Dom 26.10.2003

ESPECTáCULOS

Para Die Toten Hosen, el descanso no es una opción

› Por Roque Casciero

“Queremos decirles que nosotros no estamos cansados ni mental ni físicamente y que realmente tenemos muchas ganas de tocar para ustedes.” Tomá pa’vos, Metallica: los alemanes Die Toten Hosen abrieron con esa frase –mezcla de humorada y promesa de concierto vibrante– su show en el Quilmes Rock Festival. Su séptima visita a la Argentina sirvió, una vez más, como cabal demostración del romance con el público local, porque lo que anunció en correctísimo español el guitarrista Breiti se concretó: los cinco músicos de Dusseldorf transpiraron la camiseta y contagiaron entusiasmo a diez mil personas en un concierto demoledor y memorable. Fue la frutilla del postre para una noche de viernes a puro punk y rocanrol, en la que también se lucieron los Attaque 77, Pappo y Kapanga. Ayer, la fecha postergada del fin de semana pasado se completaba con Pericos, Turf, Memphis y La Mississippi, en el hueco que dejó la cancelación del show de Metallica, que son quienes están cansados física y mentalmente, por si alguien no se enteró.
A la hora que Massacre y Cabezones pisaron el escenario principal del festival, el cielo era una amenaza latente. Kapanga se llevó la peor parte con el clima: durante su show no sólo llovió, sino que cayó granizo. Por ese motivo, la carpa en la que está el escenario del Roxy se llenó de gente que prefería escuchar a la distancia, a salvo de los piedrazos helados. El grupo de Quilmes, sin embargo, logró buena conexión con el público, mediante su mezcla de ritmos –rock, punk, cuarteto y muchas otras yerbas– y el buen humor del Mono, su carismático cantante. Para cuando Pappo pisó el escenario ya se veían algunas estrellas. El veterano rockero adelantó temas de su próximo trabajo y repasó su larga historia, mezclando blues (“Desconfío”) con rocanrol (“Ruta 66”, “Sucio y desprolijo”). Dos de las incursiones del Carpo en el repertorio de Riff, “Susy Cadillac” y “Mucho por hacer”, contaron con su ex compañero Vitico en el bajo. Estaba claro que Pappo jugaba de visitante en la fecha, ya que las bandas principales eran de punk rock. Además, su inclusión fue a último momento. Sin embargo, la gente lo escuchó con atención, y aplaudió la polenta de “Fiesta cervezal” (toda una ironía esa canción en este festival).
Decididos a tocar temas que hacía tiempo no estaban en su repertorio, Attaque 77 se encontraron con la misma respuesta de su público que si hubieran armado una lista a puro hit. Basta con decir que la mayoría de las remeras tenían estampado el nombre del cuarteto para imaginar la fiesta. En general, Attaque sonó ajustado, prolijo y poderoso, con un punk rock que también admite giros pop y algo de reggae/ska. “¿Quieren que hagamos una en contra de los políticos?”, preguntó el guitarrista Mariano Martínez. Como si hasta entonces hubieran tocado alguna a favor... Hubo mayoría de letras con contenido social (“Canción inútil”, “Santiago”, “El abuelo”, “Alza tu voz”, entre otras), transformadas por el coro de diez mil personas. Lo de Die Toten Hosen, se dijo, fue demoledor. Uno no puede sino preguntarse de qué se alimenta Campino, su atlético vocalista, que pasados los 40 se animó no sólo a treparse por el andamiaje del escenario, sino a cruzar caminando por encima del techo, prender una bengala y cantar, todo al mismo tiempo. La energía también la tienen sus compañeros, que no descansaron un solo instante, ciento por ciento de entrega hacia sus fans. Debe ser por eso que logran una comunión que impacta con chicos que saben tanto de alemán como de microbiología celular, pero que cantan cada palabra de las canciones. Como los Hosen tenían fresco el recuerdo de otro concierto en River, en la despedida de los Ramones, eligieron arrancar con un homenaje “a Joey y la banda”. “Hey ho, let’s go”, atronó el grito de guerra de “Blitzkrieg bop”. Hubo más covers con “Song #2” (¡de Blur!), “Hang on sloopy” y “Should I stay or should I go”, tributo a otro punk que ya no está, el Clash Joe Strummer. La banda no les rehúye a las melodías, pero lo que más contagia es su adrenalina. Y así, pese a la lluvia, el granizo y las horas saltando en la cancha auxiliar de River, es imposible cansarse. Ni física ni mentalmente.

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