Sáb 13.12.2003

ESPECTáCULOS

“Aquí tenemos una clase media bastante cretina”

Esta noche, León Gieco promete una gran fiesta popular en el estadio de Ferro. Aquí, sin embargo, habla largo y tendido sobre su visión social y política, un sello de identidad con su público.

Por Alfredo Leuco

De Videla a Kirchner. Del genocidio a la esperanza. De la dictadura abandonada hace 20 años hasta esta democracia repleta de asignaturas pendientes. De sus dolores, experiencias y opiniones durante semejante etapa de la vida argentina, a escasas horas de su presentación en el estadio de Ferro (hoy, desde las 20), habló León Gieco. Lo hace con la contundencia de sus valores y con la autoridad moral que le da ser un animal político incluso más allá de sus propias intenciones. Porque todo lo que León dijo con el pico lo sostuvo siempre con el cuero. Con sus incansables batallas contra el autoritarismo y las discriminaciones de todo tipo. Con su actitud solidaria como primer emblema.
–¿Cómo ve estos primeros meses de Kirchner?
–Con muchas esperanzas. Conozco gente del Gobierno que me merece mucho respeto, como Filmus. O el mismo Presidente, que habla nuestro idioma y es el más preocupado por los Derechos Humanos. Lógicamente no puede romper todos los moldes él solo en dos días. Estuve con él y comprobé que es una persona honesta, que está esperando que lo acompañemos para cambiar las cosas, que pongamos el hombro. Todos los días se está pegando contra un paredón, porque este país es un paredón. Por eso en las Naciones Unidas dijo que se sentía un hijo de las Madres de Plaza de Mayo.
–¿Kirchner es el responsable de que haya entrado por primera vez en su vida a la Casa Rosada?
–Exacto. No la conocía, pero el 9 de julio lo hice. Incluso nos ofreció el balcón para cantar el Himno. Pero con Víctor Heredia no nos quisimos pasar de la raya. Le dijimos que nuestro lugar sagrado era el escenario. Que sería bueno que en el balcón estuvieran los chicos de Santa Fe, beneficiarios de lo que juntaran las 60 mil personas que fueron. Fue muy emocionante... Todo lo hicimos a pulmón y nadie tuvo que poner un peso.
–¿Cómo sufrió personalmente la dictadura?
–Confieso que al principio, al igual que muchísima gente, tuve una sensación como de alivio. Eso de que alguien viniera a poner orden. Es que López Rega era nefasto, la Triple A había matado a tanta gente, ya me habían censurado temas. Jamás se me cruzó por la cabeza que venía una cosa tan pesada. Tardé en darme cuenta de la profundidad del drama.
–¿Y después?
–Me llevaron preso en dos ciudades. En Comodoro Rivadavia, al final de un recital me vinieron a buscar 25 policías. Un coronel me tuvo en cana dos días porque cantaba canciones prohibidas. También estuve preso en Córdoba. Pero lo más grave fue cuando me citaron al Primer Cuerpo de Ejército...
–¿Quién fue?
–El general Montes. Entré a su oficina. Amagué a sentarme, pero el tipo se quedó parado. Puso una pistola sobre la mesa y dijo: “Yo mismo te voy a pegar un balazo en la cabeza si seguís cantando esas canciones”. Fue terrible, medio fellinesco porque el lugar era muy raro y no estuve ni un minuto. Cuando me estaba yendo, me gritó: “Gieco, usted no me conoce, ¿eh?”. Habían desaparecido algunos amigos míos... Eso me obligó a irme. Regalé todo, libros, discos, la cama... Me amenazaban por teléfono con cosas terribles, que sabían a qué jardín iba mi hijita. Estuve en Perú, Costa Rica, México, cantando, tratando de ganarme la vida. Llegué a la casa de Gabriela y Edelmiro Molinari, en Los Angeles, y mandé a llamar a mi esposa y a Lisa. Después me enteré de lo que pasaba, los campos de concentración, los desaparecidos que tiraban al río. No lo podía creer.
–Pero tuvo el coraje de volver, en el ‘79.
–Vivía encerrado en mi casa. Hacía actuaciones clandestinas en pueblos para ganar unos pesos. Cuando Mercedes Sosa desde Europa me mandó a pedir una cinta con Sólo le pido a Dios, pensé que si ella venía era un síntoma de que estos tipos se empezaban a ir. La Negra, que la había pasado muymal, cantó en el Opera y ahí la conocí personalmente. Cinco meses después vino Malvinas. Sólo le pido a Dios lo habían prohibido en 1978 porque decían que no se podía hablar de paz en tiempos de la posible guerra con Chile. Insólitamente, con Malvinas lo declararon de interés nacional y lo obligaban a pasar en la radio.
–¿Qué siente cuando ve una foto de Videla?
–Una sensación vomitiva. No lo puedo ni mirar. El símbolo del nazismo en la Argentina.
–¿Votó a Alfonsín? ¿Qué juicio hace de su actuación?
–Sí, lo voté. Durante dos años sentí que fue un gran presidente. Pero con “la casa está en orden” sentí que me clavaban un puñal. Vino la Obediencia Debida y el Punto Final, y dije: “Estamos en peligro, algún día alguien va a indultar a los pocos genocidas que quedaron presos”. Y fue premonitorio... creo que las leyes de impunidad, el pacto de Olivos y el gobierno de Menem fueron lo peor que pasó en la democracia.
–¿Votó a De la Rúa?
–No... voté a la Alianza, pero por Chacho. Lo vi tres o cuatro veces y me pareció un tipo bárbaro. Y me sigue pareciendo. Todo el mundo lo criticó porque se fue. Yo lo criticaría por haber sido el vice de De la Rúa, no por haber renunciado. Fue un gesto de dignidad, trágico para el país, pero él se preservó. Intentó hacer cosas, pero se vio venir un cañonazo de frente.
–¿O sea que De la Rúa no lo defraudó?
–No, porque siempre lo vi trucho. Era un duro que no conocía nada ni a nadie. Nunca me cayó bien, pero sufrí por haber votado a la Alianza. De todos modos, cuando lo vi dejar el poder en el helicóptero, sentí temor que viniera un golpe de Estado o la nada, que es lo que vino.
–Vinieron las asambleas populares, los cacerolazos. ¿Qué fue de eso?
–Me gustaba que la gente se juntara en las plazas para hablar. Pero nunca tuve demasiada confianza porque todo estaba motorizado por la plata que no podían sacar de los bancos y nada más. Yo sabía que la clase media se iba a borrar cuando se aflojara el corralito. En la Argentina tenemos una clase media bastante cretina. Cuando ellos cortaban calles o rompían cosas no decían nada... y ahora rechazan a los piqueteros.

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