Mié 01.10.2003

ESPECTáCULOS  › STEPHEN NACHMANOVITH, UN INCLASIFICABLE QUE PASO POR EL FESTIVAL

“Hay que rescatar al hombre renacentista”

Violinista, escritor, artista digital, profesor doctorado en historia, el estadounidense todoterreno vino a dictar un “workshop” sobre improvisación, en el que buscó un enfoque integral del misterio de la creación artística.

› Por Karina Micheletto

En la programación del Festival Internacional de Buenos Aires se descubrieron algunas rarezas, como la inclusión de un workshop dictado por Stephen Nachmanovith. No es que el estadounidense no tenga sus fanáticos en la Argentina. Actores y músicos como Norberto Minichillo y Botafogo lo reconocen como un referente importante a la hora de hablar de las posibilidades de la improvisación en el arte. Pero, como suele ocurrir con lo que es difícil de encasillar, no siempre es accesible. Sucede que Nachmanovith es violinista, escritor, artista digital, profesor universitario, discípulo del antropólogo y filósofo Gregory Bateson. Además estudió psicología y biología en Harvard y tiene un doctorado en historia en la Universidad de California. Lejos de dedicarse a cultivar el “eclecticismo”, este artista múltiple plantea un enfoque integral del misterio de la creación artística. Porque, como reza su cita preferida de Bateson, “para acercarse a conocer el uno hay que poder entender el dos”.
En su libro Free play. La improvisación en la vida y en el arte, Nachmanovitch revisa, por ejemplo, la forma en que la composición y la ejecución se fueron separando progresivamente en la modernidad, en detrimento de ambas. “Si pensamos en Bach o en Mozart, eran compositores, improvisadores, grandes intérpretes. Ahora nos encontramos, por ejemplo, con un violinista que sólo se especializa en ser un excelente intérprete y que tiene atrofiada su posibilidad de componer”, explica a Página/12. “Lo mismo sucede en la ciencia: Da Vinci manejaba un conjunto de conocimientos que hoy nos parecen imposibles de reunir en una persona. En la universidad actual todos estos conocimientos se enseñan en edificios separados y casi no hay diálogo de un edificio al otro. Esta especialización es resultado de la tremenda explosión del conocimiento a partir de la Revolución Industrial. Pero se perdió mucho en el camino. Si hoy en día la especialización es necesaria, también tenemos que buscar maneras de generar más intercambios de lenguajes para recuperar la dimensión del hombre del Renacimiento.”
Los workshops de Nachmanovitch giran alrededor de estas cuestiones, frecuentemente abordadas por las ciencias sociales. Lo extraño es que las plantea ante auditorios compuestos por actores, escritores, coreógrafos y artistas plásticos y músicos que llevan sus instrumentos, como los ciento setenta que asistieron a su workshop del festival. Allí, Nachmanovitch se centró en las formas que adquiere la capacidad creativa, los elementos que la obstaculizan y los estímulos para liberar lo espontáneo y lo improvisado, en el arte y en la vida. Parece una contradicción que haya alguien que se plantea enseñar a improvisar. “Eso sería imposible. Lo único que hago es dar permisos: sacarle el corcho a la botella. Lo que suceda después depende de esa botella”, aclara con una sonrisa.
–¿Cómo incidió Gregory Bateson en su obra?
–En muchas formas. En realidad, fue mi mentor. Lo conocí cuando yo tenía 19 años y estudiaba psicología en Harvard. Me sorprendió su aspecto, era un inglés enorme, altísimo, muy gracioso. Y me fascinó su obra. En general, los científicos sociales analizan el comportamiento humano desde una perspectiva artificial, como si estuviera escindido de su relación con el mundo. Lo suyo era distinto, planteaba otra intensidad en la relación con la realidad. Dos años después me lo crucé por casualidad en el Campus de la Universidad de California. Era su primer día allí y también el mío. De alguna manera nos conectamos y esa conexión siguió para siempre.
Nachmanovitch utiliza sistemas de computación y video en los que integra música y dibujo y creó softwares como Visual Music Tone Painter y The World Music Menu, disponible en su página de Internet (freeplay.com), aunque a un costo de 99 dólares. Con estos programas es posible combinar música, colores y formas a partir de un patrón pitagórico, o bajar en el teclado modos griegos antiguos o escalas balinesas o japonesas. En sus seminarios suele proyectar cortos como el de unos protozoos que se acoplan debajo de un microscopio, procesados con colores psicodélicos y con música electrónica.
–¿Cómo aplica sus softwares a la enseñanza?
–No siempre los uso, porque enseño a gente muy distinta y en diferentes contextos. A veces, cuando es posible, es interesante combinar arte visual y música, porque aprendí con Bateson que el aprendizaje es multimodal. Nunca vamos a llegar a saber qué es, por ejemplo, una hoja de un libro. La podemos etiquetar, podemos saber qué está escrito, pero ¿cómo podemos aproximarnos a ella como un objeto del conocimiento? Se la puede estudiar a través de la lingüística, pero también de las matemáticas para entender la forma del papel, de la física o la química para conocer su composición, de la antropología para comprender la cultura que la produjo, del diseño para ver la tipografía. Hay múltiples campos del saber para aprehender ese objeto, múltiples formas de mirarlo, pero ninguna de ellas es suficiente. Sólo a través de una suerte de sandwich de diferentes lenguajes nos podemos acercar a saber qué es esa hoja. Tan sólo acercar. Los que creen que saben qué es la hoja en realidad están tratando de imponer su punto de vista. Porque tienen miedo de no tener control de la realidad.
–En su libro, usted no parece darle demasiada importancia al aprendizaje formal. ¿Cuál es el lugar que ocupa la academia para usted?
–La academia es importante, siempre y cuando se la comprenda como una especie de intersección entre todas las posibilidades de la música. Quien escribió la hoja de mi ejemplo tenía que saber la gramática española; el diseñador tenía que generar caracteres legibles. Pero el hecho de que manejaran esos saberes no garantiza que dejen escrito algo interesante. Por otro lado, puede haber gente con pensamientos inteligentes y valiosos sobre la cuestión, pero si no tienen la técnica no pueden expresarlo. La comprensión académica y la comprensión intuitiva tienen que ir de la mano.
–Usted habla de bloqueos en la creatividad. ¿Cuáles son los bloqueos más comunes que encuentra en sus alumnos?
–Hay un bloqueo que se repite en los grupos. La gente se pone muy a la defensiva cuando se pone en cuestión su posición, cuando se cuestiona lo que le da seguridad, y busca cambiar de tema. Está bloqueando al otro, porque tiene miedo. Miedo a parecer tonto, a no saber, a no ser admirado. Esto nos pasa todo el tiempo: preferimos quedarnos cómodos en la zona que dominamos. Lo que estamos haciendo es no aceptar una invitación. Y para poder avanzar en un sendero creativo tenemos que ser capaces de aceptar invitaciones, tanto de los otros como las que surgen de nuestra imaginación. Claro que la vida a veces nos presenta invitaciones que quizá no sean tan seguras. Como ejercicio siempre digo que hay que atreverse a aceptar sólo un dos por ciento más de las invitaciones que nos hace la vida. Sólo un dos por ciento, y es un cambio radical.

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