ESPECTáCULOS
› EL CINEASTA JUAN CARLOS DESANZO HABLA SOBRE “EL POLAQUITO”
“Ya no quiero trabajar con actores famosos”
El director reflexiona sobre el mundo que se le abrió con su última película, que se estrena mañana en la Argentina y que ya paseó con éxito por Europa. Fue filmada en gran parte en Constitución, con mayoría de actores no profesionales que viven en la calle.
› Por Mariano Blejman
Comenzó a pensar en El Polaquito en 1994, cuando se conoció la noticia por los diarios. Un pibe al que le decían “Polaquito” había sido encontrado muerto en Constitución. Detrás de esa muerte había una historia de amor. “Cuando conocí la historia, me enamoré de ella”, cuenta el director Juan Carlos Desanzo. El “Polaquito” fue un pibe de la calle que andaba pidiendo en los trenes por los alrededores de Constitución o abriendo puertas en sus inmediaciones. Fue encontrado colgado de una bufanda. Desanzo juntó esa historia con otras que había recabado durante varios años y terminó armando el potente guión de la película que se estrena mañana. “Antes, un operador de calle –que controla la situación de los menores– me había contado sobre una mujer que llegó a una ranchada y a los nueve meses tuvo un hijo. Tres de esos chicos, todos muy pibes, decidieron hacerse cargo del niño. Y de allí se fueron a vivir al bunker subterráneo de Plaza Italia”, cuenta el director a Página/12. Así fue como Desanzo armó la historia que llegó a la selección oficial de San Sebastián 2003 y ganó el premio a la mejor actriz (Marina Glezer) en Montreal, Canadá.
–¿Qué lo sedujo del polaquito?
–Era un pibe de 13 años, un abrepuertas, que se enamoró de una puta de 16 años. Los dos eran explotados por la mafia de Constitución. El quería salvarla. Hay cosas de esa historia que parecen increíbles o golpes bajos, pero son situaciones verdaderas. Desde que comencé a pensar esta historia hasta que pude filmarla pasaron cuatro películas: Eva Perón, Hasta la victoria siempre, La venganza y El amor y el espanto. A fines del 2000 me reuní con Lito Espinosa para comenzar el guión. Tomamos elementos de la vida cotidiana, de las historias que conocíamos, para contar la del polaquito.
–¿Por qué se da la tendencia de filmar historias marginales?
–Yo había empezado esta historia en 1994. Tardé 10 años en filmarla. El crédito que pedí se otorgó en la época de Julio Maharbiz, de modo que lo que sucedió con el cine argentino en los últimos años no tiene mucho que ver con mi film. Sin embargo, creo que el artista debe ser testigo de su tiempo, interpretar las angustias del pueblo. Es probable que las condiciones ayuden. Antes había estado 15 años para hacer Eva Perón. Y pude hacerla después de que pasó Madonna por Argentina.
–¿Por qué eligió como actores a chicos de la calle?
–No quería trabajar con famosos, porque no conocen el lenguaje ni tienen las vivencias internalizadas que sí tienen ellos. Tenía que trabajar con un guión, pero necesitaba una cuota de improvisación. Debían tener el lenguaje incrustado en el cuerpo. Durante un año, con el auto de mi mujer, visité 1500 pibes en cárceles de menores, hogares, escuelas, villas de emergencia. En el Hogar El Arca encontré a quien sería el Polaquito (Abel Ayala), de 13 años al momento de filmar. El “Vieja” (Fernando Roa), de 16, estaba en la Fundación del Padre Grassi.
–¿No había desconfianza ante su presencia?
–La primera vez que filmé con “el Vieja” me preguntó si no era de la policía, si no lo estaba registrando para tener archivos policiales. El que hace de Polaquito fue uno de los primeros que vi, y me dijo “si no me da el papel, al menos póngame de extra porque necesito unos mangos”. Al final terminó siendo protagonista. Abel Ayala se largó a la calle a los 10 años, se fue a Constitución, adonde volvió tres años después por la película. Los padres del “Vieja” todavía no le creen a su hijo que trabajó en una película.
–Y usted no tiene pruritos, ni usa maquillaje, a la hora de contar...
