ESPECTáCULOS › JOAQUIN SABINA, CANTAUTOR
“Como dice el tango, soy una garganta con arena”
Volvió a la actividad después de una enfermedad que lo sacó del ruedo y lo hizo sentir que nació de nuevo. Fue un ictus, que lo devolvió a las lecturas, los amigos y un modo de vida más íntimo. Acaba de sacar un disco y está especialmente contento con la recepción que tuvo su libro de poesía: sonetos, nada menos.
Por Sol Alameda
Nació en Ubeda, en 1949, pero después nació varias veces. Dice que le copió esa frase –”Nací en Madrid, a los 27 años”– a don Benito Pérez Galdós, aquel canario que dejó su tierra para nacer otra vez en la capital de España. “Fue”, dice Joaquín Sabina, barba recortada y negrísima, un whisky poderoso en un vaso cuyo cristal parece una armadura transparente, “para presentar un concierto en Las Ventas. Había leído que Galdós dijo ‘yo nací en Madrid a los treinta y tantos años’, y me pareció que tenía la dosis exacta de demagogia como para ganarme el aplauso general”. Esta vez, cuando ironiza el poeta de Ubeda, tiene en su mirada, aún nublada por la incertidumbre de aquella enfermedad que le interrumpió la vida por aquel instante, un deje esencial de melancolía. Como si hubiera algo dentro de los estanques del miedo. Agrega: “A mí me gustaría decir que he nacido siete veces, pero he nacido tres”. La última fue después del ictus que tanto susto le dio: “Volví a nacer otra vez. También en Madrid”. Hace poco este hombre renacido, eufórico a ratos, pero poseído por el miedo de vivir, ha sacado otro disco al mercado, Diario de un peatón. Triunfó con la poesía, su libro de sonetos Ciento volando se ha vendido como pastillas, su vuelta a los escenarios (los poéticos y los musicales) fue rutilante; él cree que se ha exagerado. Primero que nada habla ahora de aquel momento, hace algo más de dos años, cuando la salud lo echó a un lado.
–¿Qué es, qué le pasó?
–Es un ictus que puede o no dejar secuelas. A mí no me ha dejado secuelas. Me recuperé inmediatamente. Pero sí te deja una especie de inseguridad interna, una especie de miedo, también mezclado con la euforia de seguir estando vivo. Y a mí además me dejó... me hizo cambiar de vida. La nariz ahora sólo me sirve para respirar, que ya es mucho.
–¿Cómo es el miedo?
–El miedo es una cosa muy fea. Hace que lo que hacías habitualmente con la mayor desfachatez y con la mayor alegría ahora te lo pienses un poquito... Para bajar las escaleras miras al escalón. Antes las bajaba corriendo. Ahora también las puedo bajar corriendo, pero miro el escalón.
–¿Le perjudicó mucho ese miedo?
–Creo que sí, me ha dejado un poco tocado.
–¿Y en qué se manifiesta?
–Es una sensación horrible. Se manifiesta en el propio miedo, en la inseguridad, sobre todo en la inseguridad.
–¿Qué lo ha salvado?
–Los amigos, las aficiones, los libros, la guitarra...
–Parece que la amistad es para usted un redescubrimiento.
–Lo ha sido. Es que últimamente he cambiado de grupo de amigos. Los tenía de antes, pero no los veía tan a menudo como ahora. Y la verdad es que me han cobijado, me han arropado, me han dado muchísimo amor, me han emborrachado, me han hecho reír. Y hacía tiempo que no tenía un núcleo de amigos que calentaran tanto el corazón.
–¿Qué pasaba antes con la amistad? ¿Acaso la daba por garantizada y no la cultivaba?
–No, lo que pasa es que yo andaba en los bares. Me pasaba la vida, la noche en los after hours... Los amigos de los bares son los que encuentras en cada bar. Están ahí. Vas cada noche y los ves. Y son unos borrachos encantadores con los que se pierde el tiempo gloriosamente. Ahora son amigos infinitamente más productivos, y no los encuentro en los bares, sino que vienen aquí o yo voy a sus casas.
–Ya no va a los bares...
–No, no. “Ya no cierro los bares, ni hago tantos excesos, cada vez son más tristes las canciones de amor.”
–De todos modos, lo que sí es cierto es que en este tiempo en que se recuperó de su ictus ha hecho muchísimas cosas.
