ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA CON JULIAN WEICH, EL CONDUCTOR QUE CONFIA EN QUE GANAN LOS BUENOS
“Nunca le faltaría el respeto a un participante”
Desde El agujerito sin fin a Trato hecho pasaron quince años, a lo largo de los cuales Julián Weich se propuso construir una carrera exitosa como conductor sin polémicas, sin malas palabras y sin escándalos. El consenso del que goza y el rating de su programa indican que su fórmula prende.
› Por Emanuel Respighi
Julián Weich es una de esas personas a las que no les da lo mismo cualquier cosa. Ante cada propuesta de trabajo o ante cada pregunta en la entrevista con Página/12, se toma el tiempo necesario –aquel que no puede perder cuando está frente a las cámaras– para tomar una decisión o responder. Escucha atentamente a su interlocutor, reflexiona y recién cuando sabe lo que va a decir, habla con determinación. Una forma de transitar por la vida que, en base a su extensa carrera profesional, le dio amplios resultados, tanto fuera como dentro de la pantalla. Una transparencia que se le reconoce en el medio como a ningún otro y que, a principios de años, le permitió pasar de Canal 13 a Telefé sin ninguna polémica ni reproche por parte de nadie. Una forma de vida que lo llevó a ser uno de los conductores más exitosos de la televisión argentina.
Al llegar a la entrevista, Weich recibe a este periodista con termo y mate en mano. Acaba de terminar la grabación del exitosísimo Trato hecho (araña los 30 puntos de promedio) y se lo ve extenuado. “Son cuatro horas de trabajo muy duras”, dice. Además del mate, al conductor de 37 años lo acompañan un celular y un radio mensaje, que no dejará de sonar durante toda la entrevista. Es que además de conductor, Weich es padre de tres hijos y acaba de asumir formalmente como gerente creativo de Promofilm, la empresa que le produjo Fort Boyard, Expedición Robinson y Sorpresa y media, entre otros ciclos. “Hay gente –explica Weich– que cree que compré Promofilm, pero en realidad sigo haciendo lo que venía haciendo desde hace años. Estoy en la parte creativa de los proyectos que Promofilm hace para todo el mundo. No es que quiera ser productor. Más bien tiene que ver con mi forma de laburar, en la que tengo una faceta de productor bastante activa. Siempre charlamos con los productores y tiro ideas. Pero no se hace lo que yo digo, sino que consensuamos. No me gusta ni obligar ni que me obliguen.”
–Ingresó al mundo de la TV con una carrera como actor sobre sus espaldas. Hoy es uno de los conductores más importantes de la televisión argentina. ¿Cree que el medio lo fue absorbiendo?
–La TV no me absorbió. Simplemente, en un momento de mi carrera tomé la decisión de conducir un programa de televisión (El agujerito sin fin) sin saber qué iba a pasar. Como me fue muy bien, comenzaron a convocarme para conducir otros programas y la gente empezó a reconocerme más como conductor que como actor. Yo no abandoné la actuación, sino que simplemente la dejé por un tiempo que se fue extendiendo. De hecho, a fin de año se estrena Un hijo genial, donde vuelvo a actuar.
–¿Pero cuando aceptó animar El agujerito sin fin se imaginaba dejar por tanto tiempo la actuación? Después de todo nunca se dijo: “Quiero ser conductor”...
–No, para nada. Yo no sabía conducir, para mí era un trabajo más. Después me di cuenta de lo complejo que era hacer ese trabajo, aunque todo el mundo cree que es fácil. Lo que me sedujo de la conducción es que uno tiene la posibilidad de hablar con su propia voz y letra frente a cámara, y no con letra de otro, como lo hace el actor. A través de la conducción uno puede decir lo que piensa, siente y quiere transmitir.
–Eso en la faz positiva de la conducción, ¿y en la negativa?
–Mmm... Ninguna. Para mí no tiene nada negativo.
–¿El conductor no tiene un nivel de exposición muy alto?
–Lo que puede llegar a ser más complicado es que uno es esclavo de sus palabras. Pero como por suerte y convicción hago lo que digo y digo lo que hago, no lo sufro. No soy de los que hoy dicen algo y mañana dicen otra cosa. No soy de cambiar de parecer, ni de contradecirme. Mantengo una línea homogénea. No tengo una presión mayor. Uno está supeditado al rating en cualquier tipo de programa. Es parte del negocio. También es parte de este negocio que te critiquen, que te observen, que haya gente a la que le gustes y otra a la que no.
