Mié 18.06.2003

ESPECTáCULOS

Marcia Haydée, una bailarina de 66 en la piel de la Madre Teresa

La veterana artista vuelve a la Argentina para mostrar “Madre Teresa y los niños del mundo”, de Maurice Béjart, en el Luna Park.

› Por Silvina Friera

Una entrega inusual en la interpretación de personajes femeninos, la constitución de una gramática con los movimientos de su cuerpo, poco frecuentes en el mundo de la danza clásica de los años ‘60, son algunas de las cualidades que la bailarina, coreógrafa y actriz Marcia Haydée supo cosechar en su intensa y exitosa trayectoria artística, que incluye, además, la dirección del ballet de Stuttgart durante 26 años. Aunque nació en la ciudad de Niteroi –cercana a Río de Janeiro–, donde empezó a bailar a los 3 años, el carisma y la energía de esa niña pronto se extendería más allá de las fronteras de su ciudad y país natal.
Cuando era una adolescente, aceptó el desafío del director de cine Michael Powell, que la invitó a estudiar a la Royal Ballet School de Londres. De allí pegó otro gran salto –decisivo en su vida personal– y pasó a integrar el Gran Ballet del Marqués de Cuevas, en Montecarlo, donde conoció al célebre coreógrafo británico John Cranko (pareja de Haydée hasta que murió repentinamente en 1973), quien le permitió ingresar al ballet del teatro estatal en Stuttgart, considerado uno de los cinco mejores del mundo en la década del 60. De la mano de la Compañía M, formada hace un año por Maurice Béjart con alumnos de su escuela Rudra (uno de los nombres del dios indio en la danza), Haydée protagoniza a los 66 años la pieza de ballet Madre Teresa y los niños del mundo, que se presentará este viernes y sábado a las 21.30 en el Luna Park (Corrientes y Bouchard).
No es la primera vez que visita el país, al que se siente estrechamente vinculada no sólo por el azaroso itinerario genético, ya que su madre nació en la Argentina, sino también por el afecto entrañable que recibió del público argentino en las presentaciones que realizó en el teatro San Martín con Un tranvía llamado Deseo (en 1991). En diálogo telefónico con Página/12, la voz de Haydée transmite una extraña tranquilidad espiritual si se recuerda que, como primera bailarina, entregó su cuerpo a mujeres atormentadas por las pasiones o presas de un destino trágico como Romeo y Julieta, Onegin (en el rol de Tatiana, mujer que ama al cínico Onegin), La fierecilla domada, El lago de los cisnes, ballets creados por Cranko, especialmente inspirados por esta bailarina, que también trabajó con coreógrafos de la talla de Kenneth Macmillan, John Neumeier, Glen Tetley y su amigo Béjart. “Nací con alma gitana, no soy de ninguna parte, a pesar de que siento un enorme cariño por Alemania, país que me permitió crecer como bailarina y en el que conservo muchos afectos, y por varios países de Sudamérica, como Brasil, Argentina y Chile, país donde fui tres años directora del ballet de Santiago”, dice Haydée. En Madre Teresa y los niños del mundo, la historia transcurre en un refugio para desamparados y abandonados, esos sitios en donde las personas dejaban de ser desechos humanos, lugares que la menuda monja multiplicó por toda la India.
Haydée interpreta a una mujer de mediana edad que se entrega al cuidado de la gente pobre, ofreciéndoles comida y un lugar donde recuperar la dignidad humana pisoteada. Esta pieza de ballet concebida por Béjart, que mezcla ritmos clásicos y modernos, orientales y occidentales (Rajastán, Vivaldi, Mozart y Bach), cuenta con la participación, entre otros de los integrantes de la Compañía M, de William Pedro, bailarín que surgió de las favelas de Brasil; el italiano Vittorio Bertolli y la argentina Luciana Croatto, una joven santafesina de 17 años, formada en la escuela del Teatro Colón, que el periódico Le Figaro describió como la heredera de la notable bailarina francesa Silvie Guillem.
–¿Por qué siempre la crítica se refirió a usted como una actriz-bailarina?
–Así como muchos vieron en mí a una artista que transmitía un enorme compromiso emocional y físico –al punto que empezaron a decir que yo era a la danza lo que Maria Callas a la ópera–, la mayoría de los coreógrafoscon los que trabajé crearon papeles especialmente para mí. No es que ellos ideaban un personaje y luego me convocaban como bailarina. Estar incluida en el proceso de creación me generaba un desafío, una exigencia muy personal, porque sentía que tenía que contribuir con el trabajo del coreógrafo, que los movimientos no me alcanzaban para captar la esencia del personaje, que debía ofrecer mi aporte en la construcción de roles.
–¿Qué riesgos asumió para interpretar a la Madre Teresa?
–Béjart me convocó el año pasado para realizar este tributo, precisamente porque creía en la enorme importancia que adquiría homenajear a una mujer que dedicó su vida a una idea de armonía, a darles a los pobres, a los desheredados de la tierra, lo que se merecían, cuando el planeta está en un estado de desorden y perturbación que parece imposible de frenar. El ejemplo de esta mujer es sin duda una lección de vida. En cuanto a la interpretación, el mayor desafío residía en no mostrar la caricatura de una anciana temblorosa, porque si hay algo que caracteriza a la Madre Teresa, una mujer carismática y temperamental, es la correspondencia entre su pensamiento y su forma de vida, y eso es lo que quiero transmitir en este trabajo. Frente a un personaje de tanta responsabilidad escénica, trabajamos mucho con material biográfico, con textos escritos por ella misma, que están incorporados en la pieza. Incluso tuve la posibilidad de entrevistarme con gente que la conoció. Pero la premisa de Béjart fue contundente: él quiso que yo apareciera como una actriz que se mueve, más que como una bailarina que actúa.
–¿Qué diferencias encuentra entre su formación como bailarina clásica y su ingreso, en los últimos años, en el lenguaje de la danza-teatro?
–No tengo problemas con mi edad, pero sería ridículo pretender seguir haciendo los papeles que interpretaba cuando tenía 20. No reniego de mi formación clásica porque me dio grandes satisfacciones, pero siempre es oportuno que una misma se dé cuenta cuándo debe dejar de bailar. A los 57 años decidí que era el momento de iniciar otras búsquedas y abandoné la danza clásica. Sin embargo, en los últimos años, muchos personas se disgustaron conmigo porque mis trabajos afectaban la visión que ellos tenían de la bailarina clásica. La danza-teatro estableció un camino de apertura, ensanchó las concepciones y a la vez integró otros lenguajes, como lo están haciendo la alemana Pina Bausch y el coreógrafo brasileño, residente en Alemania, Ismael Ivo, dos referentes ineludibles en el mundo de la danza-teatro.

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