–Sí, pero ha sido mucho del cajón. Es decir, yo tenía algunos sonetos guardados, escribí otros y publiqué un libro. Luego recopilé las letras de las canciones y publiqué otro libro. He hecho dos discos mitad del cajón mitad nuevos. Pero no ha sido exactamente trabajo de este año, sino más de recopilación que de otra cosa.
–Ha sido acogido de nuevo a la vida con un enorme entusiasmo.
–Yo creo que ha habido un poco de inflación. Ha habido demasiado Sabina. Empiezo a notar síntomas de hartazgo en la gente y en mí mismo. Pero sí, la verdad, nada me había hecho más ilusión en la vida como tener un libro en una colección de poesía tan apostólica y tan respetable como Visor.
–Ha tenido un éxito enorme en sus recitales, como cuando volvió Vittorio Gassman...
–Después de la depresión, quieres decir...
–Exactamente...
–Soy muy consciente de que tengo un público prestado. Es decir, que no hay tantas personas que leen sonetos como las que han comprado mi libro. Es un poco el público de la canción. Pero lo que más ilusión me ha hecho de todo esto han sido los padrinos. Mi libro lo presentó Angel González. Eso me dio ocasión para hacerme casi hermano de él. Y conocerlo a él, conocer a Bryce Echenique, que me traten como uno de ellos, eso para mi vanidad de chico de provincias sienta muy bien.
–¿No exagera usted al considerar que ellos lo han apadrinado? ¿No considera que tiene su propia personalidad poética?
–Bueno, creo que soy un coplero. Y que eso lo hago bien. Que conozco los metros y las formas y tal. Pero no es lo mismo ser un versificador que ser un poeta. Un poeta es Angel. Yo sé hacer versos, que es otra cosa. Una cosa muy respetable, que me gusta mucho. A mí me gusta mucho la buena poesía mala, la poesía retórica y demagógica. Y la poesía ripiosa. Emilio Carrere, Gabriel y Galán, todos esos segundones baratos españoles me encantan. Siempre me han encantado.
–¿Siempre se ha azotado así como creador?
–Sí, es una forma de coquetería. Creo.
–¿No cree que hay como un afán de autocrítica que está también en sus canciones?
–Sí, pero desde luego yo daría el alma por ser un gran poeta con mayúsculas. Lo que pasa es que sé muy bien lo que soy. Soy el Emilio Carrere de ahora.
–Joaquín, ¿la vida lo ha hecho un hombre de pocas palabras?
–Creo que cada vez de menos palabras. Porque yo he sido muy lenguaraz y muy bocazas. Y ahora sí que las mido un poco más. También me gusta elegir mis interlocutores, cosa que antes no hacía. Antes a cualquiera que me encontraba por la calle le contaba mi vida. También he aprendido a escuchar. Sobre todo porque ando con gente que merece ser oída. Y no siempre fue así.
–¿Ahora se tienta más la ropa antes de decir que es un poeta?
–Pero yo nunca dije que era un poeta. Siempre dije que era un tonadillero. Que es lo que creo que soy. A lo mejor soy un poeta dentro de unos años. Porque cada vez tengo más en la cabeza que escribir con rigor es una de las aventuras más fantásticas que uno puede emprender. Pero no sé si estoy un poco mayor para debutar sin picadores.
–¿Podemos decir que ahora es un poco más melancólico que en los noventa?
–Melancólico lo fui siempre. Mucho. Lo que pasa es que antes siempre iba un poco atropellado y la melancolía necesita un poco de reposo.
–Los noventa... Esa fue su gran época, de noche y de día. ¿Cree que esa década fue un buen tiempo, de todos modos, a pesar de las juergas y las noches en blanco?
–Fue un tiempo cojonudo, muy sobresaltado y muy raro. Pero creo que de aquellos polvos vinieron estos lodos. Es decir, este desconcierto que hayahora tremendo. Y este no saber a dónde carajo vamos a ir a parar. Y este descrédito absoluto de la clase política y de los modelos morales. Todo eso empieza en los noventa.
–Usted siempre se manifestó como un hombre comprometido. ¿Cómo ha ido evolucionando su manera de ver este país?
–A mí me produce bastante miedo la situación actual; hay actitudes verbales que podrían llamarse guerracivilistas. Parecía que se había llegado aquí a una especie de civilización más o menos ilustrada en la clase política y ahora estamos otra vez en el “ellos o nosotros”, en el “no pasarán”. Eso me parece horrible. Lo que ha pasado en la Comunidad de Madrid, lo que pasó con la guerra de invasión de Irak y en las últimas elecciones me parece terrible. Ese lenguaje de exclusión del otro es inquietante.
