ESPECTáCULOS
Un refugio contra la intolerancia escondido “En un lugar de Africa”
Una ganó el Oscar al mejor film de animación y la otra, la estatuilla al mejor film extranjero, en la última ceremonia de la Academia de Hollywood. Las dos tienen por protagonistas a niñas en busca de su identidad, enfrentadas a un mundo de prejuicios.
› Por Luciano Monteagudo
“Querida Jettel. Sé que esta carta provocará el dolor de tu madre, pero te pido que tomes el primer barco que salga de Alemania, cualquiera sea su ruta, y vengas con Regina lo antes posible. No traigas nada que no sea imprescindible. Olvídate de la vajilla de los Rosenthal. Acá lo que necesitamos es una heladera.” Corren los últimos años ‘30 y en esas líneas que redacta nerviosamente el abogado Walter Redlich, consumido por la malaria en una granja perdida en el corazón de Kenia, ya se advierte sin embargo la conciencia de que es imperioso, para una familia judía como la suya, abandonar Europa. A donde sea, a las fronteras mismas de la civilización, si es necesario. El huevo de la serpiente ya deja ver la cabeza de la bestia, pero en Frankfurt no todos parecen darse cuenta. “Ya va a pasar”, le dicen a Jettel y ella también piensa un poco lo mismo. Pero no quiere desobedecer el mandato de su marido y viaja con su hija a Kenia. Eso sí, con un flamante vestido de noche adquirido en las tiendas Wertheim y con... la lujosa vajilla de los Rosenthal a cuestas. Lo que no sospecha es que ese lugar del cual nunca antes había escuchado hablar y al que pensaba apenas como un fugaz y excéntrico destino de vacaciones se convertiría en un pedazo de su vida y de la de su hija, signadas por esa tierra roja y caliente.
Basado en el libro de memorias de la periodista y escritora Stefanie Zweig, que se consagró como best seller en Alemania, En un lugar de Africa fue la última ganadora del Oscar al mejor film extranjero, una estatuilla que en la controvertida ceremonia de la Academia de Hollywood de marzo pasado, signada por la invasión estadounidense a Irak, quedó sin recoger: en un gesto que no fue solitario (el japonés Hayao Miyazaki tampoco retiró la que le correspondía por El viaje de Chihiro), la directora Caroline Link hizo de su ausencia un vacío significativo.
De alguna manera es lógico que así haya sido, porque En un lugar de Africa se ocupa precisamente de las consecuencias de la guerra y la intolerancia, que en el caso de la familia Redlich los empujó a una aventura, no siempre feliz, con la que nunca habían soñado. Una aventura, al fin y al cabo, que les permitió salvar la vida, cuando de Alemania las últimas cartas que fueron recibiendo de sus seres queridos estaban escritas con un pie en el estribo del tren que los llevaría a la muerte en los campos de concentración.
El relato utiliza el punto de vista de la niña, por entonces de apenas 6 años, deslumbrada con esos espacios inconmensurables, con los animales salvajes que los habitan y con Owuor, un nativo que oficia de cocinero de la familia y se convierte en su único amigo y confidente. No cuesta reconocer en esas memorias los antecedentes de Isak Dinesen o Beryl Markham, otras mujeres europeas que dejaron testimonio de la fascinación que es capaz de ejercer el interior más profundo de Africa. A ese “color local” se le suman en este caso los ecos de una guerra lejana, que tiene curiosas consecuencias en una región como la de las planicies de Kenia,por entonces todavía bajo dominio de los ingleses, y para quienes los alemanes, por más perseguidos y refugiados que fuesen, no dejaban de ser –en un comienzo al menos– representantes del enemigo.
La directora y guionista Caroline Link (de quien en Buenos Aires se había conocido hace unas temporadas Las voces del silencio, sobre una chica sordomuda) no siempre explora a fondo estas paradojas y prefiere en cambio desarrollar una crónica prolija, sin riesgos, tan políticamente correcta como narrativamente convencional. Como contrapartida, En un lugar de Africa es un film siempre honesto, discreto, sincero, que nunca apela a la extorsión sentimental y que prefiere, antes que pulsar una nota falsa, confiar en la verdad de la historia que tiene para contar.