ESPECTáCULOS
› RICARDO PIGLIA HABLA DE LOS NUEVOS DISCURSOS EN EL PAIS
“El gobierno hace visibles las contradicciones sociales”
El autor de “Plata quemada” y “Nombre falso” reflexiona sobre la enunciación del conflicto social y del impulso para enjuiciar a los criminales de la dictadura militar, dos novedades alentadoras en el discurso de la política argentina.
Por Angel Berlanga
Cada tanto Ricardo Piglia se apoya un poco más sobre la mesa y con la mano derecha, por detrás de los lentes de marco plateado, hunde el arco de su ceja izquierda. “Soy tímido, por eso soy escritor”, le dijo hace un rato a la fotógrafa, y le contó que planea algo así: “Un trabajo conjunto donde ustedes escriban los textos y los escritores saquemos las fotos”. Desde 1985 el autor de Respiración artificial y La ciudad ausente, ensayista y cuentista, guionista de cine, descifrador incansable de la literatura argentina, narrador clave entre los narradores, reparte sus tiempos entre Buenos Aires y la Universidad de Princeton, donde estuvo entre septiembre del año pasado y mayo de éste. Cuando volvió al país, con Néstor Kir-
chner en la Presidencia, el gobierno argentino ya era otro y el discurso también. A pocas horas de volver a sus clases en la universidad estadounidense, Piglia habla de las novedades que percibió aquí en estos meses; todo lo que dice, sus interpretaciones y análisis, refieren a una mirada literaria. Cada tanto el gesto, la mano que hunde la ceja por detrás de los lentes de marco plateado, le pone en el rostro una expresión grave y aguda a la vez: una forma alternativa de ser visto y, acaso, una forma alternativa de ver.
–Luego de ocho meses en Estados Unidos, ¿qué encontró a su regreso?
–No fue un tiempo tan extenso como para pensar que uno pierde la perspectiva; de hecho, éste es el lugar donde vivo. Uno busca construir una cierta mirada extranjera, extrañada, aunque esté aquí: un intento de tomar distancia que, por lo menos en la literatura, es muy importante. La Argentina siempre sorprende, ¿no? Los pronosticadores, los llamados analistas políticos, quienes se dedican a interpretar el presente, viven en aprietos: se equivocan siempre. Me parece que si uno quiere saber qué está pasando encontrará más signos en la literatura que en esas miradas profesionales decididas a construir hipótesis. Algunos hechos políticos no se perciben o se perciben de modo equívoco, y entonces siempre está esa sensación de sorpresa. Tendemos a estar muy atados al acontecimiento inmediato y a sus efectos; yo intento ver por debajo de lo que se ve a primera vista.
–¿Y qué observa en el discurso oficial o lo que se ve en la superficie del Gobierno?
–Tengo la sensación de que el Gobierno está hablando de una manera distinta a como se venía hablando en la Argentina desde hace mucho, porque hace visibles las contradicciones sociales que antes estaban bloqueadas; no aparecían en el discurso, no digo que no existieran. La Argentina era una realidad homogénea que siempre tenía un enemigo: en la época de los militares ya sabemos, en la de Alfonsín el golpe militar-sindical, y en la de Menem el fantasma de la hiperinflación y el de la antigüedad: el país debía ser modernizado y los que pensábamos distinto vivíamos en el pasado. A partir de ahí venían los hechos, que siempre eran vistos como decisiones del conjunto de la sociedad en función de la necesidad que estos sujetos decían captar. Ahora al menos se habla de conflictos: parece haberlos con los empresarios, y eso está dicho. Eso es importante: empieza a hablarse de contradicciones sociales, de grupos, de poder, de tensiones y se intenta definir la política en función de una negociación en el interior de esos conflictos. Es bastante novedoso en relación con lo que ha sido tradicionalmente el discurso político de los últimos años. No sé qué resultados tendrá este enfrentamiento, pero hacerlo visible me parece muy importante.
–¿Y en relación a la política del Gobierno con los crímenes de la dictadura?
