Lun 24.11.2003

ESPECTáCULOS  › ARTURO RIPSTEIN EN EL PROYECTO ZOOM DE CIUDAD ABIERTA

“Filmo para olvidar mis fantasmas”

El cineasta mexicano salió con una camarita a registrar las calles porteñas que conoció en otros tiempos. Es uno de los cien artistas que, convocados por el canal de la ciudad, reflejaron en cortos de cinco minutos su visión personal de Buenos Aires.

› Por Julián Gorodischer

Arturo Ripstein, de boina, pilotín y cigarrito negro, dice: “Estoy haciendo mi pequeña ‘Amarcord’; por aquí me paseaba, por aquí caminaba”. Sus cinco minutos sobre Buenos Aires (para el proyecto Zoom, del canal Ciudad Abierta) son una forma de la frustración: recorrer la calle Lavalle a las cinco de la tarde para reencontrarse con el recuerdo de lo que vivió en el ‘66 cuando, por unos meses, él mismo fue un porteño. Ripstein camina como un extraño bajo la lluvia, por la peatonal de los templos pentecostales, la del olor a papas fritas y choripanes, la de los tarjeteros que le ofrecen “una mina por dos pesos”, y se esfuerza por revivir esa atmósfera de lo que ya no es. La que, en los lejanos ‘60, inspiraba a desplegar la pasión cinéfila, a tomarse de la mano con su mujer, y hasta demorarse en los colores del atardecer romántico. En vez de aquellas impresiones, llega la crónica breve del deterioro, aunque Ripstein no pueda dejar de ver belleza hasta en el gris: “Este color es bonito y coherente, y lo prefiero al azul añil, al rosa mexicano...”.
Si casi cien directores, a pedido del canal, salieron a mirar el detalle de lo cotidiano (ver página 20), Ripstein encarna la mirada total del foráneo, una búsqueda de la esencia porteña que sólo podría pretender el que ya no vive aquí. Este cineasta es aquel que no puede dejar de retratar en términos de contraste: lo que era y lo que fue, el esplendor y la derrota. Opone la ciudad bella y residencial de los lugares “eternos, monumentales, regios”, la del recuerdo, a las calles de la crisis.
Pero la mirada del autor nunca escandaliza, y hasta se ofrece como un manual del ser latinoamericanizado: “Nosotros, en México, esto ya lo vivimos hace rato. A ustedes les llegó la realidad, y uno nunca se acostumbra al proceso de estar latinoamericanizado: lo que sigue es asimilar o naturalizar una norma atroz, recubrirse de una coraza. Para los que vivimos en este lugar del mundo es un destino”, señala el director de La mujer del puerto.
Se le pregunta cómo se hace, en cinco minutos, para desplegar el punto de vista de un autor. Ripstein, entonces, sostiene que sólo aparece una mirada personal “cuando uno mira el suficiente tiempo. Hay que parar la cámara para que todo se vuelva interesante. Es un mirar sin propósito, sin nociones simbólicas, con una única meta: que reaparezca para mí la ciudad del pasado, pero no estará...”. Graciela Taquini, curadora de artes visuales y asesora del canal, lo provoca: “Ahí está el destino trágico de Ripstein: usted recuerda, busca, pero eso ya no está...”. El tipo del habanito responde: “Esa es la diferencia entre lo que se quiere y lo que se tiene, y es también una manera de reconstruir una memoria porosa. ¡Es el tiempo!”.
En el taxi, Ripstein se revela como un gran catador de arquitectura que disfruta de los edificios “coherentes, que siempre se parecen a sí mismos”, y se fascina con “la mezcla entre lo residencial y lo comercial” que no se ve en México DF. Su cortometraje, que se verá desde el 1º de diciembre, no es más que este breve paseo de escena por escena: el templo, Lavalle, la terraza del San Martín marcados por el gris y el tránsito, que lo retrotraen a sus primeras impresiones sobre Buenos Aires. “Sus coches, sus demoras en el tráfico, fueron lo primero que me llamaron la atención de la Buenos Aires del pasado, cuando era la primera gran ciudad al sur del continente americano.”
Pero cualquier máquina del tiempo necesita una estructura tubular o corrediza para habilitar el necesario desplazamiento: en pantalla se lo verá encarnado en el pasillo del Hotel Alvear, donde se hospeda, uniendo las imágenes de edificios y calles. Si hasta ahora el mármol, el yeso y la piedra merecen el elogio y el afecto, pronto se sabrá que Ripstein no puede dejar de pensar a la ciudad desenlazada de sus dos mujeres: la argentina que crió a sus hijos y su actual esposa, Paz Alicia Garciadiego, argentina por residencia durante varias décadas. “¿Qué cosa no podría estar ausente en su biografía?”, le pregunta Karin Idelson, la productora ejecutiva de “Ciudad Abierta”, que gestionó la participación de Ripstein en el proyecto Zoom. “Que diga: le gusta Buenos Aires. O mejor: se ha casado aquí. Fue bueno, después fue malo, y después se acabó...”
–Como en sus películas. Siempre se expresa un destino irreversible -dice Taquini, a esta altura su interlocutora única.
–Un destino que empezó, allá lejos, en un templo de la calle Libertad.
–¿Con una chica de Barrio Norte?
–Más bien de Once.
El plano final lo encuentra en la terraza del Centro Cultural San Martín, con la alegría del descubrimiento de un lugar insólito. Este es un sitio único: una terraza en pleno centro que permite monitorear cientos de cubiertas, que permite observar el tránsito (esa obsesión de Ripstein) como un hormiguero, y que motiva un plano fijo que va variando de dirección hasta dar con una vista amplia. Es el retrato desde las alturas, una toma que se va alejando: la síntesis exacta para un final.
Atlético a pesar de la respiración asmática (“...quiero un jadeo de fondo para las imágenes”, pide el cineasta), baja después la escalerita empinada y se queda por un momento en suspenso. Ahora, tal vez, llega el momento propicio para él sea el contrastado, y ya no la Buenos Aires que vino a reencontrar. “Sos un tipo supersimpático –¿lo halaga Taquini?– en comparación con la amargura de tus películas.” A Ripstein, definitivamente, le gusta el piropo: “Es que uno se saca tantas cosas de encima cuando filma, sobre todo el recuerdo de la película anterior, esos fantasmas constantes. Hacer otra película es, para mí, entonces, la única manera que tengo de olvidarlos. Me compadezco de aquellos directores que filman poco”.

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