Dom 21.09.2003

ESPECTáCULOS  › SKAY BEILINSON EN EL TEATRO

Rock de paladar negro

El guitarrista de Los Redondos sigue dando alimento a quienes lamentan la ausencia de la banda, con canciones electrizantes, una buena banda y la actitud de quien sabe lo que hace.

› Por Pedro Lipcovich

No hay manera de reducir la figura de Skay Beilinson a la lógica compartimentada del mercado. ¿Quién o qué es, exactamente, ese tipo que se mueve como un gato de miembros extensibles, mezcla de hombre de goma y bandido de pueblo fantasma? Sus canciones engendran mitologías nocturnas, bestias de ciencia ficción y simbología naval. El año pasado, al editar “A través del mar de los Sargazos”, el ex guitarrista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota concilió varias formas de exploración. Haciendo de su instrumento una caja de música sombría y fosforescente, renovó el “género” que inventó junto con el Indio Solari, adoptando conductas de beatnik, de trovador sureño y de narrador de aventuras.
Si la primera generación del rock nacional tradujo “hippies” a “náufragos” (“La Balsa”, de Tanguito y Nebbia, como síntesis fundante de aquel espíritu), Skay revalúa la metáfora de iniciación y, casi cuarenta años después, asume como capitán a bordo de una embarcación a la deriva. Esa incertidumbre promisoria que sugiere el comienzo de una carrera solista indescifrable. Al ver a Beilinson en el centro de la escena de El Teatro, generando un campo magnético voluble, se piensa en qué poderosa debía ser la imagen de Solari para relegarlo a un segundo plano.
El guitarrista echa mano a un manojo de tópicos de la historia del rock y los reordena en un dispositivo escénico singular. Como cantante, asume sin complejos esa versión levemente agravada del Indio Solari, aunque por momentos destila cierta tenebrosidad no exenta de sarcasmo. Frente a un público que combina ricoteros de fidelidad tribunera y otros de paladar negro, Skay y su banda detonan primero con “Gengis Khan”, un rock que describe la intrusión de una criatura pesadillesca en una ciudad sitiada. Es el típico paisaje redondito, y los seguidores de esta primera etapa solista lo entienden a la perfección. Si bien el cántico más recurrente implora “sólo te pido que se vuelvan a juntar”, los temas de “A través del mar...” despiertan un fervor que no siempre producen los primeros pasos en solitario de un referente de una banda tan popular (en este caso, la más popular de la historia del rock argentino). Así, “Kermesse” anuncia la inminencia del apocalipsis (“vamos a ver un hilo de baba, cayendo de un cielo de plomo”) y hecha mantos de sombra para que el fulgor de “Nene nena”, viejo inédito de los Redondos, encandile con su marcha de rock and roll vertiginoso.
Fuera de las canciones, Skay sólo dice lo necesario, como el anuncio de dos temas nuevos (uno de ellos, una especie de polka eléctrica de reacción inmediata). Su presencia abona naturalmente a la configuración del enigma. El primer impacto es físico: un veterano elástico con sombrero y lentes oscuros avanzando como una marioneta autocontrolada hasta ganar el núcleo de la noche. Luego de esa primera impresión estética –un hombre al que habían convertido en estampa bajando a una dimensión terrenal–, Skay empieza a incidir de un modo más profundo. Los relatos de deriva y Juicio Final se enhebran en una misma línea de rock y blues profanos, de destellos de luz y corazón de las tinieblas. Si en “Oda a la sin nombre” Beilinson parece cantar sobre una emisaria infatigable de la muerte, en “Entre el cielo y la tierra” se convierte en poeta naturalista y sale a navegar por el espacio. “Alcolito”, en cambio, escenifica el imaginario de bar metafísico del autor. Coladas entre esas piezas de mitología propia, las viejas canciones de los Redondos llegan como ecos de un amor exiliado. “Jijiji”, el tema con que la banda solía cerrar todos sus shows, provoca un cortocircuito de carne y huesos, coros onomatopéyicos y, una vez más, el pedido de una reunión redonda. “El infierno está encantador esta noche”, “La bestia pop”, “Caña seca y un membrillo” y “Nuestro amo juega al esclavo”, en boca y dedos de Skay, son el alimento más parecido a la ricota que puedan tener los estómagos súbitamente vacíos de los fieles de Patricio Rey.

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