Jue 27.11.2003

ESPECTáCULOS

En el jardín del bien y del mal

Tomando como excusa un caso de abuso infantil, Clint Eastwood hace de “Río Místico” una versión urbana de “Los imperdonables”.

› Por Horacio Bernades

En películas como Los imperdonables, Un mundo perfecto y Medianoche en el jardín del bien y del mal, e incluso bastante antes, en varios de sus westerns, afloraba ya, en el cine de Clint Eastwood, una obsesión, de clara raíz protestante, por el tema del pecado original. En las antípodas del redentorismo fácil con que la maquinaria hollywoodense suele zanjar el tema, en aquellas películas Eastwood lo había abordado desde los flancos más oscuros e inquietantes. Como quien se despereza tras una década de films relajados, Eastwood vuelve ahora al ataque sobre el tema, y lo hace con una gravedad y una ambición inusitadas. Incluso, por momentos, excesivas. En el contexto cada vez más banalizado del Hollywood actual, una película de la densidad de Río Místico agiganta su relevancia, casi como si se tratara de una última cruzada que el viejo cowboy emprende, cuando parecía que ya había quemado los últimos cartuchos.
Basada en una novela del reputado autor de policiales Dennis Lehane y sobre guión de Brian Helgeland (que venía de escribir para Eastwood la anterior Deuda de sangre), Río Místico se abre bajo el signo de esa marca original, en esta ocasión bajo la más abyecta de sus formas: el abuso infantil. En esa escena inicial –que, como el resto del film, tiene lugar en un barrio de clase media-baja de Boston– dos adultos secuestran y ultrajan a un niño, que finalmente logra escapar, tras varios días en el infierno. Paralizados por la sorpresa, sus dos mejores amigos no pueden hacer nada por evitarlo, instalando así, de entrada, una sensación de culpa o impotencia compartida. Estampados en el cemento fresco, sus nombres (el del chico abusado queda, significativamente, a medio escribir) quedarán como una huella, en la que el resto del film no hace otra cosa que hundirse.
Treinta años más tarde, Jimmy, Dave y Sean siguen viviendo en Boston. Jimmy Markum (Sean Penn, en el pico de su intensidad) es dueño de un supermercadito barrial, aunque antes supo dedicarse a actividades bastante menos sanctas. De Dave Boyle, víctima de aquel abuso (Tim Robbins, oscuro como nunca) es poco lo que se sabe. Tal vez porque lo que le sucede no es algo que esté precisamente a la vista. Por su parte, Sean Devine (Kevin Bacon) volverá al barrio como detective de homicidios, junto con su compañero Whitey Powers (Laurence Fishburne), para investigar un crimen que tiene a los otros dos por protagonistas. Katie, la hija de 19 años de Jimmy, ha desaparecido y todo indica que ha sido asesinada. No hay sospecha que no recaiga sobre Dave, que en la noche del crimen volvió a casa sangrando y con una historia muy poco creíble para contarle a su esposa Celeste (la notable Marcia Gay Harden, en un personaje crucial).
De modo sumamente infrecuente, Río Místico desarrolla su relato de acuerdo con un doble movimiento dramático y hasta genérico. Si- guiendo al pie de la letra la novela original, Eastwood y Helgeland respetan puntualmente los procedimientos narrativos que impone la investigación policial, echando así un reflejo sesgado de los policiales que el propio Eastwood más de una vez protagonizó y/o dirigió. A la vez va teniendo lugar un segundo movimiento, en el que se viaja hacia la interioridad de los protagonistas (no sólo el trío de amigos sino sus respectivas mujeres, que como de costumbre en Eastwood funcionan como fortísimo contrapeso), yendo del presente al pasado y de lo personal a lo colectivo. Lo que surgede allí es una red dramática y narrativa tan compleja como diseminada, algo nada extraño teniendo en cuenta que el guionista es el mismo que en Los Angeles al desnudo había hecho un desbroce semejante.
Lo que queda cuando la red se retira no son otra cosa que los cimientos morales de una ciudad entera (no es raro: cimiento y cemento comparten la misma etimología) y de los Estados Unidos en su conjunto. Así lo remacha la secuencia de cierre, cuando todos los personajes (los que quedan vivos, al menos) confluyen en la celebración callejera de un acto patrio, dejando cerrada para siempre la red de crímenes, culpabilidades, encubrimiento y silencio. En ese decurso y sin dejar de abismarse en el dolor y el duelo de sus personajes, Río Místico enfrenta –como si se tratara de un duelo de western cuyos contendientes se reflejan en un espejo oscuro– fantasmas profundamente instalados en la cultura estadounidense, que los personajes llevan en sí como marcas a fuego: la pulsión por las armas y la toma de revancha, la justicia por mano propia, las ejecuciones sumarias y, como frutilla en el postre, la identificación de todo eso con el heroísmo. A esta altura, resulta difícil no ver Río Místico como versión urbana y contemporánea de Los imperdonables.

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