ESPECTáCULOS
› “EL HOMBRE SIN PASADO”, UNA PELICULA DE AKI KAURISMÄKI
Una celebración de lo humano
El director finlandés confirma con su obra más reciente, premiada en el Festival de Cannes, que es uno de los cineastas más valiosos del momento, poseedor de un mundo poético de una austera belleza.
› Por Luciano Monteagudo
Un trabajador, desempleado, llega en tren a Helsinki y se queda dormido pacíficamente en un banco, no muy lejos de la estación, a la que llegó con sus últimos sueños. Una patota que pasa por allí no resistirá la tentación de robarle primero y pegarle brutalmente después, hasta dejarlo casi sin vida, con el rostro cubierto por esa careta del horror en que se transforma su herramienta de trabajo: la máscara de soldador. En el hospital también lo darán por muerto, no sólo los médicos, sino también los instrumentos, que ya no le detectan el pulso. Sin embargo, ese sujeto gigantesco, vendado de pies a cabeza –como si fuera el hombre invisible–, de pronto se pone de pie, cobra vida, como la criatura del doctor Frankenstein, y emprende el camino incierto hacia una existencia nueva. Así comienza esta magnífica fábula del director finlandés Aki Kaurismäki, El hombre sin pasado, un film que se nutre subliminalmente de la mitología del cine para proponer una pequeña gran utopía: la de un regreso a una vida a escala humana.
Alguna vez Kaurismäki fue cartero, lavacopas y también crítico de cine, pero desde hace dos décadas se ha convertido en uno de los cineastas más originales y sorprendentes de Europa. En la Argentina no se puede decir que Aki sea un completo desconocido –más de una vez se han realizado retrospectivas de sus films y de los de su hermano Mika– pero hasta ahora solamente uno de sus quince largometrajes, Juha (1999), había llegado a su estreno comercial en el país, sin demasiada suerte, por cierto. Consagrado definitivamente en el Festival de Cannes del año pasado, donde El hombre sin pasado obtuvo el Gran Premio del Jurado, Kaurismäki (que no acudió a la ceremonia de la Academia de Hollywood, donde podía aspirar a un Oscar, en abierto rechazo a la invasión estadounidense a Irak) es poseedor de un mundo poético propio, que viene desarrollando desde su primer largometraje, Crimen y castigo (1983), donde utilizaba la famosa novela de Dostoievski para hacer un gélido film noir.
A su vez, en Yo alquilé un asesino por contrato (1990), protagonizada por Jean-Pierre Léaud, recurría a los códigos del cine de killers para reírse de un suicida frustrado que se arrepentía de haber arreglado su propia muerte. Esta veta humorística del cine de Aki tiene habitualmente su canal de expresión en los cortometrajes –la mayoría protagonizados por un imposible grupo de rock llamado The Leningrad Cowboys– pero sus mejores films siguen siendo La chica de la fábrica de fósforos (1990) y Nubes pasajeras (1996), dos desoladores cuentos de hadas, narrados con una austeridad que sólo practicó antes Robert Bresson, pero con un humor absurdo que parece heredero de Jacques Tati. Es que el mejor cine nunca es ajeno a la obra de Kaurismäki, como lo viene a confirmar ahora El hombre sin pasado.
No se trata de citas específicas ni de homenajes concretos, sino del cine –de su historia, de su lenguaje– como un bien común, al que Kaurismäki apela y reformula de acuerdo con su propia sensibilidad y con sus propias necesidades expresivas. A partir de allí, AK construye la historia de su protagonista –ese hombre sin pasado, que tiene que comenzar toda su vida de nuevo, después de haber quedado completamente amnésico– en un tiempo y un espacio que no son otros que los de eseartificio llamado cine. El realismo en Kaurismäki siempre resulta desplazado hacia una zona incierta, de una rara, ascética belleza, que parece reflejar la mirada entre perpleja y oblicua (expresionista se diría) del realizador frente al mundo circundante. La violencia, la miseria, la corrupción, la soledad están claramente allí y el film no las esconde ni las desmiente, pero Kaurismäki da la impresión de conjurar todos esos males exponiéndolos a través del punto de vista de ese hombre puro, que descubre por primera vez la felicidad de trabajar la tierra, de hacer música, de encontrar un amor verdadero. En esa templada, rigurosa celebración de la vida está la nobleza de esta película fuera de lo común.