–En este sentido, ¿aprendió a ser conductor pero su vocación es la actuación?
–Yo me considero actor. Sé que me va bien como conductor, pero en el currículum pongo “actor”. Me encanta conducir, pero mi formación es la actuación. Yo disfruto viendo a Robert De Niro actuar, o a cualquier otro, más que viendo a alguien conducir. En la actuación está la esencia de todo. Que yo pueda hacer chistes o cantar mientras conduzco parte de que soy actor. Sería un conductor muy distinto si no hubiera sido actor. Actuar me gusta mucho, pero me tiene que seducir la propuesta. A mí me enseñaron que no existen los buenos actores sino los buenos papeles. Hay que ser inteligente y elegir los papeles en los que pueda destacarse.
–El problema es que muchas veces, sobre todo al comienzo de la carrera, hay gente que elige por los actores...
–Yo tuve la suerte de que cuando me eligieron fue para hacer algo digno y cuando elegí creo que tomé la decisión correcta.
–¿Qué no haría jamás en TV?
–En cuanto a la ficción haría cualquier cosa. Podría hacer de violador, asesino o de un personaje malvado porque es ficción. No me preocupa. En cuanto a la conducción, nunca le faltaría el respeto al televidente, al participante ni a mí mismo. Nunca participaría de un programa que sea una mentira. O sea: no participaría de un programa en el que yo diga que un participante se ganó 500 pesos, pero en realidad no se ganó nada porque el participante era un extra. Como conductor no haría una ficción.
–¿Y cómo hizo para no caer en manos de un malvado productor?
–Involucrándome en cada área de los programas y haciéndome responsable de todo. Ya en El agujerito sin fin me encargué de conducir el programa y de tratar que las promesas se cumplieran. Y si no se cumplían explicar los motivos, blanquear los errores, que siempre es mejor que esconderlos. Esas actitudes hace que la gente agradezca esa frontalidad y honestidad, y por otro lado me deja dormir tranquilo. Siempre me involucré en los programas. Nunca hice un ciclo sin saber lo que pasaba detrás de cámaras. No soy de los que llegan, conducen y se van. Siempre estuve al tanto de todo. No me gusta pensar que le proponen algo a alguien que no se cumple.
–¿Es muy difícil cumplir en el medio televisivo, mantener la palabra?
–Es muy fácil dejarte llevar por el medio y ante una queja o un error uno diga: bueno ya pasó, que se vaya a quejar a otro lado. Es muy fácil hacer eso, pero yo no me lo banco. A mí no me hace dormir tranquilo saber que dejé colgado a alguien en algún programa. Siempre traté de cumplir.
–¿Y la gente le reconoce esa actitud?
–Creo que la gente reconoce que hago las cosas de verdad. A la gente puede gustarle o no lo que hago, pero sabe que lo hago con la mejor intención. Reconoce que no jodo a nadie, que si hago un chiste es para reírse y que cuando hablo en serio es de verdad. La gente se da cuenta cuando le paro el carro a un participante. No soy cómplice de la mentira. Como no me engaño a mí mismo, no me gusta engañar a los demás. Es un círculo. El engaño no me sienta cómodo: no me deja dormir.
–Usted tiene una imagen muy pulcra. ¿Es un bicho raro dentro de la TV, cada vez más proclive al escándalo?
–A mí me gusta mostrar la parte buena de la gente, no la mala. Prefiero mostrar la bondad en lugar de la maldad. Pero no es que yo sea bueno todo el tiempo. Soy una persona totalmente normal, que cuando me martillo un dedo grito la puta madre que lo parió. La diferencia es que en la TV yo elijo mostrar buenos ejemplos. Entre uno malo y uno bueno, elijo el bueno. Y hacer algo bueno en la TV es muy raro. Llama la atención. Por eso estoy convencido de que la TV debe hablar mucho mejor que la calle. Porque si bien es evidente que en general se habla mal, no por eso los conductores tenemos que hablar mal. Tenemos que hablar lo mejor posible para que la gente mejore su lenguaje.
