Jue 19.06.2003

ESPECTáCULOS

Hollywood sigue batiendo los tambores de guerra

› Por Horacio Bernades

Nuevo ejemplo de la gigantesca operación de vestido, blanqueo y maquillaje que esa institución oficial llamada Hollywood suele operar en relación con el intervencionismo estadounidense, en Lágrimas del sol un grupo comando de la Armada interviene a sangre y fuego en la guerra civil que desangra a un país africano... para salvar la vida de un grupo de indefensos refugiados. Si no fuera porque andan armados hasta los dientes, hasta podría llegar a pensarse que se trata de un equipo de la Cruz Roja. “Dios nunca lo olvidará”, le dice, al final de la película, una nativa al jefe del operativo, convertido poco menos que en Salvador de aquel salvaje país.
Ese país resulta ser Nigeria, donde –más allá de las tensiones religiosas y tribales, y a diferencia de territorios vecinos como Ruanda, Liberia o Sudán– jamás hubo un baño de sangre como el que la película muestra. En otras palabras, y como si no hubiera en el mundo suficientes desastres, Hollywood se ocupa de provocarlos. Haciendo uso de la muda elocuencia del montaje cinematográfico, la película dirigida por el afroamericano Antoine Fuqua comienza con la detallada descripción de todas y cada una de las tropelías cometidas por un dictador musulmán que acaba de levantarse en armas contra el presidente legítimo, cristiano para más datos. De inmediato asoma la heroica figura de Bruce Willis, que más que un militar estadounidense parece así la de un enviado de la Providencia. La misión del teniente Waters y sus hombres es rescatar a una médica estadounidense, la doctora Kendricks (la italiana Monica Bellucci habla en inglés, pero putea en su idioma natal).
Aunque más parece una diosa blanca, Kendricks presta asistencia humanitaria a los heridos de guerra en una tienda ubicada en medio de la jungla. El superior de Waters (el excelente veterano Tom Skerritt) le da indicaciones precisas: su único objetivo es rescatar a los ciudadanos estadounidenses. A nadie más. La segunda orden es no desenfundar un arma, a menos que sean atacados. Gente sensible como buenos norteamericanos, Waters y sus muchachos desobedecerán las órdenes, conduciendo a través de la selva a todos los pobres nigerianos e interviniendo directamente –como lo haría el bueno de la cuadra frente a una patota– en medio de una carnicería desatada por los asquerosos musulmanes. A partir de determinado momento, un batallón “rebelde” (no se entiende muy bien el apelativo, tratándose del ejército triunfante) los perseguirá a través de la selva, por un secreto que el guión guarda como sorpresa.
Si el espectador acepta suspender la incredulidad, en sus mejores momentos Lágrimas del sol logra ser un relato tenso, compacto y angustioso. Mérito del realizador, quien en su excelente película anterior (Día de entrenamiento) había exhibido ya, mejor desplegadas, esas mismas virtudes. Cuando Willis y los suyos se convierten poco menos que en santos varones, dispuestos a dejar la vida con tal de salvar a los débiles, aquellas bondades se evaporan y Lágrimas del sol queda expuesta como lo que es: un alfil al servicio de la guerra psicológica del Pentágono, el Departamento de Estado y demás engranajes de la maquinaria bélica estadounidense.

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