Mié 19.11.2003

ESPECTáCULOS

Platonov o cómo el joven Chejov imaginaba una vida más creativa

La puesta de Hugo Urquijo en el Teatro San Martín recupera el clima de comedia para la primera obra de Anton Chejov.

› Por Hilda Cabrera

¿Por qué no vivir y trabajar de forma creadora? ¿Será ésa una de las preguntas que surge con mayor frecuencia ante la lectura y las puestas de las obras de Anton Chejov? Y tanto frente a las más celebradas (La gaviota, Tío Vania, Tres hermanas, El jardín de los cerezos) como ante Platonov, escrita cuando el autor ruso rondaba los 20 años y a la que se conoce resumida y en versiones que no se sabe ya si guardan o no fidelidad a este médico, narrador y dramaturgo excepcional nacido en Taganrog, en el sur de Rusia, en 1860, y muerto en 1904, víctima de la tuberculosis. La aclaración sobre las versiones es necesaria pues el texto original de esta obra fue destruido por Chejov ante la negativa de una actriz de su época, María Ermolova, a interpretarla. Pero sucedió que en 1920 se halló un borrador, y a partir de entonces comenzaron las adaptaciones, entre ellas la del inglés David Hare, guionista y dramaturgo nacido en Sussex en 1947. Sobre esta versión, el director Hugo Urquijo hizo a su vez la suya. Esto explica la contemporaneidad de algunos parlamentos. Si bien los estudiosos han calificado de primera pieza a Sin padre, fue Platonov –acaso resultado de aquélla, como Tío Vania de El fantasma del bosque–, la que una vez descubierta, sedujo a directores y cineastas.
La acción transcurre en la mansión de los Voinitzev, lugar de reunión de personajes bien diferenciados, pero enmarcados todos en un momento de desajuste social de la Rusia zarista, con una aristocracia en declinación y una burguesía comercial y económica en ascenso. Cada uno se constituirá en referente de un estrato social, de una forma de vida que, si alguna vez lo fue, hace tiempo que ha dejado de ser creadora. En algunos se subrayarán los elementos paródicos. Ejemplos de ello son el joven Kiril Glagoliev, el hijo que cumple la tarea de gastar la fortuna del padre; la criada Irina, que recorre kilómetros pese a ser una señora mayor (interpretada aquí por Nya Quesada), y el enjuto Marko, “el aparecido”, otro personaje que se desplaza a pasos cortos y rápidos, encargado de alcanzarle a la joven viuda aristocrática Anna Petrovna buenas y malas nuevas: la invitación a una fiesta o una demanda judicial (aquí la composición es de Max Berliner). Entre una variedad de pícaros e indolentes, de seres contradictorios, autocompasivos y aferrados a ilusiones vanas, la figura de Ozzi, el “cuatrero”, se destaca como la más amenazadora. Se dice que aterroriza a la gente que se interna en el bosque que rodea la finca de Petrovna y es “el auténtico ruso de hoy”.
Si bien en este entramado de situaciones cada personaje tiene la oportunidad de un primer plano, el maestro rural Mijail Vasilevich Platonov (a cargo de un dúctil Jorge Suárez) es el componente clave. A él se deben las reflexiones de tono contemporáneo y la ronda de flirteos en la que sucumben las mujeres, incluso la “liberada” Anna Petrovna (sutilmente compuesta por Beatriz Spelzini). Pero, ¿qué tipo de maestro es Platonov? En sus comentarios al escritor ruso Maxim Gorki (transcriptos por éste a un texto propio), Chejov defendía el trabajo del maestro, cuyo lugar –señalaba– debía ser el de un artista enamorado de su trabajo y no el de un paria que, además de pasar hambre, era maltratado y hasta considerado sospechoso. En esta pieza, Platonov es un individuo instruido y no precisamente vejado. Se lo ve indolente y convertido en un seductor, sin aparentemente proponérselo. Es diferente en esto al maestro Medvedenko, de La gaviota, falto de dinero y carácter, y desdeñado por su mujer. Platonov, en cambio, es adorado aunque no se haga cargo de las pasiones que desata. En realidad, en “ese mundo de tontos y vivillos, parásitos y borrachos”, tampoco sabe qué hacer con su persona.
La puesta de Urquijo, cuidada al detalle en sus rubros artísticos y técnicos, se inclina por la comedia ligera. Esta preferencia pudo haber surgido del conocimiento de una observación hecha por Chejov a Konstantin Stanislavski (1863-1938) respecto del montaje de una de sus últimas obras, Tres hermanas (de 1901), concretado por este actor, director y maestro de actores en el Teatro de Arte de Moscú. Contrariando a Stanislavski, Chéjov le señaló que su intención había sido escribir un vodevil. En todo caso, el humor ligero impreso por Urquijo no esconde cierto trasfondo triste y trágico. Ocurre en una de las escenas que protagoniza el desaprensivo médico Nicolás Trilevski (resuelto con eficacia por Carlos Portaluppi), como en las interpretadas en forma conjunta por Platonov y Anna. Esa ligereza permite que haya saltos en el tiempo y se viertan frases que suenan actuales, como las que dicen que a ninguno de los que hacen negocios y fiestas violando la ley se les puede probar algo en contra, que “los decentes están endeudados hasta el cuello” o que todos engañan, porque, según Platonov, ése es “un mundo de cuarta categoría”.

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