Sáb 12.07.2003

ESPECTáCULOS

El héroe silencioso cuelga el uniforme

Marcel Marceau, el mimo más famoso, sube hoy por última vez a un escenario. Será en Atenas, la ciudad donde nació su disciplina.

› Por Silvina Friera

El mimo que creó en 1947 al romántico e idealista Bip, personaje quijotesco que luce un gran sombrero de fieltro –casi siempre desmañado— del que emerge una deshilachada flor roja, se despide hoy de los escenarios en el teatro Herodes Atico, en Grecia, a los pies de la Acrópolis de Atenas. En rigor, cuesta imaginar a Marcel Marceau, Chaplin francés según la crítica inglesa, lejos de los escenarios, pero esta vez la determinación parece definitiva. El lugar no es casual: los griegos inventaron la pantomima. “Para mentir sólo se necesitan las palabras, que me parecen muy pobres y peligrosas porque nunca pueden decirlo todo”, ha dicho este ocasional escritor y pintor, que construyó una gramática universal del silencio, para comunicar sensaciones comunes a todos los pueblos.
Este mito viviente nació en 1923, en Estrasburgo, como Marcel Mangel, hijo de un carnicero judío y nieto de un rabino. Admirador del cine mudo de Chaplin y Buster Keaton, Marceau inició sus estudios en la escuela de arte dramático del teatro Sarah Bernhardt, de París. Alumno de Etienne Decroux (1898-1991), actor y mimo francés que desarrolló el primer sistema coherente de expresión pantomímica, y de Charles Dullin (1885-1949), Marceau trabajó junto a Madeleine Renaud y Jean Louis Barrault interpretando a Arlequín, archirrival de Pierrot. El célebre Bip surgió de la pantomima Baptiste, tomada del film Les enfants du paradis (1945), que describe la vida de Jean Gaspard Deburau (1796-1846), creador de la figura melancólica de Pierrot, enamorado no correspondido que se convirtió en un personaje legendario. A los 24 años presentó a Bip, ese payaso que atrapaba una mariposa como lo haría cualquier niño, pero, sin querer o por torpeza, la terminaba matando. “En ese momento, cuando la mariposa agonizaba en la mano de Bip, la gente se emocionó y no alcancé a comprender por qué”, recuerda. “El público había encontrado el símbolo: la muerte de la mariposa era la muerte del corazón.”
El mimo es una forma dramática popular de carácter realista y satírico, heredada de los griegos. El poeta Sophron de Siracusa, en el siglo V a.C., compuso las primeras obras mimadas. Las compañías de mimo fueron muy populares y se extendieron por todo el mundo greco-romano. Alcanzaron su apogeo en la época imperial, eclipsando al drama culto. La iglesia se le opuso con tenacidad, excomulgando a los actores en el siglo V. Pero resurgió de la mano de los cómicos italianos que dieron vida a la Commedia dell’arte (siglo XVI) y en el teatro de bulevar parisiense del siglo XIX, a través de Deburau. Recién en el siglo pasado, gracias a Decroux y sus discípulos, este arte sin palabras conquistó la autonomía artística. Marceau montó recordadas pantomimas como El abrigo, Pierrot de Montmartre, Una noche con los volatineros, El 14 de julio, Los matadores y París que ríe, París que llora, entre otras.
El público argentino lo vio por primera vez en 1951. Después de ese debut, Marceau regresó en 1957, 1960, 1965, 1969, 1973, convirtiéndose en sensación. “Odio las dictaduras. Para mí son la consecuencia directa de la ignorancia, así como la libertad lo es de la inteligencia y del respeto por los demás”, fue su explicación a la negativa de actuar en Chile y la Argentina en los años de plomo. Volvió recién con la democracia, en 1987, y, sorprendido por la fidelidad del público argentino luego de 14 años de ausencia, consolidó su relación con nuevas visitas en 1989, 1991, 1995 y en 1997. En su actitud frente a la dictadura ratificó un compromiso que ya había expuesto en la Resistencia contra la invasión nazi, etapa de clandestinidad en la que falsificó documentos de identidad y cartas de racionamiento, además de salvar a niños judíos, haciéndolos cruzar por la frontera hacia Suiza.
En esa época tenebrosa adoptó el apellido Marceau (un general francés muerto en 1796) para ocultar su origen judío. Su padre fue arrestado y deportado por la Gestapo y nunca volvió a saber de él. Tal vez, Marceau eligió el silencio para dar testimonio del horror. “Estaba harto del Holocausto y todo eso. Sólo quería actuar, hacer mi carrera. Pero al madurar entendí que no hay que olvidar, la memoria es necesaria para que el horror no se repita”, confesó. La genialidad de Marceau se sustenta en el modo de “escribir frases silenciosas en el espacio”, como señaló su compatriota Jean-Louis Barrault, otro mimo inolvidable del siglo XX.

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