Sáb 25.10.2003

ESPECTáCULOS

Un cumpleaños sin velitas, pero con abundante cotillón

Charly García cumplió 52 y convocó a un show en donde hubo poca música y muchos instrumentos destrozados, acoples y ruidos.

› Por Roque Casciero

Charly García odia que la palabra “caótico” se cuele en las descripciones de sus discos y shows. El considera que los periodistas que la usan no entienden lo que quiere transmitir. Pero, ¿hay algún otro adjetivo que cuadre mejor para explicar lo que fue su show del jueves por la noche? García, indiscutible figura estelar del rock argentino, celebró sus 52 años con uno de esos conciertos caóticos que, en vista de sus últimas brillantes presentaciones, parecían sólo un mal recuerdo de los años ‘90. Antes del show había visitado el programa de Susana Giménez, donde le tomó el pelo a la diva con el espíritu de un adolescente rodeado de amigotes. Charly arrancó dos horas después de lo previsto. Cantó poco y se apoyó en Hilda Lizarazu y en el karaoke de las dos mil personas que se apretujaban en El Teatro. Rompió una guitarra y la tiró al público. Pateó sus teclados una y otra vez, lo mismo que los pies de micrófono. Tiró a su guitarrista sobre la batería. Y nunca encontró los sonidos que quería en sus teclados, pero hacía intentos en medio de las canciones, con el lógico resultado de desagradables “interferencias” sonoras.
Más allá del retraso, en el comienzo nada parecía prefigurar un concierto tan corto y desdibujado. En una especie de autohomenaje, el músico arrancó con una potente versión de “Birthday”, de Los Beatles. La respuesta de la gente fue un pogo incansable –pese a la espera–, del que surgía un “Que los cumplas, García, que los cumplas feliz” ensordecedor. Charly tenía pantalón y saco negros, chaleco y zapatos plateados, y una linterna tipo minero en la cabeza, que voló al poco rato. “Estoy cerca de otra revolución”, cantó enseguida, en una especie de juego anticipatorio de su próximo disco, Rock and roll yo. La tapa del álbum en el fondo del escenario era la única escenografía: lo demás eran sólo los músicos rockeando. Eso, mientras Charly así lo dispuso.
En el repaso trunco de su historia musical, lo que siguió fue su pasado más inmediato: “I’m not in love”, “Tu vicio” e “Influencia”, tres canciones de su elogiado disco Influencia. Pero ahí empezó el desbarranque, cuando pateó y volteó dos teclados. Otro tema de ese álbum, “El amor espera”, ofreció postales de contraste: puro bardo por momentos, sublime en otros, con García arrodillado y tocando los teclados. Después de un brindis con Jack Daniels, repasó “Me tiré por vos” en medio de acoples que lo sacaron de quicio. Después miró más hacia atrás, y atacó con “Llorando en el espejo” y “Seminare”, en la que lamentó que David Lebón –quien lo había acompañado en la tele– hubiera tenido que irse.
La banda de García, muchas veces criticada por su falta de vuelo, era lo que sostenía el creciente desborde del cantante, que llegó a su punto máximo con “Demoliendo hoteles”: ahí rompió su Stratocaster y la tiró al público, pateó todo y se fue. Sólo había tocado 45 minutos. Después de un largo paréntesis, volvió para hacer “Anhedonia”, “Pasajera en trance” (con el Zorrito Von Quintiero como invitado) y para adelantar dos temas de Rock and roll yo: “Dileando con un alma (que no puede entender)” y “Rehén”, ambos sucios y desprolijos. Todo terminó con el cumpleañero en calzoncillos, haciendo gestos de “no va más”. Si el show no fue más que una especie de fiesta privada con público (que había pagado 25 pesos), fue porque ese público es capaz de ovacionar cualquier cosa que haga García, incluso cuando sus melodías perfectas se veían trepanadas por teclados mal programados o micrófonos que acoplaban durante todo un tema. Era su fiesta de cumpleaños y, por supuesto, en esa clase de festejos todo el mundo tiene derecho a descontrolar un poco. De un creador e intérprete de la talla de Charly García, sin embargo, seguro que no hacía falta un concierto así.

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