–Todo lo que pasa en la película sucede en la realidad. Lo sabemos, lo conocemos. Somos conscientes de que para contar la historia había que ficcionalizar, porque no conocimos los pormenores. Pero todo lo que pasa en El Polaquito, sucede habitualmente en la calle. No es una películahigiénica, la realidad tampoco. Y la consecuencia de la minoridad marginal es realmente siniestra.
–La chica de la historia, “la Pelu” (Marina Glezer) sí es actriz.
–Había elegido a otra piba de Sarandí, pero era una muchacha muy drogueta, que se metía todo tipo de estupefacientes y era imposible filmar con ella. Diez días antes de rodar encontré a “la Pelu” que no es de la calle, pero la conoce a la perfección. Y logró conectarse con ese lenguaje. Durante seis meses, estuvimos mucho tiempo juntos. Los protagonistas a veces dormían en mi casa, jugábamos al fútbol. Me terminé ganando la confianza después de mucho tiempo. Recién entonces empezamos los ensayos de cero: cómo pararse, cómo mirar, cómo hablar.
–¿Cómo fueron los ensayos?
–Vivo en el campo, más allá de Escobar. Hacía cerca de 300 kilómetros por día para buscar a los personajes: me iba a El Arca en Morón y levantaba al “Polaquito”; iba a Hurlingham a buscar a “el Vieja”; después nos íbamos a la casa de Marina en Belgrano, ensayábamos ahí. Al final, volvía a repartirlos por la ciudad. Filmamos medio clandestinamente. Ensayábamos las acciones, camuflábamos la cámara de 16 mm, poníamos marcas en el suelo y grabábamos mientras la realidad transcurría. Constitución es un hábitat muy duro, una especie de zoológico donde se duerme, se coge, se cocina, se hacen juegos. Y a los que están ahí, ni se les ocurre irse a otro lado. Los pibes no pueden volver a sus casas, porque el padre se viola a las hermanas, o les pega. No saben cómo escapar.
–El Polaquito, cantando, aparece como “exitoso” entre los pibes.
–Todo pibe de la calle es exitoso. Todo aquel que sobrevive un día más a la intemperie tiene éxito.
–¿Cuál es su relación con la marginalidad?
–Me crié en la calle. Mi familia vivía de prestado en un club. Mi padre era barrendero y mi madre sirvienta. A cambio de su trabajo vivíamos. Desde los cinco años repartí hielo por la ciudad con un carrito de rulemanes. Más grande, entregaba programas de cine en las puertas de las casas y me ganaba el derecho a ver una película por día. Desde entonces me quedó ese gusto. Viendo cine aprendí inglés.
–¿Qué intención política tiene su film?
–Sin duda, tiene un contenido de conciencia social, pero yo prefiero engancharme con la historia de amor. El pibe de 13 años que quiere salvar a una prostituta de 16, con esa dignidad y solidaridad que sólo puede darse entre gente pobre. En la familia del que hace de “Vieja”, su padre es zapatero. Trabaja de lunes a lunes, tiene seis hijos y vive en un barrio marginal. Y, sin embargo, hace poco adoptaron a un nene de dos años. ¿Sabe qué hizo “el Vieja” con lo que ganó en la película? Le compró un Falcon a su padre para que no tenga que alquilar fletes.
–¿Cómo le fue en el exterior?
–Marina Glezer ganó el premio a la mejor actriz en Montreal y estuvimos en la selección de San Sebastián. Los europeos no podían creer que la Argentina, que los había alimentado en la posguerra, tuviera estas situaciones de exclusión. Fui a San Sebastián con el protagonista y después de la película estuvimos en la sala, hablando con el público durante dos horas completas. No nos dejaban ir. Ahora vamos a seguir por Los Angeles y Sevilla.
–¿Qué hacen ahora los protagonistas?
–Siguen sus vidas, aunque promocionando la película con nosotros. Me gustaría que estudiaran teatro con algún buen maestro, estamos viendo la posibilidad de pagarles algunos cursos. Quiero hacer otra película con ellos. Abel Ayala, “el Polaquito”, tiene gran carisma para el cine.
–¿Qué película quiere hacer con ellos?
–Tengo varias cosas pensadas con España, con Italia, con el tema de la inmigración clandestina y los países limítrofes. Pero en los últimos años de mi carrera no pienso volver a filmar películas con actores famosos. He cambiado mi estilo, no puedo volver atrás.