Mié 19.11.2003

ESPECTáCULOS  › DESEMBARCO DEL CINE URUGUAYO EN BUENOS AIRES

Imágenes de la otra ribera

Mañana comienza en el Gaumont y el Malba una muestra con films y videos que dan cuenta del crecimiento del cine charrúa.

› Por Horacio Bernades

Desde hace dos o tres años, el cine uruguayo viene experimentando un importante crecimiento, tanto en términos de cantidad como de calidad. A partir de mañana y hasta fin de mes, el así llamado “Desembarco del cine uruguayo en Buenos Aires” permitirá verificar ese crecimiento. Organizado por Cinemateca Uruguaya, Malba.cine y los institutos de cine de Uruguay y la Argentina, este desembarco contará con el Malba y el Gaumont-Km 0 por puertos de llegada, ofreciendo desde films de ficción hasta animación y documentales; películas realizadas en fílmico y video; largometrajes, medios y cortos (ver detalle aparte). Con presencia de una importante delegación integrada por autoridades, cineastas y críticos de cine de ese país, la doble muestra incluye los films más resonantes que del otro lado del charco se produjeron en el último bienio. A saber, la multipremiada En la puta vida (la película uruguaya que más espectadores llevó a las salas en toda la historia), El viaje hacia el mar (que el sábado pasado ganó el primer premio en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva y se anuncia como candidata al Oscar al Mejor Film Extranjero) y Aparte, a la que muchos consideran el mejor documental jamás filmado en el país vecino y es la segunda película uruguaya más vista en el curso de la temporada. Paradójicamente, todo esto tiene lugar en el preciso momento en que, debido a la desidia oficial, el futuro cinematográfico de los vecinos rioplatenses se ve más amenazado que nunca (ver aparte).
La realización más reciente del reconocidísimo documentalista Mario Handler –cuya obra se remonta hasta los años ‘60–, Aparte, se vio rodeada, desde el momento de su estreno, por una ola polémica que hasta amagó con llevar a su realizador a los tribunales. Retrato sin concesiones de la cotidianidad de jóvenes habitantes del cantegril montevideano (el equivalente a nuestras villas miseria), Aparte incluye escenas en las que los protagonistas aspiran pegamento e inhalan cocaína. Esto llevó a que su realizador fuera acusado de incitación al delito por parte de algunos funcionarios, a la vez que notorios representantes de la cultura –desde Eduardo Galeano hasta Homero Alsina Thevenet– salieron en su defensa enérgicamente. Presentando por estos días su película en España, Mario Handler no podrá ser de la partida cuando Aparte se exhiba en el Malba, el domingo 23 a las 16 y el domingo 30 a las 24. Por mail y en exclusiva, Página/12 buscó suplir esa ausencia, dialogando con el realizador sobre el film y sus repercusiones.
–¿Cuáles fueron sus intenciones al encarar Aparte?
–No me movían razones políticas o ideológicas, sino el simple hecho de ir a lo básico. Antes que confirmar tesis o hipótesis establecidas yo pretendía llegar a lo que es, a lo que existe. Naturalmente, por más que no formara parte de mis intenciones iniciales hay un fin político o filosófico inevitable en mostrar la vida cotidiana de un grupo de jóvenes marginales: concientizar al espectador. En algún momento y llevado tal vez por cierto paternalismo, pensé que también podría llegar a concientizar a los propios protagonistas de la película. Pero si eso se dio, fue solo de modo parcial.
–¿Cómo vivió ese semifracaso, si se lo puede llamar así?
–Hasta los últimos meses del rodaje lo llevé bien. Volvía a casa tranquilo y contento de los resultados cinematográficos, pensando que, al fin y al cabo, mi tarea consistía en hacer una película y punto, y que con eso ya era bastante. Al final entré en angustias, comencé a recibir malas noticias. “¿Sabés a quién mataron?”, me decía alguien. “¿Sabés quién cayó en cana?” Nunca creí en el destino, soy muy ateo, pero me amargué frente a lo inevitable, lo que ellos mismos aceptan de un destino que hasta entonces yo creía que podía combatirse. Hoy creo que sólo grandes decisiones políticas pueden mejorar la situación, que no basta con explicarles, con creer en una capacidad de organización que no tienen. Hay que producir una integración forzada para que se respeten sus derechos individuales y puedan igualarse con el resto de la sociedad.
–¿Cómo fue su relación con los protagonistas de la película?
–Durante casi dos años pasé muchas horas con ellos. No sólo en el lugar donde viven sino también en mi propia casa, adonde de a poco comencé a invitarlos a conversar, usar mi computadora o mi baño. En alguna ocasión hasta les presté la cámara para que ellos mismos se filmaran, algo que terminé incorporando a la película. Lo que nunca hice fue pretender que ellos y yo éramos iguales, traté de no condescender a ninguna demagogia. Incluso discutí y me peleé con ellos. Lo cual era lógico, porque yo elegí gente conflictiva para filmar. Gente conflictiva con la sociedad y consigo mismos.
–¿Qué clase de respuesta tuvo la película en el momento de su estreno?
–La vio mucha gente y llegó a generar algunas discusiones violentas. Fue tema de debate en reuniones políticas y de ONG. Después sobrevino ese cargo de incitación al delito hecho por algún funcionario, que finalmente quedó en nada. Yo les di plata a los chicos de la película, como pago por su tiempo. Qué hicieron después con esa plata es algo que está más allá de mi responsabilidad. Mi responsabilidad pasa por no haber mostrado ningún delito en cámara, no haber provocado nada para después filmarlo. Me limité a filmar su vida cotidiana sin guardarme nada, y la vida cotidiana de estos muchachos y chicas incluye prostituirse, robar y fumar marihuana, tanto como tomar mate o jugar “picados” de fútbol.

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