Jue 30.10.2003

ESPECTáCULOS  › “SER Y TENER”, NOTABLE FILM DEL FRANCES NICOLAS PHILIBERT

Cuando el aprendizaje es toda una aventura

El autor de “La ville Louvre” se interna en una pequeña escuela rural y descubre, con tanta sensibilidad como austeridad, la maravillosa épica del conocimiento. Por su parte, la directora coreana Lee Jeong-Hyang propone un film de una rara pureza cinematográfica.

› Por Luciano Monteagudo

Es francamente difícil hablar de un film tan simple, tan transparente, tan austero y a la vez tan emotivo como Ser y tener, el magnífico documental de Nicolas Philibert, un auténtico maestro del género, de quien en Buenos Aires ya se conocieron otros de sus films, como La ville Louvre y El país de los sordos. Con las herramientas más sencillas –una cámara, un micrófono, un equipo mínimo de tres personas–, Philibert se instaló durante diez semanas en una escuela rural de Saint-Etienne-sur-Usson, al norte de Francia, y se propuso no precisamente informarle ni enseñarle nada al espectador (el cine de Philibert está en los antípodas del noticiero y del documental didáctico), sino más bien compartir con él la maravillosa experiencia del aprendizaje de un grupo de niños, que van de los cuatro a los doce años. La escuela elegida tiene la particularidad de ser lo que en Francia (y también en nuestras regiones más apartadas) se denomina “escuela de clase única”, establecimientos en los que un solo docente enseña al mismo tiempo a chicos de distintas edades, en un mismo espacio físico. Esta elección le permite al film desentenderse de problemas específicos –pedagógicos, sociológicos– para concentrarse en cambio en temas como el crecimiento, la convivencia y la educación en un sentido amplio, como valor universal.
La vida es dura en esa región, parecen decir la primeras imágenes, que registran las faenas de campo, el frío, el viento, la nieve. Pero, por contraposición, la escuela y particularmente el aula son un refugio cálido, seguro, allí donde el maestro Georges López recibe diariamente a su pequeño rebaño y lo cobija de la intemperie y de las inclemencias del mundo exterior. “Bonjour monsieur”, repiten uno a uno los chicos mientras van ingresando a ese albergue (que tiene, hay que decirlo, todos los elementos y comodidades que puede proveer un país desarrollado, muy a diferencia de nuestras escuelas rurales). A su vez, el maestro es un poco como la naturaleza de la zona: áspero, riguroso, por momentos inflexible, pero siempre pródigo, generoso. Puede parecer a veces demasiado estricto, pero también tiene una infinita paciencia para ocuparse personalmente de todos y cada uno de sus chicos, para ayudarlos a progresar en sus estudios, a resolver sus litigios y hasta acompañarlos en algunos problemas de su vida familiar.
La cámara de Philibert siempre parece estar en el lugar adecuado, a la distancia exacta, nunca demasiado lejos ni demasiado cerca. Con una naturalidad asombrosa, la rutina cotidiana se desarrolla frente a sus ojos como si el artificio del cine no mediara entre la realidad y su registro. Hay grandes planos generales, en los cuales el entorno tiene la posibilidad de expresarse en toda su magnitud, y también hay primerísimos primeros planos, que descubren los detalles y los gestos más elocuentes de los chicos, aquello que a veces dicen solamente con los ojos. Ser y tener (un título por demás significativo, un infinitivo que le sugiere al espectador la posibilidad de conjugar junto con el film esos verbos) tiene la rara particularidad de ser una película coral, colectiva y al mismo tiempo íntima, personal. Son muchas las voces que se escuchan en el film –las de Julien, Laetitia, Olivier y el pequeño, delicioso Jojo, entre loschicos más favorecidos por el director– pero todas se distinguen con precisión y claridad, aun aquellas que son apenas susurros, como cuando la pequeña Marie se queja para ella misma de que le han quitado su goma de borrar.
Por sobre todas las cosas, Philibert consigue que su film se convierta en una pequeña gran aventura sobre las dificultades de crecer y de aprender, sobre la necesidad de conocer el mundo, sobre el desafío de enfrentarse a la letra escrita, de empuñar un lápiz, de reconocer las formas y los colores, de ensuciarse la cara y las manos con pintura, de descubrir que al seis le sigue el número siete y –para los más grandes– que la inminencia del colegio secundario no tiene por qué significar una tragedia. Porque de eso trata también Ser y tener, del paso del tiempo, de las estaciones, de la llegada de nuevos alumnos al aula y de la despedida de otros. Y también del inminente adiós del maestro, que se sorprende a sí mismo de su próximo retiro, de tomar conciencia que hace 35 años que está dando dictado a sus alumnos y que, sin embargo, le parece que fue apenas ayer cuando sorprendió a sus padres –que también eran campesinos– con su vocación por la más noble y a veces la menos reconocida de las profesiones: la docencia.

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