Dom 13.07.2003

ESPECTáCULOS  › OPINION

La crítica y el público

› Por Luciano Monteagudo

En la última semana, comenzó a exhumarse en algunos círculos una discusión que parecía enterrada hace ya tiempo, por obsoleta: aquella que oponía la opinión de la crítica cinematográfica contra los gustos del público masivo. La excusa esta vez fue el denominado “divorcio” entre los cientos de miles de espectadores que concurren a ver El día que me amen (producida y protagonizada por Adrián Suar) y Vivir intentando (un producto de Telefé con las Bandana) y el juicio de la crítica, que no les fue favorable en la mayoría de los medios de prensa.
En nombre de la llamada “sensibilidad media” del público (sea lo que esto fuese), se acusa a la crítica de elitista y aristocratizante, no precisamente por señalar las debilidades de esas producciones –que parecen estar fuera de toda duda aun para sus propios defensores– sino por una “ausencia de sintonía” con los espectadores a los que están destinadas. En su columna en el diario La Nación del domingo pasado, Pablo Sirvén llega a proponerle a la crítica “entender más y mejor a la gente común y, en consecuencia, funcionar más en tándem con ella”.
Se supone, sin embargo, que la función del crítico es entender más y mejor un film, y transmitirles sus conclusiones de la manera más clara y transparente posible a sus lectores. Elogiar una película no por sus virtudes sino solamente porque está destinada a un público masivo no sólo significaría traicionar el propio juicio y la confianza de aquellos a quienes está dirigido. Sería pasar del presunto elitismo a la más crasa demagogia y populismo.
Es más, esa complacencia contribuiría a profundizar los vicios del cine argentino denominado “industrial”: difícilmente sumaría más espectadores a los que ya tiene cautivos incluso antes de su estreno (por contar con figuras provenientes del campo de la televisión) y fortalecería la subestimación del público (ese público que algunos dicen defender) que ha imperado durante tanto tiempo, y pretende seguir imperando, en un sector poderoso del cine nacional.
Si hay una circunstancia con la cual no corresponde hacerse los distraídos (y que Sirvén no menciona en su nota), es que películas como El día que me amen y Vivir intentando disponen de gigantescos aparatos publicitarios, aquellos que les proveen los multimedios que respaldan sus respectivas producciones, y que suelen destinar tantos o más recursos a asegurar su éxito comercial que al desarrollo artístico de un proyecto.
No es precisamente la situación del llamado “nuevo cine argentino”, que en la mayoría de los casos llega a su estreno comercial en estado de absoluta indefensión, como sucedió hace muy poco con Nadar solo, primer largo de Ezequiel Acuña (26 años), realizado con sus propios medios, que se vio perjudicado gravemente cuando debió postergar de un día para el otro su lanzamiento ante el virtual bloqueo de salas que impuso el desembarco salvaje en la cartelera de la segunda parte de Matrix.
Y a todo esto, quienes fueron finalmente a ver Nadar solo o Tan de repente, otra ópera prima independiente, de Diego Lerman, premiado en la Argentina y el mundo, ¿no son “gente común”? ¿Serán anormales? ¿La norma es la moda que dicta Bandana? No hay un único público sino muchos, distintos, diversos, con múltiples gustos, puntos de vista e intereses y curiosidades intelectuales. A favor de esa diversidad y en contra de la uniformidad y homogeneización corporativa del pensamiento se expresa la crítica cinematográfica en la Argentina.

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