ESPECTáCULOS
› LA BAILARINA Y COREOGRAFA SOL PICO PRESENTA SU OBRA “BESAME EL CACTUS”
“Para mí el cactus es símbolo del riesgo”
La crítica italiana la rebautizó como “El pequeño elfo rubio”, pero la obra que viene a presentar a Buenos Aires juega con cuestiones menos angelicales. “Mi obsesión es el control absoluto del cuerpo”, se define.
› Por Silvina Friera
“El pequeño elfo rubio”, según la bautizó la prensa italiana, es una heroína debilucha que aparece inmovilizada por una armadura medieval, bien quijotesca y aparatosa. Después que se desprende del pesado armatoste, reparte tomates entre los espectadores y con una vocecita angelicalmente infantil advierte: “Apunten bien, por favor”. La transgresión no concluye con la lapidación de la artista a los tomatazos, porque la bailarina y coreógrafa valenciana Sol Picó regula cada una de las escenas que integran Bésame el cactus, que se presenta hoy y mañana a las 21 y el domingo a las 19 en el teatro Regio (Córdoba 6056). Esa criatura tan frágil como zumbona desplegará una intensidad visceral, cohesionada con ráfagas de humor, ironía y parodia. Mientras engaña con su fragilidad, tiende las redes tangibles de su arsenal gestual y su rigurosa destreza física al servicio del público. Si la representación resulta explosiva y multidisciplinaria es porque Picó mezcla la estética clásica y flamenca, la ópera con los ritmos latinos (boleros) y la canción francesa, el registro surrealista de algunos sketches con el tono absurdo en otros, y amalgama el teatro, la danza y el circo (utiliza el trapecio y el fuego). Niña mimada de la cartelera de Barcelona –ciudad en la que reside desde hace años–, Picó no se conforma con el canon clásico ni con el contemporáneo porque cultiva, ante todo, la irreverente heterodoxia.
La bailarina explica en la entrevista con Página/12 que el cactus es la excusa emblemática y vital del espectáculo –con dramaturgia y dirección de Txiki Berraondo–, que apela sistemáticamente al tema musical “Bésame mucho”. La escena más impactante exhibe a Sol, ataviada como un cisne negro y con los ojos vendados, en el preciso instante en que inicia un paseo suicida, descalza, por una hilera de cactus, separados entre sí por unos pocos centímetros. “Me interesa trabajar con el miedo al riesgo de enfrentarnos con situaciones límites. El hecho de tener que moverte en un espacio que te puede pinchar y lastimar se asemeja a cualquier situación cotidiana, no sólo artística. El cactus es el símbolo del miedo y el riesgo existencial”, dice Picó, que nació en Alcoy (Alicante) y se formó en danza clásica en el Conservatorio Oscar Espla. “Las mujeres se han espabilado. Es que estuvieron tanto tiempo calladas que las nuevas bailarinas y coreógrafas necesitan decir lo que durante muchos años no pudieron, no quisieron o no supieron cómo expresarlo. Vivimos en sociedades hipócritas, que sólo tratan de perpetuar las formas, pero éstas tienen que cambiar y evolucionar”, subraya Picó, creadora de otras coreografías como el burlón manifiesto E.N.D. (Esto no es danza) o la más reciente La donna manca o Barbi-superestar.
En cuanto a la estética que prevalece en la compañía creada por la coreógrafa en 1993 (que lleva su nombre), Picó admite que se sustenta en el kitsch. “Por muy sobria que quiera hacer mis coreografías –confiesa–, siempre emerge el típico elemento que les da un ramalazo kitsch a mis trabajos.” A la danza frenética entre los cactus, la bailarina añade otros audaces experimentos. Por ejemplo, cuando choca una y otra vez contra un espejo que no logra atravesar o cuando arremete zapateando flamenco. Picó no taconea con los zapatos, según lo exige la convención: la sorpresa es que lo hace en zapatillas de ballet.
–Muchos críticos españoles sostienen que es una bailarina provocativa. ¿Qué significa para usted la provocación?
–La gente necesita poner etiquetas porque jamás he pensado en provocar explícitamente. Nunca se me ocurrió bajarme los pantalones. Parto de la libertad total creativa y trato de llegar a donde tengo ganas, buscar en el movimiento y la emoción para comunicar algo. Soy una mujer muy normal, no soy una tía complicada. Lo que sucede es que me entrego de una manera tan libre sobre el escenario que la gente se siente coartada y provocada.
–¿Es lo mismo provocar que transgredir?
–No. La transgresión está relacionada con la investigación de un aspecto concreto de la danza o el teatro. De repente, te mueves de una manera rara y transgredes las normas o las líneas del movimiento, porque nadie se había animado a hacerlo de esa manera. La transgresión me genera admiración, me gusta jugar con los límites. En cambio, la provocación tiene otros tintes más morbosos.
–¿Cómo hace para regular los tiempos escénicos y ganarse la complicidad con el espectador?
–Es una cuestión energética. Hay un trabajo consciente de cómo manipular la energía para atrapar al público. En Bésame el cactus juego con el miedo al riesgo y me enfrento con los espectadores poniendo toda la carne en el asador: les pido un cigarrillo y pregunto si alguien quiere bailar conmigo. A lo largo del tiempo fui consolidando mi propia energía y las estrategias que me permiten mantener y dosificar la atención. El escenario nunca fue un problema porque siempre me llama.
–¿En qué momento se produjo el salto de la formación clásica a la contemporánea?
–Cuando lo clásico se agotó y me parecía pacato y aburrido. Recuerdo que esto me pasó hace muchos años y que, por ese entonces, en España todavía no habían ingresado las tendencias contemporáneas; sólo había jazz al estilo de Bob Fosse. Viajé de Valencia a Barcelona, pasé por París y Nueva York y fui tomando contacto con otras disciplinas. Al cabo de los años, lo que hice fue fusionarlo todo. En la memoria física ingresan los ingredientes y el resultado del procesamiento es un sincretismo que rompe con lo clásico, con lo flamenco, hasta gestar y articular un trabajo personal. Exploro, pruebo, escojo fórmulas y luego las voy recreando y desarrollando.
–¿Hay una obsesión que la defina como bailarina o coreógrafa?
–Sí, por la edad que tengo (36), me preocupa la fisicalidad, aunque tengo clarísimo que la edad está en el alma. Mis espectáculos son muy físicos, incluso la gente que trabaja conmigo acaba quejándose del cansancio, rezongan, extenuados, porque dicen que no pueden más. Mi obsesión reside en el control absoluto del cuerpo –mente y espíritu–, que esté puesto en el escenario de modo que me habilite a incrementar las velocidades o profundizar las lentitudes de una manera potente y consolidada.