–¿Lo que pasó con la guerra contra Irak es un síntoma del descrédito de la política?
–No sólo han hecho una guerra, sino que la han hecho de una manera absolutamente cobarde, absolutamente ilegal, ilegítima. Y además todo lo que dijimos los agoreros está pasando, y no sólo no han pedido disculpas, sino que ni siquiera han pagado electoralmente lo que hicieron. Es como si la memoria ya no durara ni una semana.
–Es que a la memoria, como decía León Felipe, la duermen con cuentos.
–Sí, sí. Pero con cuentos chinos. El Imperio, que no tiene contrapartida, está solo, hace lo que le viene en gana... El Emperador es un notorio analfabeto, un notorio fundamentalista de no se sabe qué. Tiene un grupo de ultraderechistas, fundamentalistas, calvinistas de no se sabe qué. Y creo que ésta es una situación gravísima. El desprecio por todo tipo de leyes internacionales, de tribunales internacionales, por el Protocolo de Kioto. Es decir... bla, bla, bla... todo lo que sabemos. Si no se corrige, vamos al abismo.
–Hay en los últimos tiempos una intervención suya bastante habitual en contra de la basura como instrumento de control de la mente de la gente. De la basura en televisión, de la basura en general.
–Sí, a mí me gusta poner la cara para que me la partan. Y en lo de la basura te la parten con mucha facilidad, porque el argumento de estos miserables es: “no tienes humor y abogas por la censura”. Claro que no abogo por la censura y claro que tengo bastante más humor que ellos. Lo que ocurre es que no sé cómo el sano pueblo español que quemaba iglesias en el ‘36 no va a quemar televisiones ahora. Porque me parece que se están meando en la sopa de los pobres de una manera espantosa.
–¿Qué cosas le dan ahora sosiego?
–Los libros. Y la buena charla de sobremesa con un buen whisky.
–¿Qué libros lee ahora?
–Siempre he sido lector de poesía. Y como los lectores de poesía, soy relector de poesía. Luego leo, como pasa a determinadas edades, historias y biografías y cosas así.
–Lo encuentro más joven que hace unos años.
–Muchísimas gracias. Es que a mí antes un gramo se me notaba enseguida.
–¿A qué le tiene miedo ahora?
–Pues muchísimo miedo a envejecer mal, es decir, a envejecer sin ser uno dueño del propio cuerpo. Ese es uno de los miedos que me quedó del ictus. A eso fundamentalmente. Y a que no se me ocurran canciones. Que por cierto hace un año que no se me ocurre ninguna.
–¿Por qué la inspiración abandona de vez en cuando al poeta?
–Porque las musas son unas putas de la peor especie. Y suelen irse o con Angel González o con Joan Manuel Serrat.
–¿No ocurre también que quizá uno huye de la musa por si la musa le dice algo que no quiere oír?
–Pues es muy probable, pero no pienso preguntármelo.
–Vivimos un tiempo en que cualquier cosa que le ocurre a una persona famosa como usted se convierte en una noticia. Y una noticia de primerapágina o de última. Los periódicos muchas veces hacen esto equivalente, la primera y la última página. ¿Qué pasó con su reciente pérdida de la voz?
–Eso fue un accidente. De hecho, la tengo ya completamente recuperada. Fue una laringitis provocada por una histeria, de eso estoy convencido, y además lo dice el médico. Yo creo que yo no quería hacer una gran gira de plazas de toros como la que estaba anunciada. Y eso me provocó una reacción histérica y estuve durante 15 días con un hilo de voz. Sin voz.
–Ahora ya tiene recuperada la voz.
–Bueno, tengo recuperada mi mala voz.
–Se flagela mucho...
–Con lo de la voz, al contrario. Los últimos discos, en los que estaba la voz como estaba, son los que más me gustan. Es decir, yo pasé de maquillar la voz en los estudios de grabación –porque hoy en día uno puede hacer cualquier cosa, uno puede cantar con la voz de Plácido Domingo si quiere– a dejarla tal como era. Y a partir de ahí, que fue el disco Diecinueve días y quinientas noches (1999), parece ser que tanto al público como a mí nos gustaba más.
–Si tuviera que definir su voz de alguna manera, ¿a qué la compararía?
–¿A qué la compararía? Hombre, me gusta lo que dice el tango: “garganta con arena”.
