ESPECTáCULOS
› “RESPIRO”, DE EMANUELE CRIALESE, CON VALERIA GOLINO
Una bella fábula siciliana
El film ganador de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes recupera para el cine italiano el sol, la roca y el mar de Sicilia y propone la historia de una mujer-fantasma, tan enigmática como subversiva.
› Por Horacio Bernades
En medio de un espacio que es pura piedra, bañados por el sol que cae a plomo entre el azul del cielo y el del mar, un puñado de chicos tiznados de suciedad y transpiración intentan cazar insectos con un ingenioso sistema casero. De pronto llega un grupo rival y se enredan en una batahola que termina con varios chicos desnudados por los atacantes, que luego huyen corriendo. Esa secuencia inicial presenta, en plenitud, todo aquello que le da personalidad a Respiro: la todopoderosa presencia de una geografía dura, seca y primaria y de una gente que parece tallada por esa geografía, seguidos por una cámara que parecería querer igualar, en su casi palpable fisicidad, a una y a otros.
Tercera película de Emanuele Crialese (Roma, 1965) y primera en conocerse en la Argentina, Respiro –que el año pasado se llevó el Gran Premio de la Semana de la Crítica– recupera para el cine italiano el sol, la roca y el mar de Sicilia. Pero esta vez esa salvaje belleza no sirve de mero decorado para inscribir allí una historia de mafia o corrupción política, sino que pasa al primer plano, hasta convertirse en principal protagonista de la película. La anécdota de Respiro es mínima, y más que el tema importa el modo en que Crialese se fusiona con él, con los personajes y el ambiente, como si quisiera tallar la película toda en esa piedra, ese calor y ese mar.
El realizador halló inspiración en una fábula del lugar, que no es otro que la isla de Lampedusa, donde transcurría El gatopardo. Según esa fábula, una mujer a la que sus vecinos consideraban una inadaptada desapareció un día súbitamente, sin dejar rastros y reapareciendo más tarde como fantasma. Crialese despoja a ese cuento de toda condición espectral para quedarse sólo con lo más básico: el juego de oposiciones entre comunidad y singularidad, entre ley y deseo, entre norma y anomalía. No parece casual que en una de las primeras escenas se oiga un popularísimo tema de los ‘60 (“Bambola”, en la versión de Patty Pravo), ya que en ese rincón de Lampedusa todo parece suspendido en un tiempo impreciso, que tanto podrían ser los ‘60 como hoy mismo.
Llena de rulos soleados, con un vestidito medio entreabierto y a pura risotada, la primera aparición de Grazia también parece definirla por entero. Podría tratarse del viejo estereotipo de bambolona libre y sexy del sur italiano, si no fuera porque la belleza y sexualidad de Valeria Golino (para quien el tiempo también parecería haberse detenido mágicamente) son de un tipo bien distinto al de las Cuccinottas o Belluccis de turno. Más espontáneo e inadvertido, más frágil y de entrecasa que esas semidiosas de manufactura, no por ello su influjo es menos poderoso. Ya en esa primera escena –en la que Grazia juguetea despreocupadamente con un adolescente– la imagen rebosa de un erotismo tan casual como potencialmente subversivo.
El chico podría ser su amante, pero es su hijo. Allí se detiene toda insinuación sobre una posible erótica familiar heterodoxa, pero queda claro que a Grazia los tabúes le importan más bien poco. La mujer es puro impulso y pasa de la euforia a la depresión con la imprevisibilidad de una bomba de tiempo. Puede meterse en la cama y aislarse del mundo con la misma facilidad con que se desnuda en el mar a la vista de todo el mundo o se agarra de los pelos con el marido, por una minucia y antes de reconciliarse a toda orquesta. Ya se sabe que en esta clase de pueblitos no suelen imperar la tolerancia y el respeto por los distintos, por lo cual es fácil prever que tarde o temprano la impasse entre Grazia y sus vecinos dará lugar a la ruptura. Teniendo en cuenta el origen de la historia, no extraña que la resolución esté más cerca de la fábula que del mero psicologismo.
Más allá de que todas las actuaciones sean parejamente excelentes, está claro que una película así descansa en gran medida sobre los hombros de la protagonista. No sorprende que una actriz como Golino –que siempre prefirió la entrega al personaje que cualquier tentación de lucimiento– rehúya las histerias, truquitos y shows unipersonales a los que esta clase de papeles borderline suele dar lugar. Con un enfoque que abraza un tono de crónica realista pero da lugar a intermezzos puramente líricos –con el saxo de John Surman poniéndole música a las sumersiones marinas de la protagonista–, Crialese jamás pretende imponer un discurso o interpretación a unos personajes a los que sabe irreductibles. Como la piedra, el sol y el mar, a esas criaturas sólo cabe devolverles la orgullosa ambigüedad que los constituye y que hace de Respiro un film tan bello y enigmático como ellos.