Sáb 20.09.2003

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL DOCUMENTALISTA CHILENO PATRICIO HENRIQUEZ

“Vivimos en un continente machista”

El cineasta radicado en Canadá apunta al carácter provocador del film “Juchitán de las locas”, que está presentando en Rosario.

› Por Mariano Blejman

Desde Rosario

La historia del chileno Patricio Henríquez podría pertenecer a uno de sus propios documentales. En 1974 fue ganador de “la beca Pinochet”, ironiza él, y tuvo que exiliarse después de un año de prisión. Hasta el 11 de septiembre de 1973, Henríquez había sido secretario de prensa de Hortensia Bussi, esposa del entonces presidente socialista Salvador Allende, y periodista-director del Canal 9 de la Universidad de Chile. De Santiago se fue a Montreal, donde construyó una sólida carrera como documentalista. “Y no desempaqué valijas hasta 1979”, asegura en la entrevista concedida a Página/12 en Rosario, donde está presente como jurado del X Festival Latinoamericano de Video de Rosario. Ya no pudo volver a Chile. Y Chile no fue más como él la conoció. Algunos de sus trabajos han recorrido esa historia. El último combate de Salvador Allende tiene testimonios de los once sobrevivientes del ataque a La Moneda; Imágenes de la dictadura es un ensayo con escenas filmadas por el camarógrafo Raúl Cuevas.
Henríquez tiene una “estrecha relación”, dice, con el Festival de Video que cierra mañana, y donde presentó varias de sus películas. Además de ser jurado de la Competición Oficial, acaba de preestrenar en Rosario Juchitán de las locas, un trabajo atípico, a simple vista, para quien viene del documental político. Al sur de México, muy cerca de Chiapas, hay un pueblo indígena zapoteco particularmente tolerante con la comunidad homosexual. ¿Cómo es posible que en el país de los “machos” haya homosexuales liberados?, se preguntó él, sin interés en responder la pregunta sino en saber cómo funciona esa sociedad cuya economía está basada en las fiestas. “Hay 600 fiestas al año”, cuenta Henríquez.
–¿Hay un cambio en la temática de sus trabajos?
–No es tan virulento. Cuando se hacen muchos trabajos sobre la historia de América latina, uno se llena de tragedia. Pero la realidad no es sólo eso. Me interesó el carácter subversivo de un pueblo que se rebela sin saberlo frente al entorno, donde hay un particular trato de integración y tolerancia con los homosexuales, en un país como México, tremendamente machista. Vivimos en un continente machista. Pareciera que sólo en los países desarrollados los homosexuales ganaron lugar por su militancia. Pero en Juchitán es distinto. En un mundo donde Bush y Le Pen son abiertamente homofóbicos, el caso de Juchitán es provocador.
–¿Qué tiene de provocador?
–Es la historia de tres de esos homosexuales, de cientos que hay en Juchitán: Oscar Cazorla, la travesti Felina (Angel Santiago Valdivieso) y Eli, un profesor y filósofo, claramente conectado con el mundo externo. En un momento el profesor dice: “Cuando tenía 8 años, en mi casa había un mozo, que me hacía penetración anal y a mí me gustaba”. En el fondo, no hay un cambio tan grande con mis otros trabajos. Me interesa lo humano y lo social que siempre termina siendo político.
–¿Cuál es el eje político de sus trabajos?
–Sin quererlo, todo termina siendo tremendamente antinorteamericano. Ahora estoy con Modos de muerte, sobre la pena de muerte en Estados Unidos y Japón. Seguimos algunos casos en ambos países. Otro trabajo es sobre el calentamiento del planeta. Estuve en tres islas que son las primeras que van a desaparecer cuando el mar suba un poco más, probablemente en los próximos 40 años. En Alaska hay una isla donde viven 600 habitantes y cada vez hay más tempestades que están comenzando a comerse la tierra. La otra es Tubalú, país de 11.000 habitantes, cerca de Kiribati, en la Micronesia, a tres metros sobre el nivel del mar. La tercera es la isla de Manhattan. Lo dicen los propios climatólogos de la NASA. Estados Unidos está solo contra el mundo. Y contra sí mismo.
–En la Argentina, sólo se vio en Canal 7 “El último combate de Salvador Allende”. ¿Cuál es el mercado de sus productos?
–Principalmente trabajo para la televisión pública canadiense, que se financia con el dinero de la gente y hay un diez por ciento de producción interesante. Necesitan mantener cierto prestigio con productos de nivel. Armé la productora Macumba Int. con dos “nativos” canadienses, aunque ya había trabajado doce años en la TV pública. Y siempre terminaba contando la vida de la gente. Porque creo que los hombres explican los lugares. En el Festival, aquí, vi a un campesino que cultiva mandioca: “Hace 15 años, para comprar un kilo de pan vendíamos un kilo de mandioca. Ahora necesitamos 20 kilos de mandioca para comprar un kilo de pan”. No hay mejor definición económica que ésa. Un documentalista tiene que mostrar lo que no encaja, lo que no funciona. Hay que ser un hinchapelotas.
Nadie puede decir que si alguien es gordo y otro está famélico, el gordo no podría comer menos para que el famélico se reponga. Por eso a mí me interesa mostrar los marginados. Porque entre los ricos hay poca dignidad.
–¿Cómo se lleva con Chile hoy?
–Tengo serios problemas con ese país. Me quedé pegado con el Chile de Allende, un despelote. La derecha no estaba errada en decir que el gobierno era un caos. La izquierda perdió el argumento, deberíamos haber dicho “sí, Chile es un caos, pero es más interesante que el orden”. Porque había inflación, Allende subía los sueldos, había desabastecimiento, pero también había un mercado negro: era más entretenido. El embajador de Estados Unidos en Chile me comentó para un documental que Kissinger y Nixon le habían dicho que había que “reventar” a Allende. El caos no fue tanto del gobierno de Allende, sino de sus feroces opositores.
–¿Estuvo en el recordatorio de los 30 años del golpe?
–Sí y creo que fue un recordatorio patético. Hay en Chile un gusto al orden. Santiago parece un gran regimiento. El día del recordatorio, el poder político cerró La Moneda al pueblo: acordonaron siete cuadras a la redonda e hicieron un show para la televisión. La gente en las afueras intentaba acercarse, había vallas custodiadas por los pacos (carabineros) que dejaban pasar grupitos para hacer ofrendas. Eran escoltados por los mismos que durante 17 años los masacraron.

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