ESPECTáCULOS
› NICOLE GARCIA VUELVE SOBRE EL MISMO TEMA DE “EL EMPLEO DEL TIEMPO”
Cuando la realidad termina partida en dos
La actriz francesa, que es también una consumada directora, retoma en “El adversario” el caso real de un hombre que construyó durante más de quince años una vida de pura ficción.
› Por Luciano Monteagudo
El 9 de enero de 1993, en una localidad francesa en la frontera con Ginebra, Jean-Claude Roman (38 años), un supuesto médico que decía trabajar en la Organización Mundial de la Salud, mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres, pero sobrevivió a su intento de suicidio. Durante más de quince años, Roman había engañado a toda su familia y a sus amigos haciéndoles creer que llevaba una vida de prosperidad profesional, cuando en verdad ni siquiera había pasado de segundo año de Medicina y vivía de plata prestada. El episodio, uno de los más resonantes de la crónica policial francesa desde el caso de la envenenadora Violette Nozière en los años ‘30 (llevado al cine por Claude Chabrol con la complicidad de Isabelle Huppert), generó ríos de tinta, una novela firmada por Emmanuel Carrére y dio lugar a dos películas. La primera en llegar al circuito internacional fue El empleo del tiempo, el segundo, notable largometraje de Laurent Cantet, el director de Recursos humanos, que se alejó de la tragedia original para concentrarse en el mundo del trabajo como factor de alienación y de disolución de la identidad individual. Casi pisándole los talones, unos meses después, en la competencia oficial del Festival de Cannes del año pasado, apareció El adversario, cuarto largometraje dirigido por la actriz francesa Nicole García, que ya había demostrado su talento detrás de las cámaras particularmente en Place Vendôme, protagonizada por Catherine Deneuve.
Es inevitable la sensación de déjà vu frente al film de García, pero esto no debería impedir considerar sus méritos, que en todo caso son otros, diferentes a los del film de Cantet. Con mayor sutileza, El empleo del tiempo elegía alterar radicalmente el desenlace (allí nadie moría), para concentrarse en el planteo de una infinidad de preguntas sobre la constitución de la sociedad, sobre la naturaleza del trabajo y sobre el rol de la familia. El adversario, en cambio, comienza precisamente por la tragedia y, a partir de allí, siguiendo siempre de cerca el caso verdadero, elabora un formidable y complejo flashback que va dando cuenta de la imposibilidad de este hombre –aquí rebautizado como Jean-Marc Fauré– de seguir sosteniendo un solo día más esa gigantesca construcción ficcional que se había adueñado de su vida.
Tal como da a entender uno de los primeros planos del film, cuando el mismo Fauré se sorprende de sus propias acciones y encuentra en el piso un plato roto, que sugiere la masacre, algo se ha quebrado en el interior de ese esposo y padre de familia ejemplar. ¿Quién es ese hombre que ni siquiera parece reconocerse a sí mismo, como insinúan esos planos subjetivos de su propia figura de espaldas? “Era reservado, inteligente, tímido en algunas cosas, uno sentía la necesidad de protegerlo”, lo define quien supo ser su mejor amigo (François Cluzet), un médico que jamás se enteró de que su compañero de estudios ni siquiera llegó a terminar la carrera.
“Tus padres deben estar orgullosos”, le señala a Fauré otro ex camarada, mientras su suegro le habla de la posibilidad de comprarse un Mercedes– Benz y su esposa le pregunta cuándo se van a mudar a una casa más grande. Aquí, quizá más aún que en el film de Cantet, se hace patente la presión social y familiar, la exigencia desmedida de éxito, los códigos de comportamiento de la pequeña burguesía de provincia, siempre tan preocupada por las fachadas y las máscaras. Y Fauré se construye una de hierro, a toda prueba, tanto que cuando siente la necesidad de hablar y de confesarlo todo nadie parece dispuesto siquiera a escucharlo.
Daniel Auteuil hace de ese personaje una sombra, un cuerpo gris, pero no por ello menos expresivo. Si el protagonista de El empleo del tiempo parecía, en algún momento, disfrutar incluso de esa insólita sensación de amplitud del mundo que le daba su libertad fuera del mundo laboral, el personaje de El adversario –un adversario que no es otro que él mismo– carga con esa soledad como con una penitencia. “Peor que ser desenmascarado, es no ser desenmascarado”, reza una cita de la novela de Carrére que sirvió de base al film y con la que Nicole García elige abrir esta tragedia de un hombre como tantos, como ninguno.