–¿Habla solo?
–Sí. “Quien habla solo espera hablar con Dios un día”...
–¿Y qué cosas se dice?
–Me saco la lengua. Y también de vez en cuando se me ocurre un verso bonito y me digo guapo.
–¿Se ríe mucho de usted mismo?
–Sí, claro. Yo y toda la gente con dos dedos de frente que haya por el mundo. Si no no puede uno reírse de nadie.
–Sabina de niño... ¿cómo era?
–Tengo una relación con la infancia muy rara, muy singular. Muy lejos del paraíso de la infancia. Todo lo que recuerdo de la infancia es que yo sólo quería ser mayor. Todo el tiempo. Para nada volvería a ella, ni loco. Y no fue una infancia desgraciada, sino feliz, de niño de clase media. Sin embargo, recuerdo sentir que todo lo que me pasaba no me interesaba nada, que lo que oía a mi alrededor era un horror, que los adultos sólo decían gilipolleces y que yo quería tener una llave en el bolsillo para volver a casa a la hora que quisiera y que nadie me diera órdenes. En mis canciones, en mis escritos, no hay ni la más mínima nostalgia de la infancia. De hecho, no aparece mi pueblo prácticamente nunca. Y cuando leo biografías, género que me apasiona, siempre me salto la parte de la infancia. Empiezo a leerla cuando el tipo cumple 20 años... Y cuando yo escriba la mía, que todo se andará, empezaré a los 20 años.
–O sea, siete años antes de venir a Madrid.
–Sí, cuando me fui a Londres. Cuando tuve una llave en el bolsillo. Cuando viví fuera de mi casa. Cuando me hice adulto.
–Ha hallado en la vida musical el éxito. ¿Esa palabra es una palabra de doble filo?
–Sobre todo ahora. Porque los chavales jóvenes que me escribían antes me preguntaban cómo se componía una buena canción. Ahora quieren saber cómo se hace uno famoso. Así que el éxito y la fama, que son desde luego la calderilla de la gloria, se han abaratado de tal manera que es una vergüenza que a uno lo llamen famoso. ¿Por quién me toma usted, señora?...
–¿Y el fracaso?
–El fracaso es la procesión que va por dentro. Y va por dentro también con el éxito aparente. Es decir, cada canción que uno escribe queda tan lejos de lo que uno soñó... Todo es un fracaso por mucho éxito que tenga.
–Rudyard Kipling decía que el fracaso y el éxito eran dos impostores.
–Claro. La verdadera procesión es la que va por dentro. Esa está hecha de una mezcla de éxitos y sobre todo de fracasos tremendos. Y luego hay unmontón de mujeres que no me miran. Pero un montón. Muchas más de las que me miran.
–Pero lo miran mucho...
–No, ya no. He empezado a ser invisible, como dice Haro Tecglen.
–No, lo dice Vicent.
–Ah, Vicent... Pues he empezado a ser invisible, sí. “Las hijas de las madres que amé tanto me besan ya como se besa un santo.”
–Se mitifica mucho, ahora que ha pasado ese tiempo, la felicidad de la noche, ¿verdad?
–Bueno, la noche tiene su leyenda romántica, que yo he contribuido seriamente a divulgar y en la que sigo creyendo. Realmente, la superioridad del que va a echar una cana al aire sobre el que va a la oficina por la mañana es muy alta.
–Sin embargo, la risa de noche es distinta a la risa de día.
–Es que de día no hay ningún motivo para reírse. ¿De qué se ríe uno de día? De hecho, el borracho que vuelve a su casa riéndose de madrugada siempre tiene complejo de culpa cuando ve a los que van a trabajar completamente serios y enfadados. Y dice: ¿pero a dónde vais así?
–Vive en un mundo muy complicado que es el mundo de la música. ¿Qué cree que le ha pasado a la música?
–Le ha pasado la televisión. La telebasura. Le ha pasado “Operación triunfo”. La piratería musical. La fama rápida y barata. La clonación de cantantes de orquesta hechos héroes de masas en cinco minutos. Le ha pasado todo eso. Y, sin embargo, desde que yo recuerdo, siempre la música estuvo mal. Y siempre eso que se llamaban los cantautores estábamos en crisis. Desde que yo empecé. Nunca he conocido más que eso. Pero siempre hay unos reductos de gentes que vuelven a sacar a Pedros Guerras o... yo qué sé. Siempre hay un germen de renovación. Yo creo en la inmensa minoría, que es de lo que uno ha vivido siempre.
