Mar 21.10.2003

ESPECTáCULOS

Otro balance positivo para el Festival del Mercosur

El encuentro cordobés tuvo una asistencia de 38 mil personas, que celebraron un nivel artístico parejo.

› Por Cecilia Hopkins

Con un formato acorde a la realidad del país (una semana de duración y sólo diez elencos internacionales), cerró la cuarta edición del Festival Internacional de Teatro Mercosur, organizado por la Agencia Córdoba DACyT (Deporte, Ambiente, Cultura y Turismo). Aunque la programación no ofreció tantas opciones como en años anteriores, se observó un nivel artístico más parejo, al menos en comparación con el 2002. Se acrecentaron las propuestas al aire libre, una tendencia ya afirmada en los festivales europeos: hubo 70 intervenciones públicas en hospitales, centros comerciales, plazas y terminales de ómnibus y trenes. La cifra de concurrencia difundida por los organizadores fue de 38 mil personas, mientras que la fiesta inaugural, a cargo del grupo La Piaf, con dirección de Renata Gatica, reunió unos 4 mil asistentes en torno a los silos de un molino abandonado para seguir las alternativas de Fastos, performance-homenaje al teatro cordobés de los últimos 50 años. La muestra se completó con presentaciones de libros y revistas, foros y seminarios, funciones en el interior de la provincia y hospitales y cárceles de la capital. En el establecimiento penitenciario Nº 2 se ofreció Moroco, espectáculo musical con títeres del grupo rosarino Caray Carapé, mientras que en la cárcel de mujeres del Buen Pastor el grupo Om, de Dinamarca, divirtió a las internas instaladas en el patio del penal con Summa summarum, una sucesión de gags clásicos del clown, engarzados en una historia de rivalidades con final feliz.
En cuanto a las obras de sala, salvo excepciones, primaron la experimentación visual y el cruce de disciplinas. El espectáculo de mayor despliegue técnico fue el de España, Amloii, como lo dijo Hamlet, con dirección del chileno Mauricio Celedón, una versión de Shakespeare impactante pero inconsistente, a fuerza de duplicar personajes y recortar textos. La presencia de Hanna Schygulla con Ella! Louise Brooks, dirigida por el italiano Roberto Tricarri, generó más expectativas que adhesiones debido a un exceso de bajo perfil por parte de la diva quien, a un costado y a espaldas del público, acompañó con canciones y textos la proyección del film mudo Diario de una perdida, de Georg W. Pabst, protagonizada en 1929 por Brooks.
Con dirección de la cordobesa Marta Monzón, Nuestro último refugio (por el grupo boliviano La Rodilla del Telón) se basó en el cuento “Aguas”, de Humberto Mata, sobre la tragedia sucedida en La Paz en febrero del 2002. No obstante las imágenes de las calles arrasadas por las lluvias, el espectáculo no puso el humor de lado y sumó una instancia fantástica. Por el éxito de la representación (y la imposibilidad del elenco de volver a su país) hubo nuevas funciones. Otro que logró una excelente recepción fue El húsar de la muerte, de los chilenos La Patogallina, con dirección de Martín Erazo. Inspirado en el film de Pedro Sienna (1925), los actores trabajaron los códigos del cine mudo para reversionar las andanzas del guerrillero Manuel Rodríguez. A lo largo del regocijante racconto de las luchas entre realistas y milicias populares, el espectáculo contó con música en vivo, soluciones espaciales imaginativas y elementos no convencionales en objetos y vestuario. La segunda apuesta chilena llegó con el grupo La Puerta. Con dirección de Luis Rafael Ureta Letelier, Heidi Hoh ya no trabaja aquí, del alemán René Pollesch, se introduce en la realidad de tres mujeres con el deseo de ingresar al mundo del trabajo altamente calificado. Dispuesto a proyectarse a través de sus relaciones laborales, indiferentes a la esfera de lo afectivo, el trío tradujo sus obsesiones creando un clima de histeria y descontrol.
En un registro opuesto, el pampeano Silvio Lang buscó en Kadish (basada en la novela de la rosarina Graciela Safranchik) tensar el límite entre literatura y teatro. En la antesala de un café, los personajes concretaronsus monólogos en ronda de confesiones y recuerdos. Por su parte, cuatro sólidos intérpretes trajo la Comedia Nacional de Uruguay, dirigida por el joven Mario Ferreira, en la última pieza de Arthur Miller El último yanki, una exposición de la locura como emergente de presiones familiares y sociales. Apelando a lo cómico, el grupo ecuatoriano La Trinchera introdujo en La travesía la realidad del exiliado latinoamericano. Los espectáculos de Buenos Aires (Cachafaz, de Copi, con dirección de Miguel Pittier; Lengua madre sobre fondo blanco, de Marina Obersztern) llenaron sus salas. De las propuestas dedicadas a transgredir fronteras entre la realidad y lo ficcional, la más comentada fue Félix. María. De 2 a 4, con idea y dirección de Beatriz Catani: mediante auriculares, los espectadores fueron testigos de las peleas de una pareja (María Cecilia Coleff y Juan Esquerré) a quien siguió en su recorrido por la ciudad a pie, en taxi y en colectivo, y hasta acompañó a los protagonistas durante su reconciliación en un hotel alojamiento.

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