Jue 09.10.2003

ESPECTáCULOS

Una abadía medieval, el elegante escenario para cruzar tradiciones

En Royaumont, Francia, Gerardo Gandini y Dino Saluzzi participan de un proyecto que propone vincular culturas lejanas.

› Por Diego Fischerman

La voz suena entre las paredes del refectorio medieval. La luz se derrama desde las ventanas. Afuera, los castaños bordean las sendas al costado del canal, hasta la salida. Más allá de la reja, colocada en medio del muro de piedras, está el bosque. En la antigua abadía de Royaumont, construida por San Luis, Balbina Ramos canta una baguala. Es apenas una prueba de sonido. Hay algo de justicia en esa suerte de crudeza, en esa voz que llega desde un lugar al que las palabras son incapaces de nombrar y que canta algo que está más allá de cualquier clase de escritura occidental. Fueron los europeos quienes construyeron iglesias en América del Sur, para imponerles a los indios sus creencias. Y es una india, ahora, la que se apropia de esa iglesia, la que conquista ese viejo espacio sagrado y provoca, en los europeos presentes, un silencio corpóreo. No hay cómo hablar de esa voz en ese lugar. Apenas puede decirse que, si en toda canción hay algo de mágico, de creencia en que la palabra cantada es más poderosa que la palabra, en estas canciones cercanas a la piedra, acostumbradas a sonar en las distancias infinitas de la Puna, esa magia es su propia esencia.
Entre quienes escuchan están Dino Saluzzi y Gerardo Gandini. El pianista y compositor, que al final de este proyecto patrocinado por la Fundación Royaumont improvisará sobre tangos, habla, después, del interés del autor italiano Luciano Berio, recientemente fallecido, por las músicas folklóricas de diversas partes del mundo y en particular de Sicilia. Habla de las Folk Songs que había escrito para la cantante Cathy Berberian y de que “en estas bagualas, extrañamente, hay algo que las acerca a esas canciones sicilianas”. Saluzzi, en cambio, mira una revista francesa que le acercaron, Télérama, donde aparece una nota –ilustrada por una gran foto suya– acerca de este proyecto y donde se dice que lo que sonará el próximo sábado será tango. “Ahora, para los europeos, todo lo que viene de la Argentina es tango. Lo hacen para vender”, se indigna. Y es que quien escribió el artículo había viajado a Salta para participar en la primera fase de este encuentro inédito (entre personas y entre culturas) y ninguno de los presentes entiende cómo es que no entendió nada. “Por ahí la obligaron a escribir eso”, contemporiza el bandoneonista.
La Fundación Royaumont, que comenzó siendo un centro de traducción de poesía y uno de los espacios más prestigiosos de apoyo a la práctica de música antigua (el notable grupo Il Seminario Musicale, que conduce el contratenor Gérard Lesne, es el grupo residente de la abadía, la usa para dar clases magistrales y conciertos y tiene allí sus oficinas) está particularmente interesada, en este momento, en los límites difusos que pueden llegar a establecerse entre tradiciones con orígenes lejanísimos. Sobre todo, en la tensión (y las riquezas posibles de esa tensión) entre lo oral y lo escrito. Entre la llamada música clásica y esa inmensa bolsa de gatos de la más diversa laya que el mercado identifica como música popular.
Está la música, desde ya. Y los conciertos programados para cerrar este encuentro, donde el guitarrista Pablo Márquez (un salteño residente desde hace años en Francia) se moverá entre ambas tradiciones, y donde Saluzzi y Gandini jugarán a extremar las distancias y las cercanías hasta un punto en el que ya no se sepa cuándo se trata de las unas y cuándo de las otras. Saluzzi tocará con otros salteños (la cantante Melania Pérez, sus hermanos Félix y Celso, Rafael Jiménez y Lito Nieva). También hará su obra Kultrum, para bandoneón y cuarteto de cuerdas, en donde participarán igual que en el disco que registraron para el sello ECM los alemanes del Cuarteto Rosamunde. Pero, además de los conciertos, hay algo más. La Fundación que pergeñó esta aventura parte de la comprensión de que los sonidos y las maneras de organizarlos (de cantar con ellos) no están aislados de las visiones del mundo que expresan. Por eso, en este caso, el espíritu defiesta, esas improvisaciones –en un salón en el que reinan un órgano gótico restaurado y un atril con un manuscrito musical del siglo XIII– donde a partir de una zamba o una chaya puede dispararse casi cualquier cosa, terminan siendo tan importantes como lo que escuchará el público de París (situada unos 35 km al sur) que ya agotó las localidades para los conciertos de cierre.

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