Irreversible, su segundo largo, Noé vuelve a proponer otro descenso a los infiernos, pero las diferencias con aquella revulsiva opera prima son sustanciales. Así como el primer film impresionaba por la visceralidad de su propuesta, que lo convertía en una experiencia interior similar a una catarsis, en Irreversible todo parece exterior, producto de la premeditación y el cálculo. Empezando por su tan comentado truco narrativo, proclamado desde el título mismo del film. Se trata (un poco a la manera de Memento) de comenzar por el final, para ir recogiendo poco a poco el hilo del relato, hasta dar con el principio de la historia. Este procedimiento –sin duda ingenioso, pero no mucho más que eso– consigue que los efectos se anticipen a las causas, en un film que propone un determinismo, se diría, un tanto escolar o de manual.
Es así como Irreversible empieza allí donde otros films suelen terminar, en un baño de sangre, producto de una venganza. Un hombre desquiciado, que luego sabremos se llama Marcus (Vincent Cassel), ingresa a un sórdido club nocturno gay, buscando furiosamente a un sujeto apodado “la Tenia”. En sintonía con el personaje, la cámara de Noé también parece desquiciada y se sumerge en ese antro como si fuera chocando contra las paredes, que en esa rojiza, dantesca oscuridad, apenas se adivinan. Quien sin embargo cometerá la masacre no será Marcus sino su amigo Pierre (Albert Dupontel), que hasta ese momento había intentado calmar los ánimos pero que, enfrentado a una tensión insoportable, se descarga aplastándole el cráneo con un extinguidor de incendios a quien él supone puede llegar a ser “la Tenia”.
La justificación moral para ese acto extremo llegará cuando Irreversible exponga su escena central, la bestial violación de Alex (Monica Bellucci) a manos de “Tenia”, un proxeneta que no sólo abusa sexualmente de su víctima sino que la golpea hasta desfigurarla, todo delante de una cámara inmóvil e impasible, en un plano secuencia de diez minutos sin cortes, que tiene como función convertir al espectador en un voyeur forzado, en un testigo compulsivo, obligatorio de ese momento atroz. Más allá del evidente ánimo de confrontación que le propone Irreversible a su público, ese desafío al denominado “buen gusto” medio, tan instalado en el más académico cine francés, se diría que hay en el film una voluntad totalitaria: la de convertir no sólo a sus personajes sino también a sus espectadores en prisioneros de una máquina narrativa que no ofrece otra alternativa que no sea la de la violencia. Una violencia que se manifiesta en varios sentidos. Si el film trata a sus personajes como animales (“tenia”, “mono”, “cerdo” se escucha una y otra vez, mientras le queda reservado al intelectual el acto más sanguinario) otro tanto pretende hacer con el espectador, a quien se lo quiere empujar a compartir esa furiosa venganza, incluso a partir de recursos tan elementales como una revelación final propia de un teleteatro. Alguien podrá interpretar este epílogo como una ironía, que quizás lo sea, pero después de haber admirado Solo contra todos ahora Irreversible parece confirmar esa ominosa sentencia con que Noé abre y cierra su nuevo film: “El tiempo lo destruye todo”.