–¿Estamos asistiendo ahora al entierro de la industria tal y como la conocimos?
–Sí, pero también estamos asistiendo tal vez al entierro de los libros tal y como los conocimos. Lo de la revolución internáutica es una cosa que sabemos cómo ha empezado, pero no tenemos ni idea de cómo va a acabar. Miro mis libros y me da una pena pensar que con el papel con que los hacen no van a durar ni 30 años, esto se va a corromper.
–Pero habrá algunas líneas que siempre alguien recuerde, ¿no?
–Supongo que sí. Pero realmente hoy es una barbaridad cómo adelantan los tiempos.
–¿Y cuál sería su línea?
–Mi línea sería: que me deje la Virgencita como estoy.
–¿Y de sus versos?
–¿De mis versos? “Que todas las noches sean noches de boda. Que todas las lunas sean lunas de miel.” Es más demagógico...
–Este ha sido un año muy complicado para la industria discográfica. Y en un momento determinado se dijo que usted apoyaba la piratería.
–No, claro que no.
–Acabemos de una vez por todas con ese malentendido...
–Lo que no he hecho es poner mi firma debajo de un documento, que yo creía que era un documento de las discográficas y lo sigo creyendo. Lo que no he hecho es poner mi firma para apoyar a la industria frente a los piratas. Entre otras cosas, porque tengo una canción que se llama “La del pirata cojo”, y siempre me ha gustado mucho imaginarme de pirata. Los cantantes no somos policías y no tenemos por qué hacer de policías de las discográficas. Para eso están la policía y las discográficas. Y creo que las discográficas son piratas de guante blanco. Y estoy contra las discográficas y contra los piratas.
–Usted es un escritor de canciones de amor, de canciones de guerra, de canciones de humor, de canciones de noche, de canciones de amistad. ¿Es también un cantante de canciones de odio? ¿Qué odia?
–No, creo que no. Aunque sí... Bueno... Tengo una especie de bacalao, una ristra, que se llama Benditos malditos; pero, claro, son de amor y odio. Bendigo un montón de cosas, como las bienaventuranzas, y maldigo otro montón de cosas. Ahora, lo que más odio es la televisión. No ya la telebasura, sino la televisión. Es, no el cuarto poder, sino el primer poder. Mire usted a Berlusconi. Y creo que es el opio del pueblo.
–Eso le pasa por verla...
–Sí, soy adicto.
–Pero debería ser indemnizado. Igual que el adicto al tabaco.
–Me deberían pagar.
–¿Habrá algún día en que indemnicen a los teleadictos?
–Sí, por corruptores de la juventud.
–Usted dijo una vez: “Me aterra imaginarme visitado por gente que detesto, como hacía Aznar con el pobre Alberti”.
–Sí, o como ésos que le llevaban curas a Baroja en el último segundo. O como el chiste de Buñuel que iba a pedir un cura antes de morirse sólo para joder a sus amigos ateos. Sí, lo del viejecito inerme me aterroriza.
–Dímelo en la calle (2002) es uno de sus discos más recurridos. Ahora todo se dice en la calle... Se ha dicho en la calle “No a la guerra”. ¿Qué es lo que usted diría hoy en la calle?
–Lo que ha pasado en la calle ahora aún no se ha contado suficientemente bien en los periódicos y en los sitios donde se refleja lo que sucede. Creíamos que la sociedad española estaba o muerta o dormida o anestesiada. Y la sociedad –no los actores, no los partidos políticos, no los sindicatos, no los líderes– se echó a la calle de una manera como yo no he visto en mi vida. A la primera manifestación, la del millón de personas, fui con mis hijas, con la madre y el abuelo de ellas, que fue ministro de la UCD; con mi novia actual; con la señora que hace aquí la limpieza; con el portero de esta casa; con el quiosquero, y con la hermana de la señora de la limpieza. Es decir, el abanico de la sociedad española era impresionante. Mucha gente que no se había manifestado en su vida. Creo que esa lección aún no se ha aprendido, ni se ha repensado, ni se han sacado conclusiones de ella. Me pareció una cosa absolutamente conmovedora y emocionante.
–¿Y cuál es su bandera hoy?
–Yo soy rojo como Haro Tecglen. Demasiado anarquista para ser comunista. Demasiado comunista para ser anarquista.
–¿Y al rey cómo lo ve?
–Soy republicano. Muy simpático. Cuenta chistes muy graciosos.