Con un documental sobre la inmigración aún inconcluso como punto de partida, Vladimir... cuenta la historia de un inmigrante ruso que llega a Ezeiza para encallar muy lejos de casa. Opera prima de Diego Gachassain, que estudió en la Escuela de Cine de Avellaneda y en el Incaa, la historia de Vladimir es la de quien cambia de lugar en el mundo, pero sigue sin encontrar el que le corresponde. Rodada en blanco y negro digital y hablada en ruso –con subtitulado–, el film de Gachassain es deudor de Habitación disponible, aquel documental pendiente realizado por Gachassain en colaboración con Eva Poncet y Fernando Vega, sus colaboradores en este trabajo. Durante su investigación, el director conoció a Pasha Kyslychko y Mikhail Rijkov, protagonistas de esta historia sin estrellas, que funciona bien en su presentación descriptiva, pero irá perdiendo fuerza cuando las trampas de la ficción vayan descascarando la tierra firme de su costumbrismo, y a evidenciar las trampas del inmigrante en tiempos de la globalización, que también homologan lugares comunes cinematográficos. Con un destino trágico impulsado por un guión previsible, Vladimir... confirma toda la tragedia y la sordidez que parece exigir su estética en blanco y negro.
Casi como la mecánica resolución de una ecuación, Vladimir se enamorará de una prostituta y terminará cargando un arma con la que protagonizará la tragedia final, tan caprichosa como la decisión de rodar una película argentina hablada en ruso. Asfixiante no sólo por su estética y el lenguaje, sino también por el destino terminal de una historia atrapada en su pequeñez, el film de Gachassain parece desentenderse de sus personajes apenas comienzan a deslizarse cuesta abajo en su rodada, condenándolos de manera casi egoísta a su final lento y anunciado.