Mié 29.10.2003

ESPECTáCULOS

“La danza puede ser otro espacio de resistencia”

La compañía Tercas Hembras Tuercas, integrada por cuatro jóvenes bailarinas, está presentando “Restos de oscuras (con la luz que seas)”, una pieza que reflexiona sobre los abusos de la dictadura.

› Por Hilda Cabrera

Cuatro jóvenes bailarinas decidieron ponerle coreografía a los sentimientos y emociones que despertó en ellas el conocimiento de la desaparición forzada de personas durante la última dictadura militar. La tarea derivó en escenas de carácter conceptual, despojadas de puntuaciones históricas y abiertas a numerosos significados. Ellas son las Tercas Hembras Tuercas, nombre que agrupa a Julieta Eskenazi, Florencia Gleizer, Laura Mercedes Lázaro y Laura Tabachnik, quienes acreditan una interesante formación artística junto a maestros nacionales y extranjeros. El título de esta ópera prima de la compañía es Restos de oscuras (con la luz que seas), “robado” al poeta Juan Gelman, según aclaran en la entrevista con Página/12. Se trata en realidad de “fragmentos de versos y palabras trastocadas que nos permitieron sintetizar lo que buscamos decir en esta obra”, puntualizan. Este trabajo puede verse sólo los viernes a las 21, en el Teatro del Sur, de Venezuela 2255, con escenografía y vestuario de Marianela Gómez, música original de Martín Pavlovsky, iluminación de Pablo Fontdevila, asesoramiento expresivo de Carlos Issa y dirección general de la bailarina Eskenazi, quien dio el primer impulso al proyecto. No es un detalle menor que un grupo plasme una ópera prima que gire en torno de las dolorosas secuelas que dejó la muerte y desaparición de personas durante la última dictadura militar, y que quienes emprendan esta investigación coreográfica hayan sido criaturas de muy corta edad en aquellos años.
–¿Qué las llevó a debutar como grupo con los temas de la muerte y desaparición forzada?
Julieta Eskenazi: –No convoqué a mis compañeras por alguna experiencia de este tipo en mi familia, pero desde chica supe qué pasaba porque me lo contaban mis padres. Pensaba en la soledad, el frío, el hambre y el terror que debían de haber sentido los apresados. Cuando me inicié en la danza me propuse hacer algo desde lo que estaba estudiando. No quería quitarme de la cabeza mi rechazo a esa aberración que marcó a varias generaciones con el miedo a expresarse. Hice pequeños trabajos, pero recién después del 19 y 20 de diciembre de 2001 supe cómo empezar. El 20 yo estaba en la calle con una amiga y sentí miedo, pero también pude ver, y me conmovió mucho, la fuerza increíble que desplegaba la gente que avanzaba como en bloque, era obligada a retroceder pero avanzaba nuevamente. Ese movimiento que se repetía me pareció único. Aquella experiencia real reapareció después, cuando nos pusimos a trabajar las cuatro en la obra.
–¿Existen hoy restos de aquellos temores en los jóvenes nacidos en esos años?
Laura Mercedes Lázaro: –Advertimos miedos que están presentes. Soy hija de exiliados y sé de amigos de mis viejos que desaparecieron. Conozco también a sus hijos. Me crié en un entorno muy marcado por la angustia, las ausencias y el desarraigo. Los hechos de diciembre de 2001 me movilizaron mucho. En esos días imaginé que podían volver a suceder cosas que hasta entonces pensaba que no se iban a repetir.
–¿Cómo trasladaron la información que cada una tenía sobre los desaparecidos a la danza?
Laura Tabachnik: –Ese fue un trabajo muy delicado. A partir de la propuesta de Julieta, empezamos a investigar sobre el concepto de desaparición, más allá de cómo y cuánto nos marcó la dictadura a cada una de nosotras y a nuestro entorno. Tenemos conciencia de que somos hijas de una generación muy marcada por la represión, pero creemos que desde lo que hemos aprendido, desde la danza, podemos generar un lugar de resistencia y lucha.
–¿De qué manera influyó el hecho de que tuvieran experiencias y maestros diferentes?
Florencia Gleizer: –Justamente, somos muy distintas, y nos interesa que esas diferencias queden de manifiesto en la obra. No buscamos un lenguaje que sea reproducción de una única técnica. No pretendemos la homogeneización, ni tampoco mantener en los espectáculos que hagamos de aquí en adelante el lenguaje que utilizamos en esta obra. Cada pieza exige lo que creemos es propio de ella. Para nosotras, primero está lo que queremos decir y después qué tipo de movimiento y técnica vamos a utilizar.
J. E.: –El movimiento nace de las improvisaciones, que a su vez surgen de las investigaciones que realizamos sobre textos, películas y videos. Filmamos también nuestro trabajo para poder modificarlo y corregirlo cuando es necesario. Convocamos a dos maestros bailarines para que nos supervisen y a un actor. Necesitábamos que nos cuestionaran desde fuera del espectáculo. Martín Pavlovsky se ocupa de la música y hace un aporte muy interesante sobre “lo ausente”, lo que falta a nuestro alrededor, lo que no tiene “presencia” pero está en nuestra cabeza y nuestra sensibilidad. Por eso la obra transcurre sin cortes definitivos: cada escena está “pisada” por la siguiente, como si se buscara interrumpirla, pero no es posible, y continúa, sólo que de otra manera. La música acompaña este lenguaje, y también se deja oír y se corta de repente, generando un clima chocante, áspero, de oscuridades y resplandores.
L.T.: –Vivimos en una sociedad con un montón de ausencias, donde hay zonas oscuras y otras iluminadas, como las bellas palabras de Gelman que trastocamos, pero con importantes espacios de vitalidad.

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