Jue 20.11.2003

ESPECTáCULOS

Kevin Costner vuelve al paisaje del viejo Oeste

Hollywood vuelve sobre sí mismo. En su primera película basada en un guión ajeno, los Coen recrean los códigos de la clásica comedia de enredos matrimoniales, mientras que el actor y director de “Danza con lobos” regresa a las praderas para reencontrarse con el espíritu del western.

Por L. M.

¿Cómo volver hoy al western? En todo caso, ¿es necesario? Y de ser necesario, ¿es posible? Esas son algunas de las preguntas que Kevin Costner parece haber estado formulándose, consecuentemente, durante casi toda su carrera, como protagonista de Silverado y Wyatt Earp, dos revisiones del género a cargo de su amigo Lawrence Kasdan, y también como director de Danza con lobos, su primer intento detrás de la cámara, más de una década atrás, cuando detuvo su mirada sobre lo que siempre se consideró un territorio hostil en el imaginario de Hollywood: la comunidad indígena. Ahora, en Pacto de justicia, un film que produjo al margen de los grandes estudios, invirtiendo recursos propios, Costner vuelve –como actor y director– al universo del western, con la idea de entregar un film sobrio, sereno, clásico. No siempre lo logra, pero aun en sus momentos fallidos hay una cierta nobleza que hace de esta nueva incursión por el Oeste norteamericano una película a contramano de las modas y de las exigencias de la época.
En este sentido, hay una afinidad evidente entre el proyecto de Pacto de justicia y los personajes que habitan el centro de la película, a cargo del propio Costner y de Robert Duvall, en uno de sus mejores trabajos de los últimos años, lo que no es poco decir del actor de El apóstol. Duvall es Boss Spearman, un cowboy veterano que viene arreando ganado desde los tiempos en que no existían las alambradas y se podía dejar pastar la manada allí donde hubiera hierba fresca. Los tiempos, sin embargo, han ido cambiando y ya no es tan sencillo moverse por un territorio que cada vez dice tener más dueños. Quizá por eso viaja con él un compañero parco, taciturno, que declara llamarse Charley Waite (Costner), aunque quizás ese no sea su verdadero nombre. Tampoco importa demasiado. Sólo hace falta saber que desde hace diez años Charley cabalga al lado de Boss y que tuvo un pasado oscuro, del que no le gusta demasiado acordarse. Los demonios de ambos, sin embargo, saldrán a la luz cuando, de paso por un pueblo odioso como tantos otros, les quieran robar su ganado y echarlos –de una tierra que consideran suya, igual que el cielo que tienen por techo– como si fueran intrusos.
Boss tiene la experiencia suficiente como para saber que no vale la pena arriesgar la vida por unas cabezas de ganado. Pero tampoco está dispuesto a que le impongan la voluntad de otro por la fuerza. El terrateniente de la región (el actor británico Michael Gambon) maneja no sólo a una banda de encapuchados sino también al sheriff (James Russo) y cree que no tendrá problemas en deshacerse de los forasteros. No cuenta con la tenacidad de Boss y con el pasado de Charley, que dice: “No me cuesta trabajo matar..., nunca me ha costado”.
Se sabe que el western tiene códigos muy marcados, pero aun así el guión de Craig Storper abreva quizá de demasiadas fuentes. El pistolero que se ve forzado a volver a desenfundar es una figura siempre recurrente, pero tuvo su culminación hace relativamente poco en Los imperdonables, de Clint Eastwood, quizás el último gran western. El pueblo temeroso y venal, que se rinde dócilmente ante el poder de las armas, proviene directamente de Ala hora señalada. Y el tiroteo final en el apostadero de caballos se corresponde con cualquiera de las decenas de versiones cinematográficas del legendario duelo en el “OK Corral”. Aun así, Costner –con la invalorable ayuda del fotógrafo James Muro, que trabaja admirablemente con luces naturales– maneja bastante bien cada una de estas líneas concurrentes.
Eso hasta que se empantana con algunos discursos que el guión pone en boca de sus personajes, un pecado que el viejo western jamás cometía: el de hacer explícitos los motivos de sus personajes, que solo hablaban por sus acciones. Otro problema de Pacto de justicia es el romance entre Costner y Annette Bening, que en el desarrollo del film aparece forzado, como si el actor no quisiera renegar de la posibilidad de conquistar una franja de público femenino. En compensación, los momentos de acción están filmados a la vieja usanza, sin apelar a un montaje frenético, y la intimidad de los dos cowboys en la pradera funciona mejor que cualquier otro idilio.

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