Mié 22.10.2003

ESPECTáCULOS

“Para nosotros, este momento es de inflexión y de quiebre político”

Los autores teatrales Beatriz Mosquera y Ricardo Halac explican por qué decidieron comenzar juntos un ciclo en Andamio 90, iniciativa que tienen pensado repetir más adelante con otros grupos invitados.

› Por Hilda Cabrera

¿Por qué no autodenominarse Grupos Libres y estrenar un mismo día, y uno a continuación de otro en una misma sala? Dos autores teatrales con experiencia decidieron que era posible iniciar juntos un ciclo en la sala Andamio 90 (de Paraná 660) y continuarlo más allá de esta temporada con otros grupos invitados. Ellos son Beatriz Mosquera, que presenta Eclipse de luna (los viernes y sábados a las 21), y Ricardo Halac, Perejiles (los mismos días pero a las 22.30). Si algo tienen en común las dos obras es que no le escapan al presente, aun cuando la primera acuse ciertos “destiempos” y la segunda sea un muestrario de identidades volátiles.
En Eclipse... el pasado aguijonea el presente, pero como reconstrucción de una memoria. “El personaje de Blas está demasiado instalado en el pasado, y su mujer, Alba, en cambio, es la contrafigura, por su obsesivo voluntarismo”, según observa la autora de Despedida en el lugar (Teatro Abierto 1982), La irredenta, Ronda de encapuchados, Retazos y Pintura fresca, entre muchos otros títulos. El director de este estreno es Daniel Marcove y los intérpretes son Cristina Murta, Salo Pasik, Marzenka Nowak y Gastón Courtade. Aquellas diferentes actitudes de una pareja desencadenan su ruptura: “Mientras el hombre siente que su mujer se colocó en la vereda de enfrente, ella no puede comprender que ese Blas paralizado sea también el otro de los buenos momentos”. Eclipse es aquí sinónimo de “ocultamiento de la memoria, que puede ser parcial o total, pero que nos ha afectado a todos los argentinos”, precisa Mosquera, en diálogo con Página/12 junto a Halac, autor, entre otras obras, de Soledad para cuatro (estrenada en el desaparecido teatro La Máscara, en 1961), Segundo tiempo, El destete (entre el grotesco y el absurdo) y Un trabajo fabuloso (1980); también de shows como ¡Guarda con el tango!, de adaptaciones y libretos para TV en ciclos que alcanzaron gran difusión y fueron protagonizados, entre otros, por Federico Luppi, Luis Brandoni y Norma Aleandro. Participó de Teatro Abierto con Lejana tierra prometida (en 1981) y Ruido de rotas cadenas (1983). Fue director del Teatro Nacional Cervantes (designado en 1989), y actualmente desempeña funciones en Argentores, donde ocupa el cargo de vicepresidente y coordina seminarios de dramaturgia que dicta esa entidad.
–¿Qué se entiende por ocultamiento de la memoria en Eclipse...?
Beatriz Mosquera: –En que cada personaje toma en cuenta sólo aquello que ha construido en su imaginario sobre el pasado y sobre los demás. Por eso no hay puntos de contacto, y aunque se necesitan, les cuesta vivir juntos.
–¿Por qué creen que los acontecimientos sociales influyen tanto en los asuntos íntimos, como lo demuestran Eclipse... y Perejiles?
B.M.: –Quizá porque hemos atravesado situaciones muy traumáticas. De todos modos, lo que rescato en mi obra no es un hecho determinado sino el sedimento, la vivencia personal respecto de una situación: ese conflicto individual que no puede resolverse porque tampoco está claro en la memoria. En determinado momento no se sabe si las reacciones del protagonista Blas van dirigidas a otro personaje o a la sociedad que él cree no ha saldado cuentas con su persona. Su silla de ruedas es una metáfora. Si se levantara, tampoco sabría adónde ir. Escribí esta obra entre 1991 y 1992, y hoy la veo como una historia circular. El texto fue premiado en Nueva York, en un concurso de dramaturgia, y lo presenté en Andamio 90, en uno de los ciclos de semimontado del Club de Autores (creado en 1996). Lo protagonizaban Selva Alemán y Antonio Grimau.
–¿Necesitó actualizar la obra?
B.M.: –Introduje una brevísima escena sobre el presente, porque en el teatro latinoamericano, a diferencia del europeo, los acontecimientos reales otorgan nuevo significado a las obras. Este momento es para nosotros de inflexión y quiebre social y político, y por lo tanto la memoria de los protagonistas de Eclipse... se reconstruye desde una óptica diferente a la de los ‘90, en mi opinión una década infame, que se derrumbó recién en diciembre de 2001 y nos dejó atónitos. Eclipse... es, además, parte de una saga: la primera pieza fue La luna en la taza, donde Arturo Bonín compuso el papel de Blas. Se estrenó en 1978, en el teatro Del Centro (que se encontraba en Corrientes y Talcahuano y fue cerrado en 1980). Después, en 1983, se hizo el montaje de Otra vez la luna... A veces los personajes quedan dentro mío como si fueran sombras y necesito que salgan a la luz. Pasó con Pintura fresca, una obra que estrené el año pasado y era continuación de El último convento.
–Perejiles describe también una historia de eterno retorno...
Ricardo Halac: –Reúne dos vertientes de mi teatro: la del musical como café concert, cabaret o comedia, y la testimonial, que en este caso se remonta a Ruido de rotas cadenas. Ya entonces se estaba formando una legión de desocupados (por la crisis de 1982, posterior a la guerra de Malvinas). Hice mi debut en la comedia musical en 1966 con el grupo que formó David Stivel. Aquella vez me ocupé de las letras de las canciones y Víctor Proncet de la música. En 1987 estrené La Perla del Plata, con música de José Luis Castiñeira de Dios y dirección de Manuel Iedvabni. La presentamos en Galpón del Sur (el desaparecido teatro-galpón de Humberto Primo 1739). En Perejiles la música es de Luis María Serra. Aquí voy mostrando a personajes que son a cada instante diferentes, que se trasmutan y carecen de identidad y subjetividad.
–¿Esa “carencia” sirve para poner en primer plano la mentira?
R.H.: –Exacto, porque a ellos lo único que les importa es “cumplir roles”. La trampa de estos “perejiles”, como la de todos los sirvientes, está en creerse muy piolas: suponen que el servilismo les traerá buenas recompensas. Pero es condición del sirviente rebelarse alguna vez, y es entonces cuando pierden, porque ya vendieron su alma y no pueden hacer lo que se les antoja. En Perejiles no se sabe quién es quién, ni de dónde va a surgir la traición, como pasa con esos que se inventan la profesión de influyentes: gente que se ocupa de hacer contactos, y cuya identidad es muy difícil conocer. Esta dificultad de otorgar identidad a las personas y a los hechos se relaciona con esta segunda etapa de la modernidad, en la que, además de hacernos creer que se acabaron las certezas, todo se vuelve inasible: se derrama, se escapa, se hace fluido, como lo enuncia el sociólogo Zygmunt Bauman en su libro Modernidad líquida.

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