ESPECTáCULOS
› ANA KATZ EXPLICA EL RETRATO DE FAMILIA DE “EL JUEGO DE LA SILLA”
“Este país suele mirar al afuera”
La película, que se estrena el jueves, se concentra en el efímero reencuentro de un joven exiliado con su familia, en un retrato de costumbres que se apoya en la comicidad, pero también produce sensaciones incómodas.
› Por Mariano Blejman
El juego de la silla consiste en hacer correr a un grupo de personas alrededor de un grupo de asientos con el sonido de una música o, en su defecto, palmas de una persona que debe estar fuera del juego. Siempre debe haber un jugador más que el número total de sillas. En el momento en que las palmas –o la música– se detengan, los participantes deberán sentarse en una silla vacía. Aquel que llegue último quedará afuera del juego hasta que quede sólo uno. El juego de la silla, de Ana Katz -asistente de dirección de Mundo grúa de Pablo Trapero–, se convierte en un escenario ideal para ver cómo corren y transpiran, esta vez, los integrantes de una familia alrededor de Víctor Lujine (Diego de Paula), que vive en Canadá y viene a pasar un solo día con su familia porteña, a la que no ve desde hace tiempo. En la película –que se estrena este jueves– habrá, obviamente, un juego de la silla catalizador de acciones histéricas frente a la posibilidad de “disfrutar” al máximo al recién llegado, tiñendo las escenas de una sensación de incomodidad. Una incomodidad que provoca risa.
Katz es parte de una generación de cineastas formados en la Universidad del Cine, pero también es una actriz iniciada en la escuela de Julio Chávez. Su película (además de producirla y escribir el guión, actúa como Laura, un personaje casi border) fue filmada en el 2000, durante los fines de semana de un año entero y en la casa de la propia directora, antes de que la crisis económica estallara. El recorrido internacional le deparó siete premios: en España (mejor comedia en Peñíscola, mención especial en Donostia San Sebastián, opera prima, actriz y público en Lérida), en Francia (opera prima en Toulouse) y en Alemania (en Wüerzburg). Pero, se sabe, aquí todo depende de la primera semana de cartel para que la película siga en la pantalla.
–La película muestra la recepción de Víctor, hermano mayor de una familia de tres mujeres (una de ellas la madre) y un hombre. Además, lo espera la ex novia, integrada a la familia. Usted parece darles a las mujeres un rol mucho más delirante que el de los hombres. ¿Es así?
–No generalizo al realizar la película. Hablo de una familia en particular y no de muchas o todas las familias. Pero a grandes rasgos, las mujeres parecen estar criadas mucho más afuera de la realidad que los hombres, que están criados fuera de lo afectivo. Hay ciertos rasgos realistas que son extremados para ser llevados a una sensación cómica. La mujer tiene imposibilidad de accionar en el equilibro cotidiano, mientras que el hombre tiene una imposibilidad de sentir.
–Entonces la locura queda expuesta.
–Víctor, el protagonista, es tal vez el más sutil en eso de mostrar la locura de una familia empeñada en hacer como si el tiempo no hubiera pasado, como si todo estuviera igual que siempre. Víctor llega a su ciudad de paso a una reunión. Va a un almuerzo de negocios al sur, y cuando llega a conversar con su familia se pone a hablar con su hermano menor de banalidades: las diferencias entre el invierno y el verano, de cómo los canadienses se vuelven locos por el tango y el asado. Son los lugares comunes, las conversaciones de ascensor. Además, no trae regalos.
–No habla demasiado con su familia, aunque se deja “festejar”.
–Tal vez Víctor tiene terror de mezclar los dos mundos que ha construido. Es un personaje que está adentro y a la vez afuera. Yo también soy un poco así. Es una sensación que aquí conocemos bastante. Este es un país que suele mirar hacia afuera, que tuvo muchas generaciones que se fueron y volvieron constantemente en distintas épocas. A veces los argentinos se debaten entre irse para tachar el pasado o quedarse y añorar el afuera eternamente. Las familias argentinas tienen un gran interés por participar de cursos y talleres, de aprender inglés, sobre todo la clase media. Y el que no sabe decir una palabra en inglés, sufre frente a los otros. Se construye un mundo con dos opciones: el interior, cálido y virósico. El exterior, pulcro y frío.
–La película es, además de cómica, incómoda. ¿Eso fue buscado?
–Después de mucho tiempo en el que Víctor no ve a su familia, da la sensación de que en dos minutos todo puede volver a ser como antes. Por más que uno crezca, parece que las familias mantienen roles. A veces escucho a hombres mayores que les dicen a sus padres: “No, papi, no me jodas”, como si fueran adolescentes.
–¿Por qué la visita de Víctor transcurre alrededor de los juegos?
–Los juegos de mesa, para mí, son momentos muy desagradables. Me parecen tremendos. Además, todos esos juegos de la primaria, como “el quemado”, sirven para demostrar que los que no tienen destreza, saben que van a perder. Aunque de chica jugaba mucho, odio la disciplina abstracta que proponen las reglas de un juego de mesa.
–¿Por qué eligió esta historia?
–Sabía que me metía en un subgénero del cine argentino, el de familias que se encuentran después de tiempo. No quería que hubiese la famosa escena de la confesión, donde todos se dicen la verdad. No hay un solo “¿cómo estás?”. Porque la gente suele disimular los llantos. Los únicos que se alegran de que los vean llorar son los actores.
–¿Por qué tardó tanto en filmar?
–El juego de la silla no surgió de querer hacer un largometraje. Primero, hace ya mucho tiempo, fue una obra de teatro que recibió un premio de coproducción con el Teatro San Martín y fue nominada a la mejor dirección de los premios ACE. Empezamos a filmar en el 2000, luego de haber grabado varios ensayos de la obra de teatro. Aunque en ese momento no tenía tantos amigos afuera como los tengo ahora. Decidí participar en la actuación por recomendación del propio Julio Chávez.
–¿Por qué cree que su película incomoda?
–Por un lado, la locura de una diva decadente: la madre. Habitualmente, no se le permite demasiada expresión a las mujeres. En las fiestas, por ejemplo, si una mujer baila muy suelta, la primera expresión de los hijos es: “¡Pará, mamá!”. O: “Qué gracioso el gordito, mirá cómo baila”. Una persona mayor, normal pero desinhibida, a priori asusta.
–Pero puede ser una risa.
–Hay una risa permanente, nerviosa, junto a la tristeza de la sensación de decadencia. La solemnidad del encuentro trae incomodidad. Al comienzo del film, Laura (la actriz y directora) le muestra los afiches que hizo para darle la bienvenida y Víctor dice: “¡Qué impresionante!”, no se sabe si le gustan los dibujos o está impresionado con su hermana. En ningún momento le dicen: “Contame algo de allá”.