ESPECTáCULOS
› “LA CAIDA DEL HALCON NEGRO”, DIRIGIDA POR RIDLEY SCOTT
A Bush rogando y con el mazo dando
La película del productor Jerry Bruckheimer (el mismo de “Top Gun” y “Pearl Harbor”) tergiversa la catastrófica intervención norteamericana en Somalia, en 1993, y convierte lo que fue un desastre militar en una canción de gesta de las fuerzas de elite desplegadas por el Pentágono.
› Por Horacio Bernades
Semanas después del 11 de setiembre del 2001 y en el contexto de lo que dio en llamarse, como si de una línea de productos de belleza se tratara, “la nueva guerra”, el presidente de los Estados Unidos dejó en claro, ante productores, realizadores y guionistas de la industria, qué clase de películas apoyaría su administración de allí en más. Viendo La caída del halcón negro, daría toda la sensación de que ese matrimonio en el infierno entre Bush & Hollywood ha parido su primera criatura.
Sin embargo, el film producido por el manufacturero de la acción viril Jerry Bruckheimer (el de Top Gun, Armageddon y Pearl Harbor) y dirigido por el refinado del músculo en que se convirtió hace rato el británico Ridley Scott (pasando de Alien y Blade Runner a Hasta el límite, Gladiador y ahora ésta) puede considerarse el primer film de propaganda anticipada, ya que comenzó a filmarse en marzo del 2001, cuando las Torres Gemelas estaban bien apoyadas sobre sus cimientos. Curiosa o proféticamente, no hay más que desplazar nombres, fechas y lugares, para que la Somalia de 1993, regida por el “sangriento dictador” musulmán Mohamed Farrah Aideed, se superponga al milímetro sobre esa Afganistán desde donde otro representante de la misma fe desataría, en el último otoño boreal, la ira de Goliath. En premio a semejante esfuerzo kinomilitar y como ofrenda al matrimonio en el infierno celebrado entre Bush y Hollywood, la Academia de Hollywood condecoró a La caída... con cuatro nominaciones al Oscar.
Apenas comenzada la proyección se informa que, ante las atrocidades cometidas por Aideed en perjuicio de sus connacionales, “el mundo (sic) respondió, y 200.000 marines fueron enviados por el gobierno de los EE. UU. para restablecer el orden (sic)”. Durante las restantes dos horas y media, La caída... da por descontado que los espectadores del mundo entero cincharán por estos bravos estadounidenses como si de los integrantes del equipo favorito de fútbol (americano) se tratara. La acción militar que la película reconstruye tuvo lugar en octubre de 1993. Hace rato que el ejército, la marina y la aviación estadounidense fracasan en sus intentos de capturar al dictador (por si faltaran paralelismos, conviene recordar que, en el momento de estrenarse la película en Estados Unidos, lo mismo ocurría con Bin Laden).
Algo impaciente, el general Garrison (nobilísimo hombre de armas nacido en Texas, como el presidente Bush) encara entonces un audaz operativo comando, que tendrá lugar en pleno centro de Mogadiscio y deberá resolverse en minutos. La misión de los grupos de élite es secuestrar a Aideed y su estado mayor, contando para ello con helicópteros, paracaidistas y fuerzas Delta y Rangers. Lo que parecería sencillo se complicará, un helicóptero estadounidense (el “halcón negro”) será derribado en plena casbah y todo se reorientará hacia un operativo rescate, con su saldo de bajas propias. No importa que los caídos sean 18, mientras los del enemigo se elevan (segúnlas propias fuentes estadounidenses) a por lo menos medio millar. Esta no es una película producida por las Naciones Unidas, así que aquí lo único que interesa son las bajas propias.
A lo largo de La caída... no hay un solo soldado que no se comporte como un héroe, dispuesto a sacrificar la vida por el compañero en peligro y su querido país, sabiéndose parte de un destino manifiesto. Quienes en un principio fungen como “humanistas” abrazarán, finalmente, la sangre y el fuego, dándole la razón a los de gatillo fácil. A su turno, la oficialidad tendrá ocasión de demostrar toda su nobleza, aceptando el fracaso del operativo con tal de no exponer a uno solo de sus hombres. Demostrando que el refinamiento puede ponerse al servicio de las peores causas, con ayuda del eminente Slawomir Idziak (que iluminó el Decálogo de Kieslowski) Mr. Scott baña el film de un uniforme tono terroso y evita sensiblerías, golpes bajos y shows unipersonales. Claro que no aflora, en su lugar, el menor rasgo de humanidad: en vez de seres de carne y hueso, los protagonistas de La caída... semejan imágenes de videogame, descargando toda su artillería sobre un enemigo a quien se identifica, peyorativamente, como “los flaquitos”. Un desfile incesante de canciones los acompaña, redondeando un mensaje que parecería decir: “Joven americano, ¡alístate!”.
Y después pretenden que el mundo los ame.
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