ESPECTáCULOS
Un “marmitako western” made in Almería, España
En “800 balas”, Alex de la Iglesia se divierte creando un homenaje a las películas del Oeste hechas en tierra española.
› Por Martín Pérez
“Ya no se hacen películas de las buenas, como las de antes. Ahora sólo se hacen películas para viejas, o si no esas chorradas de efectos especiales”, dice uno de los protagonistas de 800 balas, al promediar el más reciente trabajo de Alex de la Iglesia. Y su afirmación es al mismo tiempo contradicha y reafirmada por la existencia de la película. Porque, claramente, 800 balas no es una película para viejas ni una de esas chorradas de efectos especiales. Pero tampoco es una película de las de antes, sino que –en consonancia con esa línea de diálogo– es una película que añora aquella época en que se hacían películas buenas.
Una película buena, dentro de este contexto, vendría a ser una película honesta, llena de acción y de humanidad en sus personajes. Una película que sabe lo que quiere y va hacia ello directamente. Una buena película, para los personajes de 800 balas, son películas como Patton o Por un puñado de dólares. Películas como las de antes, que si piensan sobre sí mismas lo hacen sin incordiar todo el tiempo al espectador con sus minucias reflexivas. Algo que sucede sin embargo en 800 balas, aquí al margen de su acción, pero sólo para el disfrute del espectador cómplice, que al mismo tiempo comparte –con más o menos reparos, según el momento, su interlocutor y, por supuesto, la película– la contundencia de aquella reflexión tan poco reflexiva.
Un auténtico patio de juegos para el fanático del cine con cierto gusto por el estilo casposo de la ironía cinéfila española, el film del bilbaíno De la Iglesia tiene en su centro aquel falso Hollywood que supo ser en su tiempo el desierto de Almería, donde el italiano Sergio Leone rodó sus legendarios spaghetti westerns. De la misma manera, De la Iglesia ha bautizado a su film como marmitako western, en honor a un plato vasco, en apariencia muy sencillo pero con sus particularidades. Con poco de western pero mucho de fanatismo, 800 balas cuenta la historia de un niño revoltoso perdido entre lujos y que no ha conocido a su padre, pero que de pronto descubre que su abuelo no sólo trabajó con su padre, sino que sigue vivo y reside en Almería. Hacia allá irá entonces el niño, y su aventura servirá para presentar a los verdaderos protagonistas del film de De la Iglesia, una troupe de dobles de riesgo que viven en aquellos viejos decorados, haciéndose su propia película.
Con su habitual respeto por las buenas escenas –hay gags geniales, como el del sevillano que se cree vasco– y los personajes secundarios, 800 balas es un por momentos emocionante homenaje a lo que significa el cine, tanto para el espectador como para quienes lo realizan. Con una Carmen Maura atrapada en su papel de madre vengativa y un Eusebio Poncela estereotipado, el gran peso del film recae sobre Sancho Gracia y su grupo de desclasados, cuya presencia deviene poco a poco en memorable. De la misma manera que lo son muchos de los gags de la primera mitad del film, que se cierra con una gran fiesta en la que el niño se iniciará en losplaceres de la vida a través de ese remedo de cine que no se rueda sino que se vive en Almería.
A pesar de que su metraje se alarga demasiado en una segunda parte que se hace algo repetitiva, 800 balas es un digno producto de la filmografía de un director que se pasea por los géneros con un entusiasmo de fan, pero al mismo tiempo siempre con ese exagerado respeto de quien no se siente capaz de emular a sus maestros. Tal vez el film más sentimental y querible de toda su filmografía, es en ese corazón que aún no parece listo para intentar ser sincero sin la máscara de la ironía y el gamberrismo donde se deba buscar los actos fallidos del trabajo. Pero, a pesar de toda la guarrez desplegada (y esperada), el respeto es lo que campea en una obra que tiene tiempo para citar a Berlanga y hasta honrar a quienes siguen realmente allí en Almería. En ese poblado bautizado “Texas Hollywood” que parece tan imaginario y sin embargo es real. Tanto como lo es esa foto que cuelga en su boletería, en la que se lee: “Lucas y Spielberg estuvieron aquí”. Alex de la Iglesia también.