Mié 03.09.2003

ESPECTáCULOS

“Este es un no lugar, donde uno puede aislarse entre mucha gente”

Así define Víctor Winer al aeropuerto vacío de “Postal de vuelo”, pieza en la que cuatro personajes sin destino juegan a las cartas.

› Por Hilda Cabrera

Jugar a los naipes y obtener como ganancia una única postal de viaje no es una simple manera de matar el tiempo, en la obra que Víctor Winer estrena este sábado en la Sala Villa Villa del Centro Cultural Recoleta. “La dramaturgia de Postal de vuelo nació misteriosamente, de imágenes de cartas manipuladas por extraños personajes que me surgieron de la lectura de unas notas periodísticas de Rodolfo Walsh”, cuenta el autor en la entrevista con Página/12. Fueron tan sólo unas líneas las que le dispararon a Winer una historia inquietante. El autor dice escribir de modo fragmentario, a retazos, un poco a la manera del viajero que toma apuntes sobre su itinerario. En lo personal, no le interesan las postales, aunque en su obra les imprima un tinte metafísico. No está entre los que atesoran cartulinas que captan paisajes turísticos con un toque kitsch, sí en cambio entre los que perciben en la disyuntiva que plantea partir o quedarse un asunto vital. Como en Freno de mano, su anterior estreno, alejarse de un determinado lugar o permanecer en él implica establecer un contrapunto entre la desdicha y la liberación.
En Postal de vuelo todo es de un humor negrísimo, y las reglas del juego de cartas se imponen sobre la desgracia. “Primero juegue la mano y después haga llegar a los aviones”, le exige el Jugador a otro lince veterano, Eduardo, quien no soporta jugar en silencio, y acciona de tanto en tanto un grabador en el que lleva registrados sonidos de aterrizaje y despegue de aviones. “Para muda ya está la muerte”, le retruca al impaciente compañero de juego que todos los viernes llega hasta una de las salas de un aeropuerto inactivo para trabarse en una partida de póquer junto a Delia, una señora madura pero aún hermosa y un tal Rodríguez, quien ya sin astucia para juergas, enfermo y desaliñado, decidió instalarse definitivamente allí.
–¿Qué representa este espacio abandonado?
–Este es un “no lugar”, una zona de tránsito, donde uno puede aislarse aun estando entre muchos y sentir una gran soledad aunque no la busque: lugares para ser observados desde arriba, controlados no se sabe bien por quién. Postal de vuelo necesitaba un despliegue considerable, y por suerte lo encontramos en la Sala Villa Villa. Demanda la instalación de una cinta transportadora (sobre la que circulan “valijas abiertas y saqueadas como cadáveres de cuero”). En un primer momento, pensé en un aeropuerto de lujo, pero después me decidí por este espacio en decadencia, que diseñó Julio Suárez.
–¿Cuál sería la relación entre el juego de naipes que reúne a estos pasajeros y la imposibilidad de partir, según se dice rumbo a Holanda?
–No sé por qué elegí Holanda como país de destino. Tuve que usar una guía para orientarme. Uno de los personajes, Rodríguez, sueña, afiebrado, que anda por ese país, pero no se entusiasma: dice que es un infierno y que la felicidad debe de estar en otro lado. En realidad, él y los otros están lejos de todo, pero la obra no tiene relación con aspectos puntuales de la Argentina (algo que sí ocurría con Freno de mano). El tema de las cartas me lo inspiraron unas líneas de Rodolfo Walsh que tomé del libro Ese hombre y otros papeles personales. Allí escribe: “En Europa está de moda reunirse a jugar al póquer en el aeropuerto... El que pierde, se toma el primer avión que se anuncia”.
–Pero a estos personajes se les canceló el vuelo para siempre. Uno dice haber escuchado que en una radio, y en inglés, se los calificaba de extravagantes...
–Y de permanecer congelados en el tiempo. Esto es como un viaje a la muerte.
–Los juegos de naipes, en el tango por ejemplo, suelen mezclarse con asuntos de vida y muerte...
–Sí, está eso de “en la timba de la vida me planté con siete y medio...” (de “Tengo miedo”). Mi fuerte no es el tango sino el jazz, pero imagino misterios en el juego de cartas. En la obra, el que gana no está”presente” para festejar su triunfo. El juego y el lugar, tan extraño, donde no hay más aterrizajes ni despegues, se me presentaron como flashes. Cuando el director Roberto Villanueva me preguntó sobre el carácter moral de estos personajes, yo no supe qué responder. A él le pareció importante saberlo. Fue también el que eligió a los intérpretes: Victoria Carreras, Antonio Ugo, Aldo Braga y Roberto Martínez.
–¿Nunca antes se lo preguntó usted mismo?
–No, y eso que escribí unas diecisiete obras. Empecé a estrenar a comienzos de los ‘80 (El último tramo y Buena presencia son de 1981; y Honrosas excepciones, de 1983). Algunas fueron muy representadas, y hasta hubo raras coincidencias. Por ejemplo, tengo escrita una obra breve que voy a estrenar en el 2004 que tiene como título 220 Voltios. Hace muy poco supe que ése era el nombre de un grupo del interior que me pedía permiso para llevar a escena Luna de miel en Hiroshima. Con Freno de mano (del 2000) se realizaron cinco puestas, además de la que se estrenó en el Teatro Cervantes (dirigida también por Roberto Villanueva). Se hicieron montajes en algunas ciudades de provincias, y en Francia y Paraguay. Fue seleccionada para el Festival Alternativa 13, de Madrid, y se tradujo al inglés por iniciativa de la New York University y Argentores.
–¿Por qué estos personajes se resisten a abandonar el juego?
–Eduardo amplifica el sonido del avión que despega porque eso le renueva la esperanza de que, alguna vez, el aeropuerto entrará en actividad. Jugar a los naipes es como ilusionarse con el sonido del carreteo. “Después de un corte de naipes, las esperanzas se reparten”, como dice el Jugador, que con tal de seguir la partida hasta el final le exige a Rodríguez, que se está desangrando, poner más voluntad y dejar de manchar la mesa.

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