ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA AL TEATRISTA RICARDO HOLCER
Parásitos argentinos
El dramaturgista define su nuevo montaje, “Parásitos”, como una “microfísica del poder, el amor y el rechazo”, aunque teñida de humor negro.
› Por Hilda Cabrera
El poder del parásito se impone cuando vence la resistencia del otro, convertido en su alimento vivo. Con ese nombre, Parásitos, se presentó en el Instituto Goethe (en noviembre de 2002) una obra de Marius von Mayenburg, un autor alemán desconocido en la Argentina. Fue en el ciclo de semimontado 4x4 (cuatro directores argentinos en busca de cuatro autores alemanes). La dirigió Ricardo Holcer, dramaturgista y docente que acredita una trayectoria de veinte años, con trabajos realizados en el país y el extranjero, básicamente en Brasil, Chile y Estados Unidos. Esta pieza de inquietante título no quedó confinada a aquel formato y ahora puede verse, también dirigida por Holcer, en Espacio Callejón, de Humahuaca 3759, los sábados a las 21 y domingos a las 19.30.
Es notorio que el término parásito no tiene aquí la misma resonancia que en el contexto del autor, el alemán Marius von Mayenburg, aun cuando, como apunta Holcer, en diálogo con Página/12, haya coincidencia en definirlo como alguien que vive a expensas de otro, al que se llama “huésped”. Ampliando el concepto, se dice que, en términos teatrales, esta obra avanza “parasitando al texto”. De ahí la “competencia de crueldades” que libran los personajes de esta historia teñida de humor negro. Un asunto característico de “sociedades decadentes, donde la humillación del otro es un hecho cotidiano y donde el lenguaje violenta en lugar de comunicar”. El joven von Mayenburg, nacido en Munich en 1972, estrenó esta obra (Parasiten, en el original) tres años atrás en Hannover. La tradujo Claudia Baricco, e integran el elenco Carlos Bordchard, Laura Mantel, María Merlino, Pablo De Nito y Carlos Weber. En cuanto a Holcer – puestista, entre otros títulos, de Los siete gatitos, Panuco y de versiones de Woyzeck, La metamorfosis, de Kafka, y textos de Shakespeare y el Marqués de Sade– ha elegido para este montaje un espacio circular en el cual los espectadores rodean una escena conformada a la manera de “una pista a la que los personajes ingresan para dar batalla y vencer resistencias”. El propósito es invadir una y otra vez.
–¿Cuándo los parásitos se convierten en problema?
–Cuando es la sociedad la que los fabrica. La Argentina es una máquina de fabricar personajes cuya función es debilitar puntos vitales. El sultán de La Rioja es un ejemplo, como en otro plano la invasión que se produce a través de los reality shows. Esas formas de insertarse en los otros van desgastando los vínculos sociales. En materia de teatro, el llamado de representación hace algo semejante cuando, por ejemplo, asigna roles fijos, como el que pide hacer de gordito simpático o histérico.
–¿Atribuye estos mecanismos a la necesidad de engañar?
–Más que a engaño, a una intención de control social. En esta puesta utilizo un espacio circular que remite al primitivo teatro griego, donde se pretendía imponer qué cosa era moral y qué no. La puesta de Parásitos me permite confrontar con formas de representación del teatro en las que existe la voluntad de ejercer un control sobre lo cultural. En el teatro argentino se repiten situaciones triviales, cosas ya sabidas a las que se da como buenas o malas. Eso es como decirle al espectador o estás con nosotros o contra nosotros. Aparecen las metáforas, las alegorías... Pero el teatro nos da otras posibilidades.
–¿Por ejemplo?
–En mi caso, el deseo es romper con lo previsible. En esta obra utilizo la forma circular porque propicia la multiplicación de puntos de vista, pero también para confrontar con otra dramaturgia que propone líneas de fuga. Se puede pensar que entre quienes integran un círculo no hay jerarquías, que cada uno está a igual distancia del centro y que lo que sucede en escena está al alcance de la mirada de todos. Sin embargo, ésa es una ilusión, porque no todo es visible.
–En términos generales, ¿qué diferencia encuentra en el pasaje de lo social a lo privado en países tan diferentes como Alemania y la Argentina?
–Parásitos es algo así como una microfísica del poder, el amor y el rechazo. En nuestra cultura lo que sucede en el nivel privado pasa a ser inmediatamente social, y lo social tiene a su vez fuerte incidencia en lo personal. La destrucción social se mete en nuestros cuerpos. En esta obra una mujer dice cuidar a su marido inválido y en esa actitud lo destruye. Despliega un “encanto terrorífico”. Ese es el discurso del poder.
–¿Qué pasa cuando lo social ingresa en el teatro?
–Que haya resonancias inmediatas en la escena es normal. El problema se presenta cuando el teatro se vuelve paródico. Se produce un regodeo sobre cosas banales y no se tiene en cuenta el maltrato físico y afectivo que venimos sufriendo. No me interesa recurrir “al mono que critica ni al bufón que ironiza”. La reflexión la hará el espectador frente a lo que sucede en la escena, frente a los cuerpos de unos personajes detestables y patéticos, como éstos de Parásitos, que sin embargo poseen encanto.