ESPECTáCULOS
“Ahora, cada vez que estoy en Buenos Aires, me pongo frenético”
El tanguero Rubén Juárez cuenta por qué su radicación en Carlos Paz cambió su vida para bien, luego de un período borrascoso.
› Por Cristian Vitale
Los 35 años de carrera de Rubén Juárez pueden dividirse en dos etapas, muy diferentes entre sí. La primera transcurre entre 1968 y 1987, lapso en el que se convirtió en una voz renovadora del tango, grabó 20 discos, viajó por el mundo, actuó con figuras como Armando Pontier, Raúl Garello, Osvaldo Tarantino, Roberto Grela y Leopoldo Federico, y hasta coqueteó con el boom del rock post-Malvinas aportando el versátil sonido de su bandoneón a la música de León Gieco, Juan Carlos Baglietto y Charly García. La segunda, de fines de los ‘80 hasta hoy, es la contracara y está llena de claroscuros: pocas grandes apariciones públicas resonantes, un intento comercial –la apertura del Café Homero– y un solo disco editado, que se llama Album blanco y acaba de aparecer. En el medio de esta segunda etapa, el tanguero abandonó Buenos Aires para irse a vivir a Carlos Paz, en Córdoba, lo que le permitió mirar su vida con una distancia necesaria. Y saludable. La aparición del disco reactualizó su figura: ahora está en París, participando de un Festival de Tango que, año a año, presenta al público europeo a los artistas más destacados del género.
–¿Cuál es la explicación de semejante diferencia entre ambos períodos?
–Cuando grabé el último disco de aquella etapa, De aquí en más (1987), tenía una bronca total. Un desencanto enorme respecto de la democracia y de lo que se veía venir. Hasta ese momento venía bárbaro, pero después me desilusioné en varios aspectos... el país, la falta de oportunidades para grabar en buenas condiciones, gente que respete tu carrera. En fin, situaciones que atentaron contra mis ganas. El tiempo pasa, la gente quiere otras cosas y cambian los hábitos musicales de consumo, una ensalada de cosas que me obligó a dar un paso al costado, mirando la vida pasar.
–¿Y qué vio?
–Poco talento. Inquietudes y ganas sí, pero cosas fuertes que provoquen alguna ruptura no aparecieron. Lo digo de todo corazón.
Inquieto, con la voz ronca y desesperado por dormir una siesta antes de la prueba de sonido de un recital, el músico asegura que “hubo que ponerle el pecho a las balas” para grabar el disco. Y recurre a las épocas doradas de “Mi bandoneón y yo” o “Candombe en negro y plata” para explicar cuánto las extraña. “Antes era todo más fácil, presentabas ideas, la compañía aceptaba y listo... marche un disco. Hoy, la cosa cambió.”
–¿Es de los que piensa que el tango atraviesa una prolongada crisis?
–Creo que sí. Aunque la crisis se compensa con un canal de tango en el que cualquiera puede ir a bailar o cantar. También me pone feliz que el tango siga triunfando desde el baile, esa llamita mágica que prendió en todo el mundo. No acuerdo con los que opinan que el tango murió. Creo que ni siquiera tiene fiebre.
Para hablar de su disco, Juárez prefiere tararear letras –consciente del aplomo de su voz– a poner en palabras algún concepto musical que lo defina. Por ejemplo, dice que el eje del Album blanco aparece en el primer track, “A mí no me hables de tango”. “En esta noche de capricho y de fandango / no sé con qué me van a hablar a mí de tango / Si en los portones de Palermo / fui como el patrón / juegos de taba y milonga”. Una historia que enlaza, según él, con el tema que le sigue, “Bien de abajo”. “Yo soy bien de abajo –canta– y anduve a los tumbos / peleando a la mala y al fin le gané / Me pesó en el lomo conservar el rumbo / me costó mil golpes, pero no aflojé.” “Este es el espíritu del disco... si bien atraviesa por muchos estados de ánimo, conserva un eje”, asegura. Después cuenta que tuvieron que elegir 12 canciones entre 150 para reversionar y que sólo dos son de su autoría.
–Uno es “Ultimo tango en Buenos Aires”. ¿Tiene que ver con su éxodo a Córdoba?
–No. Ya lo tenía hecho antes de mudarme.
–Y el otro es “Cuestión de ganas”...
–Sí, porque vivir y existir es una cuestión de ganas (vuelve a cantar). “Me banco vivir el ruido infernal / total, los silencios me van a sobrar.”
Fue luego de su experiencia como dueño del Café Homero que Juárez se radicó con su mujer y sus hijos en Villa Carlos Paz. Las razones fueron varias. Por un lado, inició un tratamiento para bajar de peso y las tentaciones de la ciudad eran contraproducentes. Por otra parte, sus ajetreados 55 años necesitaban algo de paz. En Carlos Paz tira ideas en borradores, de vez en cuando compone, piensa en abrir un bar, disfruta de asados y charlas, camina. “Ahora, cada vez que vengo a Buenos Aires, me pongo frenético”, admite. “El ruido de los colectivos me vuelve loco.”
–¿Qué factores lo motivaron a quedarse en Carlos Paz?
–Me sentía muy heavy en Buenos Aires. Había mucha cosa dura y yo tengo hijos adolescentes. Hay mucha explosión. Además, soy muy provinciano... me gustan la siesta, el mate, la caminata. Uno tiene que elegir calidad de vida y en la Villa estoy fenomenal. No sé si los estudios de salud me iban a dar bien si me quedaba en Buenos Aires. Acá hay mucha tentación, mucha salidera. No quiero más eso. Prefiero vivir como un príncipe.
–Resulta difícil pensar que alguien pueda componer tango en una ciudad tan diferente de Buenos Aires como Carlos Paz...
–Puede ser. Pero yo tengo todas las imágenes de la ciudad de Buenos Aires grabadas en la cabeza, perfectas, intactas. Y la música siempre sale desde adentro.