ESPECTáCULOS
La naturaleza humana, en un mundo de apariencias
En “Toque de queda”, su última obra, el dramaturgo Carlos Gorostiza vuelve a demostrar su interés por los estratos sociales medios, a la vez que ensaya un diagnóstico sobre los comportamientos autoritarios.
› Por Hilda Cabrera
Es probable que las relaciones entre los miembros de la aburguesada familia de clase media retratada en Toque de queda no sigan siendo las mismas que mantenían antes de la llegada de Pericles, personaje que se les aparece en la casa precedido de un timbrazo. Esta obra de estructura circular ubica la acción en 1945, en las horas siguientes al anuncio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ese año, la Argentina era conducida por un gobierno militar, asunto que otorga un matiz peculiar a esta pieza, crítica respecto del belicismo y de la intolerancia. Una crítica que no es directa sino que surge de la voluntad de radiografiar las reacciones de esta familia frente a las guerras, a aquella que finalizaba y a las que le siguieron. Según lo que se expone, no quedan dudas sobre la superficialidad de las observaciones de estos seres devotos de los clichés característicos de su status.
Mezcla de genio malo de los cuentos tradicionales más perversos, de policía y militar, Pericles avanza a su antojo en un ámbito donde la conformidad se cruza con el resentimiento y la antipatía con una abulia pegajosa. En esa apropiación de la casa, crea su propia imagen en consonancia con lo que los otros esperan de él, con lo que le manifiestan y esconden. Maneja así los hilos de su propia marioneta, a veces símbolo de orden y protección, y otras de ultraje.
La distorsión del tiempo introducida por el dramaturgo Carlos Gorostiza abre el camino a un léxico variado que deja constancia de épocas diferentes. El autor vuelve a demostrar en este último trabajo su interés por los estratos sociales medios más complacientes. En ellos todo es apariencia. El disparador del disimulado encono es Pericles y la secuencia que mejor lo ejemplifica es aquella que protagonizan el amansado Pepe y la parlanchina Marga, los padres que compiten por mostrar quién de ellos ata y amordaza mejor al hijo rebelde a las órdenes del intruso.
Lo llamativo en esta puesta es que esta clase de humillaciones tenga un marco escenográfico tan colorido y brillante. El carácter ominoso de algunas escenas no echa sombras sobre objetos ni vestuario. Todo en la casa está exageradamente ordenado y pulcro. Sin embargo, algunos recuerdos, o la mención por los mismos protagonistas de otras guerras, revoluciones y golpes militares permiten descubrir otras líneas de comportamiento, sobre todo en Marga, rencorosa y defraudada, y en su pusilánime marido. No sucede lo mismo con Pericles. Este se muestra invariablemente lascivo y mandón, aunque por momentos juegue a ser un personaje fabuloso. Por eso no extraña que el autor haya seleccionado para ilustrar musicalmente esta obra fragmentos del ballet El mandarínmaravilloso, donde se cuenta la historia de un viejo mandarín que, apuñalado, no puede morir hasta que una prostituta calma sus deseos.
Toque de queda, escrita en 2001, supone una interpretación de la débil naturaleza humana y un diagnóstico sobre el comportamiento autoritario, que es implacable y burlón en la composición que hace de Pericles el actor Villanueva Cosse. En su desmesura, el intérprete demuestra arte vocal y habilidad para focalizar en el cuerpo el temperamento de un personaje que se aprovecha de la incapacidad que manifiestan los otros para reflexionar sobre lo que les está sucediendo. En este aspecto resulta de interés el contrapunto que los directores (el mismo Gorostiza y Daniel Marcove) logran en algunas secuencias resueltas con oficio por la actriz Lucrecia Capello y el actor Roly Serrano, y en las patéticamente cómicas que se suscitan entre Serrano y Cosse, el acobardado Pepe y el indeseado huésped.