–Ese es el otro punto importante. Todo aquello que se discutió en la época de la Obediencia Debida y el Punto Final, cuando algunos insistíamos en que esas eran leyes que no debían aceptadas (mientras desde el alfonsinismo se decía que esto debía hacerse en función de la “pacificación”, y se presentaba como consensuado por la sociedad, por temor al golpe, otra vez un fantasma conspirativo, que en realidad era una coartada), y éramos acusados de contribuir a cierto juego, se ha modificado. Es verdad que la coyuntura política no es la misma, pero éste es otro elemento relativamente nuevo. Estamos discutiendo cuestiones básicas y no coyunturales, del funcionamiento mismo de la sociedad: discutir si se castiga o no a los culpables de actos contrarios a cualquier racionalidad y ley es un elemento muy importante de construcción de lo social propiamente dicho.
–Y más allá de los discursos que subyacen en el Gobierno, ¿cuáles destacaría entre los que subyacen en lo social?
–No puedo decir mucho, porque es muy difícil que alguien pueda hacerse cargo del conjunto de las circulaciones de relatos que podríamos entender. Pero si volvemos a esto de una realidad definida por la contradicción y el enfrentamiento, la cuestión social, de modo nada inocente, siempre es vista como amenaza, se llamen piqueteros, pobres o pibes chorros. Esto empezó con Sarmiento: la tradición argentina ha trabajado muchísimo esta cuestión, “el otro social” como amenaza: los indios, los gauchos, después los inmigrantes... En esta época toma formas y representaciones diversas; debemos descifrar qué sectores buscan identificar y construir de ese modo la imagen del enemigo, quiénes ponen más énfasis en estas historias, y quién hace ver otro tipo de relato, de discurso social.
–¿Y si tuviera que elegir uno?
–Pareciera que el debate sobre la ley, ¿no? Todo parece estar en un estado de gestación, con el enigma de cuál va a ser el hegemónico. Yo siempre me refiero al género policial, que trabaja la ley, el crimen y la verdad como claves de construcción, y me parece que ese es el nudo sobre el que se discute en la Argentina hoy: la ley en relación a los jueces y la Corte, al juzgamiento de los militares, al delito. Y también en relación a cómo se negocia o se estabiliza una legalidad posible para el que está en una posición débil: el Estado argentino discutiendo con las grandes empresas monopólicas, o los débiles de este mismo sistema. La posición del débil no es nunca tomada en cuenta; pero ahora, al menos en términos de discusión en torno a la deuda externa, y a tensiones con las formas en que la economía está siendo definida, sí aparece esta noción de que es preciso empezar a pensar en el que está en una posición subalterna.
–A estas posiciones del Gobierno, ¿las observa protagonizadas por Kirchner casi exclusivamente o percibe un movimiento más amplio?
–No, lo que digo es muy precario. Me da la sensación de que algo ha cambiado en el plano del discurso del Gobierno; ni siquiera quiero decir el discurso del Estado, todavía. Se está usando un lenguaje menos artificial, que funciona en una lógica menos afectada: se están diciendo las cosas con palabras más comunes. Eso me parece un signo importante. Yo llegaría hasta ahí.
–Usted decía antes que los signos de lo que pasa se observan mejor en la literatura. ¿Qué ejemplos citaría?
–En la novela argentina es muy común encontrar historias de la construcción o el desciframiento del complot. Y esto se produce paralelamente al hecho de que en la sociedad el tema del complot se discute cada vez con mayor intensidad. Sería un caso, para mí, del modo en que la literatura percibe el funcionamiento de una lógica social. Entre otros, podría poner como ejemplo a Manuel Puig, que ha hecho una gran literatura política pese a que él mismo no puede ser caracterizado específicamente como un escritor político. Ha escrito algunas de las mejores novelas políticas argentinas, y los grandes textos sobre la dictadura, como El beso de la mujer araña, o Pubis angelical; él está al sesgo de lo que sería la literatura comprometida y, sin embargo, es el que mejor percibió el funcionamiento de cierto tipo de tensión interna en la política. Sus textos percibieron, se hicieron cargo, de nudos del imaginario social que no fueron registrados por analistas o sociólogos, individuos dedicados más profesionalmente a eso.
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