Lun 22.09.2003

ESPECTáCULOS  › “LA PELOTA VASCA” SACUDE EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIAN

Una muestra con alto voltaje

El notable documental de Julio Medem, que aborda el conflicto con la ETA, provocó discusiones, pero se ganó una ovación.

› Por Horacio Bernades

Desde San Sebastián

Al mismo tiempo que la canícula bajaba a límites tolerables (hasta ahora se mantuvo bien por encima de los 30 grados, algo inusual para la época), en el cuarto día del evento inaugurado el jueves pasado, la temperatura política, emocional y cultural del 51º Festival de San Sebastián alcanzó la que seguramente será su máxima cota. Es que ayer finalmente se presentó ante la prensa y el público la que desde un comienzo aparecía como la película-acontecimiento del festival donostiarra. Curiosamente, no se trata de un film con grandes estrellas de Hollywood (que las hay dando vueltas por aquí, desde Harvey Keitel hasta Charlize Theron) ni tampoco alguno de los títulos que compiten por los premios oficiales, ninguno de los cuales ha despertado por el momento grandes entusiasmos.
La película sobre la cual todo el mundo tenía clavados los ojos desde antes incluso del inicio del festival no es ni siquiera un film de ficción sino un documental puro y duro, de esos que normalmente no llaman demasiado la atención. Pero claro, sucede que el tema de este documental –nueva realización de Julio Medem, el conocido cineasta de Los amantes del círculo polar y Lucía y el sexo– es aquello que aquí sigue siendo una herida abierta, una de las máximas deudas pendientes de la sociedad hispana y la fuente de todo dolor para los españoles, desde los años 70 para acá. O durante los dos últimos siglos, según el límite que se ponga para encarar el problema. La cuestión vasca: ése es el objeto que el documental de Medem, llamado La pelota vasca, la piel contra la piedra (Euskal pilota, larrua harriaren kontra, en euskerra) despliega ampliamente, a lo largo de dos horas y a través de un centenar de testimonios.
Tratándose del tema que aún desangra a la sociedad española, no es raro que ya desde antes de su exhibición La pelota vasca se viera envuelta en polémicas, discusiones y hasta un intento de interdicción oficial por parte del PP, partido gobernante de José María Aznar. Desde mediados del año pasado la ETA es ilegal aquí, lo mismo que Herri Batasuna, el partido político que apoya a esa organización militar. Amparados en el supuesto de que la película de Medem era pro-ETA, representantes del PP reclamaron a las autoridades del festival que la presentación de La pelota vasca fuera sometida a debate y votación previos. Pero el director del evento, Mikel Olaciregui, no se dio por enterado, y fue así que finalmente las funciones de Euskal pilota, que forma parte de la sección Zabaltegui (la paralela más importante del certamen) se realizaron de acuerdo con lo programado en la grilla previa, ante el esperable desborde de público y medios. Debe contabilizarse que se trató de un desborde controlado: hubo una visible ansiedad previa y posterior, cámaras y micrófonos, largas colas de público frente a la sala del Kursaal 2, salvas de aplausos y ovaciones al final de la proyección y espontáneos debates posteriores. Lo que no hubo, por suerte, fue la más mínima muestra de agresión o violencia, y no fue necesaria para ello la muy disuasiva presencia de la policía militarizada.
En ese sentido, parece haberse producido una sintonía perfecta entre el público vasco y las intenciones de Medem. “Esta película pretende ser una invitación al diálogo. Esta película está concebida desde el respeto a cualquier opinión. Esta película es independiente, se debe únicamente a una iniciativa personal. Esta película se solidariza con quienes sufren la violencia relacionada con el conflicto vasco. Esta película siempre echará de menos a quienes no han querido participar.” Esa declaración de principios abre La pelota vasca, refrendada por la firma del realizador y recortada sobre un típico paisaje de la zona, por otra parte nada distinto del que se veía en Vacas, ópera prima de Medem. De allí en más, cosidos alrededor de una metáfora conductora (el idiosincrásico juego que da título a la película, en el que la fuerza y descarga adrenalínica cumplenun rol central) se suceden infinidad de testimonios, que Medem filma (en sistema digital) con máxima sobriedad, confiando más en un montaje que les dé fluidez que en cualquier distractor movimiento de cámara.
Todos los testimoniantes de La pelota vasca aparecen recortados contra un fondo de montañas, mar, pasturas, vistas de poblados y, por supuesto, canchas de pelota, refrendando la ligazón entre las palabras y aquello que les da origen: el territorio que para la Constitución española sigue siendo un conjunto de provincias y muchos naturales de la zona consideran, en cambio, un país. Por propia decisión, Medem recortó fuertemente el perfil de sus entrevistados. Se trata sólo de dirigentes y ex dirigentes, intelectuales entendidos o relacionados con el tema y, eventualmente, familiares de las víctimas del conflicto, pero nunca representantes del “hombre común”, al que por alguna razón el cineasta resolvió excluir de su multitramado tapiz dialéctico. Que los momentos más altamente emotivos de La pelota vasca estén protagonizados no sólo por víctimas de la represión estatal (que incluye recientes episodios de atropellos y tortura) sino también por deudos de gente asesinada por la ETA (entre ellos, más de un intelectual de centroizquierda) es testimonio de la ponderada visión ecuménica con la que el realizador aborda el tema. Eso –y el reconocimiento implícito de que el dolor y las heridas son de todos– es lo que hace de La pelota vasca un aporte imprescindible para la comprensión y eventual (aunque más que difícil) resolución del conflicto.
Coherentemente con sus postulados, si algo apoya la película de Medem —por más que los ultras pretendan achacarle lo contrario– es la necesidad y posibilidad de diálogo entre las partes en conflicto. De allí también que los únicos que salen mal parados (antes que militantes combativos, pacifistas nada ingenuos, partidarios de la conciliación, dirigentes políticos de todas las extracciones y hasta miembros de la policía) son los representantes del partido de Aznar. Estos vienen negando, del modo más necio y cerril que pueda imaginarse, todo diálogo con aquellos que piensan que la región vasca es un país con su propia lengua, historia y tradiciones, y que como tal debería ser tratado por una nación llamada España.

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