–Por lo que plantea está convencido de que la TV puede cambiar, que sólo depende de la gente que la hace.
–No tengo dudas de que se puede modificar. De hecho, desde mi lugar intento cambiar la TV. Pero desde mi lugar, no diciendo lo que los demás hacen bien o mal. Criticar a otro es muy fácil. Lo difícil es hacer. Yo hago un programa, una propuesta, que trato de que sea diferente a las demás. Intento diferenciarme pero para hacer cosas mejores. Yo podría haber hecho, en vez de sueños, pesadillas. Pero iba a generar pesadillas en la gente. Yo prefiero provocar sueños que pesadillas. La TV es el medio idóneo para provocar buenas acciones y no malas. Si estuviese conduciendo un noticiero no me queda otra que transmitir malas noticias. Pero como hago un ciclo de entretenimientos me puedo tomar la licencia de transmitir buenas cosas. En Navidad puedo decir “Feliz Navidad” en vez de dar la noticia de que otro chico se murió de hambre, que es otra realidad y que hay que emitirla. Pero creo que provocar el bien genera bien.
–A lo largo de su carrera como conductor, usted también fue construyendo una esperanza desde su propio lugar, a través de Sorpresa y media, fundamentalmente. ¿Eso también lo diferencia del resto de los conductores?
–Hay una gran diferencia entre quienes hacen las cosas para beneficio propio y quienes las hacen para beneficio del medio y la sociedad, que a la larga es beneficio propio. Yo traté siempre de que mi trabajo sea beneficioso para todos: para la gente, para el canal, para mí... Siempre pensé en que el beneficio abarque a la mayor cantidad de gente posible. Te doy un ejemplo, que es una pavada, pero vale. Cuando hacíamos El agujerito sin fin, hace ya quince años, había juegos con colores. Pero pronto me di cuenta de que no todos tenían televisor color y que quedaban afuera. ¿Por qué marginar a toda esa gente? Entonces hicimos un juego en el que podían jugar los que tenían TV blanco y negro. Por supuesto que quedaban afuera los que no tenían TV, pero era mucho más abarcativo. Tranquilamente podía haber hecho el juego en color y nadie me iba a decir nada. Sin embargo, le di bolilla porque respeto a la gente.
–¿Cuáles son los principios en los que se sustenta su relación con los espectadores?
–Trato de hacer las cosas de verdad. Así sea un truco de magia. Cuando me pongo frente a cámaras trato de hacer las cosas de verdad, entretener a la gente e integrarla. Yo le puedo hacer un sucutrule a la gente, pero saben que es sin faltarle el respeto. Esa es mi manera de laburar. Fuera de cámara trato de ser así, pero es diferente porque tengo los problemas que tiene cualquier persona. Me río menos.
–Después de haber logrado con esfuerzo posicionarse como un conductor para toda la familia, con muy buena imagen, ¿no dudó a la hora de aceptar hacer publicidad?
–No. Tengo tres hijos que viven de mi trabajo. Puedo hacer un montón de cosas, como conducir una fiesta privada, hacer un ciclo de TV, una película o una obra de teatro. Pero siempre que sea digno, que no estafe a nadie. Pero no hago cualquier cosa. De hecho, son más las que rechazo que las que hago. No por pensar en mis hijos hago cualquier cosa. Es parte de la selección que tengo la suerte de poder hacer para mantenerme en una línea. Si mañana aparezco haciendo publicidad de cigarrillos, la gente seguramente se preguntará “¿qué hace Julián haciendo esa publicidad?” No hago cualquier cosa por dinero.
–Usted es un conductor que juega mucho con el humor y la chicana a los participantes. ¿Cuál es el criterio para no pasarse de la raya, que usted remarca como casi ninguna otra persona de la TV?
–Puedo pasarme de la raya pero sin mala intención. Decirle a un tipo “pelado” no es ser agresivo. Si se lo dice de una manera puede ser agresivo pero si se lo dice en un contexto de cuatro horas de grabación, donde yo los cargo y ellos me cargan a mí, es pura diversión. Hay un límite intangible que es la falta de respeto. Obviamente, cada uno tiene su propio umbral. Hay que darse cuenta en dónde está el umbral del otro. Hay está el secreto de no pasarse de la raya.
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