ESPECTáCULOS
› “TERMINATOR 3”, DE JONATHAN MOSTOW, CONTINUA LA SAGA DE JAMES CAMERON
Batalla de los sexos, entre dos máquinas
Arnold Schwarzenegger vuelve a hacer de las suyas como el cyborg empeñado en salvar a la raza humana de su destrucción total. “Soy un modelo obsoleto”, reconoce el robot, que ahora debe enfrentarse a una Terminatrix de última generación, que ostenta una belleza literalmente letal.
› Por Martín Pérez
Aparece del futuro, desnuda, derritiendo la belleza de los maniquíes de la vidriera de una boutique con el calor de su aparición. Camina por unas calles desiertas hasta dar con una víctima sorprendida, bien vestida y motorizada. “Me gusta tu auto”, dice, y acto seguido luce su ropa y maneja su descapotable hasta la primera luz roja pasada por alto, razón por la cual se cruza en su camino su primer auto de policía. “Me gusta tu arma”, le dice al agente que la detiene por su infracción, y el resultado es obvio. Aun cuando desvestida y sin armas es tan o más letal que convenientemente armada y vestida, la Terminatrix ya está lista para cumplir su objetivo. Que es el mismo que el que tuvieron sus dos predecesores: viajar del futuro al pasado para exterminar a quien será el líder de la resistencia humana contra las máquinas.
Tal como sucedió en Terminator 2, el nuevo modelo deberá enfrentarse con el modelo inicial, convertido en guardaespaldas de quien fuese su primer objetivo. “Soy un modelo obsoleto”, se le escuchará decir a un Schwarzenegger de 55 años protagonizando su tercer Terminator en dos décadas, enfrentándose ahora a un modelo decididamente más rápido, inteligente y eficaz. Algo que no sólo sucede dentro del film en cuestión, el flamante Terminator 3: La rebelión de las máquinas, sino también en la cartelera, con producciones como Matrix o Hulk, por ejemplo, compitiendo por los favores del público amante de la acción. Por eso es que la única opción para el obsoleto Terminator es volver a los orígenes, ir a lo esencial del género. A patada limpia, mucho humor negro y algo de ingenio. Y con 175 millones de dólares para gastar en romper cosas espectacularmente, y dejarlas bien rotas.
A diez años de los sucesos narrados en la segunda Terminator, en la que madre, hijo y robot consiguieron evitar la cuenta regresiva hacia el final de la raza humana, John Connor vive decididamente fuera de la sociedad. Ya tiene veinte años, pero no tiene cuenta bancaria, seguro social ni nada parecido. Tiene empleos temporarios, duerme en la calle y huye de su futuro y de su pasado en moto a toda velocidad. Al igual que en la primera secuela, diferentes modelos de Terminator llegarán a su presente directamente desde el futuro. Uno de ellos, el más poderoso, programado para destruirlo. Como su huida permanente lo hace inhallable, la Terminatrix tiene como objetivos secundarios quienes serán sus lugartenientes en el futuro. Y el otro, el Terminator de siempre, llegará para cuidarlo.
Con un presupuesto a la altura de la sofisticación de Terminator 2, pero un espíritu estético más cercano a la original, este Terminator 3 es toda una paradoja: una película clase B, pero multimillonaria. Pero mientras aquellas películas intentaban suplir con ingenio la falta de dinero, eso es lo que precisamente sobra en esta nueva película. Casi como si se hubiese sometido a una trepanación voluntaria, este nuevo Terminator noreclama para sí ninguna de las dudas existenciales que supo imaginar James Cameron al regresar a su creación, dejando semejantes sofisticaciones para otra clase de películas. Con un humor burdo pero eficaz, y una contundencia destructiva propia de las máquinas sin corazón que la protagonizan, T-3 se demuestra más efectiva en las pequeñas soluciones ingeniosas de su guión o dirección, antes que en un despliegue destructivo perpetuo, al punto de hacer sospechar al espectador que toda la violencia desplegada en la pantalla puede en cualquier momento derrumbar el cine sobre su cabeza.
Con una espectacular escena de persecución protagonizada por una grúa de cien toneladas, un carro de bomberos y una camioneta algo machucada como su argumento más contundente –una escena interminable, que rivaliza tranquilamente con cualquiera de las de la última Matrix–, el film firmado por Jonathan Mostow se reserva como plato final la confrontación a mano limpia entre sus dos Terminator. Una batalla de sexos pero sin sexo, ya que ambos son máquinas destructoras. En el medio de ambas recurrentes batallas, se vuelve a explicar la razón por la que todos están allí. Y más allá de las explicaciones, que son apenas un grandes éxitos de lucubraciones extractadas de los dos films previos, lo que da el tono del espectáculo es el espacio entre ambos Terminator. Y la presencia de ciertos guiños, un humor básico como escenografía de cada aparición de los verdaderos protagonistas. Con la Terminatrix lamiendo una gota de sangre con algo parecido al placer si no fuese una máquina, o Arnold obsesionado en su búsqueda de los anteojos oscuros perfectos. Eso sí, los tiempos han cambiado: si en el primer film conseguía su atuendo de cuero gracias a un punk de Los Angeles, aquí lo consigue apurando a un stripper, para el deleite de una entusiasta platea femenina. Y pese a que la opción clase B de Mostow aparece como la más eficiente posible a la hora de regresar sobre el personaje, y el film no traiciona su historia ni a sus fanáticos, aun así deja un cierto gusto a poco. Que hace extrañar las ambiciones de un maestro del género como James Cameron, que más de un conocedor –o no– del paño desearía que se hubiese puesto al frente de semejante cheque en blanco. Pero, como dirá Arnold en un momento del film, “los deseos son irrelevantes, yo soy una máquina”. Y no habrá nada más que decir.
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