ESPECTáCULOS
› “EL SAPO Y LA PRINCESA”, EN EL SAN MARTIN
Ese truco del besito
A partir del relato clásico de los hermanos Grimm, la Compañía Y/O entrega una pieza de danza-teatro de buen impacto musical y visual, con una destacada actuación del “sapo” Damián Cortés.
› Por Silvina Friera
Los niños de todos los tiempos y pueblos comparten un sentimiento similar con respecto a la naturaleza: perciben los objetos animados e inanimados como igualmente dotados de vida. Los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, conscientes de que los chicos profesan una afinidad natural con los animales, recrearon cuentos protagonizados por distintos animales, entre ellos “El rey rana”, cuya primera versión apareció publicada en 1815 (aunque el origen de la historia, según suponen algunos estudiosos, se remonta al siglo XIII). En El sapo y la princesa, versión para teatro danza de la Compañía Y/O –inspirada en este popular relato–, que cuenta con coreografía y dirección de Yamil Ostrovsky, un príncipe hermoso y engreído es transformado en un sapo viscoso y repugnante por obra y gracia del hechizo de una bruja, que fracasa sistemáticamente en sus intentos por conquistar al apuesto galán. El joven, imposibilitado de exhibir sus atributos de Don Juan, sólo podrá recuperar su condición de hombre si una princesa se enamora de él. Aunque es un sapo simpático y extrovertido, no puede evitar el rechazo o la indiferencia de los demás.
La princesa en cuestión, una niña snob, ingenua, despistada (confunde a la bruja con una maestra jardinera, por ejemplo) y atolondrada, está jugando y bailando cerca de un estanque. Cuando su juguete preferido –una prolongación de ella misma, puesto que nunca se deshace de la pelota– se pierde en el agua, ella comienza a llorar desconsoladamente. El notable trabajo coreográfico impone un ritmo peculiar a esta escena. La danza potencia el tiempo suspendido (o el tiempo muerto del cuento) y el clima de suspenso, generado por los movimientos, la música y la iluminación, afianzan la complicidad con los espectadores, que saben que el sapo está husmeando, esperando el momento propicio para hacer su gran aparición o gran salto. Sin embargo, cuando irrumpe a la orilla del estanque incomoda a la joven, que no logra descifrar por qué ese extraño “batracio” posee el don de la palabra y habla como una persona normal. La heroína de la historia se involucra en un trato: el sapo le devolverá la pelota si ella acepta su compañía. Pero aunque promete cumplir con su palabra, una vez que la princesa recobra la pelota echa a correr, olvidándose del desgraciado animal.
La composición antológica de Damián Cortés (el sapo) resulta uno de los hallazgos de esta obra. La metamorfosis corporal, gestual y muscular del actor adquiere su expresión más acabada en el momento en que caza un moscardón que revolotea por el estanque, situación que se repite en otras escenas con el mismo desparpajo y humor. En esta pieza de teatro-danza, las actuaciones subrayan la comicidad y la parodia; la danza, en cambio, impone una pausa de fuerte impronta onírica, que traslada lo visual a un primerísimo plano. Que algunas cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son, constituye el abecé de la concepción del montaje, incluso en la escenografía, que va mutando del interior al exterior del palacio. Estadisyuntiva entre ser y parecer se plasma en las desgracias que padece el sapo. Abandonado a su suerte, vilipendiado por su aspecto, recurre al Rey, un hombre tan bonachón como dormilón que, enterado de las desdichas del príncipe devenido sapo, le exige a su hija que no sea mezquina, que adopte una actitud responsable y comprensiva con un ser que necesita de su ayuda. La bruja, un personaje siempre al acecho que teme por el desmantelamiento de su hechizo, retardará los encuentros entre el héroe y la heroína con disparatadas mentiras.
La música que acompaña las coreografías (Bizet, Debussy y Purcell) ambienta acertadamente la multiplicidad de movimientos, cabriolas, piruetas y acrobacias. Extraviado en el bosque y engañado por la bruja, el sapo de esta versión –de modo similar a lo que sucede en Cenicienta– se queda con la pelota de la princesa. Cada vez que la lanza al costado del escenario, recibe a cambio una más grande, con la que inicia una suerte de partido de vóley con la platea. El beso llega, el hechizo se resquebraja, junto con los embustes de la bruja –que no tuvo en cuenta que los enamorados son capaces de vencer hasta lo sobrenatural– y el rey, en rol de Celestina de la realeza, casará a su hija con el agraciado príncipe.