ESPECTáCULOS
› “LA MORT DE KRISHNA”, UNA OBRA CON DIRECCION DE PETER BROOK
La inexorable ruta del conocimiento
La obra montada por la compañía CICT/Théâtre des Bouffes du Nord apela a la filosofía de la India para expresar su idea de la armonía.
› Por Cecilia Hopkins
El amarillo y el naranja son los colores que desde muy antiguo van asociados en la India al conocimiento y al desarrollo espiritual. Devotos y peregrinos hinduistas hoy siguen vistiendo túnicas de color azafrán, al igual que algunos de sus dioses: Vishnú, “el que sostiene el mundo y lo hace resistir”, Krishna, su octavo “descenso” o reencarnación y Ganesha, “el removedor de obstáculos”, deidad con cabeza de elefante que, aunque no integra la trinidad sagrada, es una de las más populares del intrincado panteón devocional indio. Estas tres figuras tienen un lugar preferencial en la puesta de La mort de Krishna: bajo luces ambarinas, sobre un tapete naranja, almohadones y utilería repiten los mismos colores subrayando la atmósfera ritual que completan las lámparas de bronce encendidas, infaltables en la India, en toda representación escénica de corte tradicional.
Presentado por la compañía CICT/Théâtre des Bouffes du Nord que dirige Peter Brook, con la interpretación de Maurice Bénichou y Sharmila Roy en canto y tanpura, la obra es apenas un fragmento del monumental The Mahabharata, estrenado en 1985 sobre la epopeya homónima y esto se nota: desgajada de su contexto original, la obra no concede las pistas que necesita el espectador para comprender quién es quién entre la multitud de héroes, seres legendarios y semidioses que aparecen nombrados en el texto y a qué aspectos concretos del conocimiento y el desarrollo espiritual del hombre se está haciendo referencia.
Dispuesto a oficiar el rol del narrador, Bénichou se inclina sobre el voluminoso libro ubicado al centro de la escena. Las historias que cuenta provienen de la última sección del poema, centrada en la vida de Krishna una vez concluida la gran guerra entre Kauravas y Pandavas, episodio éste que constituye la trama central de la epopeya. El personaje realiza un rápido racconto sobre los hechos pasados: Krishna había asumido forma humana –eligió ser un brahmán u hombre perteneciente a la casta gobernante– para aliarse a los cinco Pandava a los efectos de guiar a su líder, Arjuna, hacia la victoria. El narrador da por sentado que el espectador sabe que el héroe introduce una nueva forma de pensamiento: la necesidad de poner toda cuestión humana en consonancia con las leyes que rigen el universo. La palabra dharma –una de las metas de la humanidad, según la filosofía hinduista– recién aparece en el texto de La mort... casi al finalizar el espectáculo, aunque forma parte de su marco conceptual: dharma designa lo que es y lo que debe ser, tanto en la esfera de lo humano como en el plano universal, noción que en el Mahabharata, (texto que reseña el desarrollo de la cultura indo-aria) marca el pasaje de una sociedad tribal a una forma de organización más compleja.
En caso de liberarse de la obligación de retener tanto nombre y progenie, el espectador quedará en condiciones de acceder al espectáculo de otro modo. Porque Bénichou asume la narración con los recursos propios del cuentacuentos: su voz se deja atravesar por los diferentes personajes que surgen durante el largo período en el que Krishna continuó dispersando su legado por el mundo. Las melodías de Roy, el sonido de su instrumento y címbalos, subrayan pausas y conectan personajes y situaciones. En todas ellas se apela a lo sobrenatural, de la mano de seres legendarios y maliciosos que intentan impedir que el viejo asceta metamorfoseado en bello adolescente termine complaciendo a la princesa. Hasta que el destino “que cumple su obra de modo inexorable”, se encarga de recordarle al travieso Krishna su naturaleza humana: ninguno de sus trucos de semidiós lo librará de asistir a la destrucción de su reino y sufrir una muerte por error, a manos de un cazador furtivo. Sobre la última de las melodías de Roy, el personaje de Bénichou toma la cabeza de Ganesha y la apoya sobre el libro abierto para dar por terminado el espectáculo. Así rinde un homenaje al dios-elefante que aceptó ser el escriba del Mahabharata, cuando su autor le confió que no sabía escribir y que necesitaba dictarle “la historia poética de la humanidad, para grabar el dharma en el corazón de los hombres”.