ESPECTáCULOS
• SUBNOTA › LOS SUCESOS REALES, TODO LO QUE HOLLYWOOD PREFIERE NO CONTAR
La historia según el amigo americano
Por George Monbiot*
Desde Londres
El ataque a Nueva York se discute como lo peor que le sucedió a una nación en los últimos tiempos. Pocos pueden negar que sea una atrocidad mayor, pero el pueblo estadounidense reclama una simpatía única, exclusiva. Ahora, ese reclamo se extiende a pérdidas americanas anteriores: La caída del halcón negro, el nuevo film de Ridley Scott, es -como otros de sus films– atrapante, intenso y bien filmado. Pero es también una demoledora malversación de lo que realmente sucedió en Somalia.
En 1992, los Estados Unidos entraron a Somalia con buenas intenciones. George Bush senior anunció que “América tenía que hacer el trabajo de Dios” en una nación devastada por la lucha de clanes y el hambre. Pero, como testimonia Scott Peterson en su libro Me against my brother, la misión estaba condenada por fallas de inteligencia y, en última instancia, por la creencia de que se puede bombardear una nación en pos de la paz y la prosperidad. Antes de entregarle la administración de Somalia a las Naciones Unidas, en 1993, EE.UU. cometió varios errores fundamentales. Respaldó a los jefes de clan Mohamed Farrah Aideed y Ali Mahdi contra otro rey de la guerra, consolidando su poder justo cuando amenazaba con colapsar. Falló en reconocer que los jefes estaban dispuestos a aceptar un desarme a gran escala, siempre y cuando fuera imparcial: lejos de resolver el conflicto, lo profundizó.
Luego de la entrega, las fuerzas de paz paquistaníes de Naciones Unidas intentaron desbaratar una radio de Aideed que emitía propaganda anti-UN. La radio cayó, y 25 de los soldados fueron asesinados por las fuerzas de Aideed. Unos días después, tropas paquistaníes dispararon contra una multitud desarmada, matando a mujeres y niños. La fuerza de las UN, comandadas por un almirante estadounidense, entraron así en una sangrienta lucha contra la milicia de Aideed. A medida que la pelea escalaba, las Fuerzas Especiales de EE.UU. aparecieron en escena para lidiar con quien la inteligencia definía como “El Hitler de Somalia”. Aideed, quien era despiadado y peligroso, pero al cabo era solo uno de varios líderes de clan compitiendo por el poder, fue culpado de todos los problemas de Somalía. La misión de paz de las UN se transformó en una guerra de partisanos.
Las fuerzas especiales, confiadas en exceso y desinformadas sin remedio, atacaron sucesiva y rápidamente el cuartel general de desarrollo de las UN, la sede de la organización de caridad World Concern y las oficinas de Médicos sin Fronteras. Mientras mataban civiles inocentes y personal de socorro, llegaron a capturar al jefe de policía... de las UN. Cuando algunos de los más antiguos miembros del clan de Aideed se reunieron en Mogadiscio para discutir un acuerdo de paz con las UN, los soldados estadounidenses volaron el edificio, matando a 54 personas. Eso sí, tuvieron éxito en convertir a todos los somalíes en sus enemigos. Los soldados fueron rodeados por hombres armados, y como respuesta lanzaron misiles hacia áreas residenciales.
Así, el raíd del 3 de octubre de 1993 sobre un edificio de Aideed, que llevó a la destrucción de los helicópteros Black Hawk y la muerte de 18 soldados estadounidenses, fue solo otro round en la guerra de América contra Aideed. Las tropas que capturaron a los oficiales de Aideed fueron atacadas por todos, incluso por milicias rivales entre sí que buscaban vengar las muertes de civiles. Las fuerzas especiales, con un entendible pero cruel cuidado por su seguridad, encerraron a mujeres y niños somalíes en el edificio en que estaban siendo sitiados. Scott dice que asumió el proyecto sin política, que es lo que la gente dice cuando suscribe al punto de vista dominante. La historia que relata, con la ayuda del Departamento de Defensa, es la historia que el pueblo estadounidense necesita contarse. El propósito de ese raíd, según La caída..., era impedir que Aideed hambreara a los somalíes hasta la muerte. No hay una sola pista de la guerra de feudos con las UN, más allá del ataque a la fuerza de paz paquistaní. No se informa que lo peor de la hambruna ya había pasado, o que hacía tiempo que las tropas de EE.UU. habían dejado de ser una solución. La toma de rehenes de los soldados fue eliminada. En su lugar -y esto suena familiar después del 11 de setiembre–, el intento de capturar a los lugartenientes de Aideed era una lucha entre el bien y el mal, entre civilización y barbarie. Los somalíes no muestran otras emociones que la codicia y la pasión por la sangre. Sus apariciones son acompañadas por un tecno árabe siniestro, mientras que los estadounidenses son acompañados por violines, oboes y voces á la Enya. Ellos muestran heridas espantosas y aferran fotos de sus familias. Los somalíes mueren limpiamente, caen como moscas, desechables. La historia que una nación quiere creer.
* De The Guardian,
especial para Página/12.
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