Jue 18.12.2003

ESPECTáCULOS

“La TV hizo que me volviera a entusiasmar con la escritura”

Alberto Laiseca publicó sus Cuentos de terror, una antología de los mejores relatos contados en su ciclo de I-Sat. El autor cuenta cómo le tomó el gusto a este nuevo modo de divulgación literaria.

› Por Julián Gorodischer

Alberto Laiseca viene de perder el Martín Fierro. Se lo dieron al previsible programa cultural de cable y relegaron a su extraña escena de “hombre con fondo negro y ventilador de techo”. Su programa Cuentos de terror (por I-Sat, los viernes a las 23) no es más que esa economía de recursos, el paraíso para el inversor: un hombre (en realidad, un escritor) cuenta cuentos, amparado por un ventilador moroso, ante la inquietante oscuridad que emite ruidos, golpecitos, algún chillido. Allí aparece el narrador enfático, capaz de interesar al gran público en el texto clásico. “Estaba tan deprimido –dice–, la gente lee cada vez menos. ¿Para qué escribir?...” Pero se empezó a dar cuenta de que lo paraban por la calle para comentarle La pata del mono, de W. W. Jacobs; se asombró de que algún taxista criticara un final de Edgar Allan Poe. Le tomó el gustito a esta nueva militancia por la divulgación literaria.
Al programa se agrega ahora la reciente edición del libro Cuentos de terror, una recopilación de sus mejores relatos dichos en la tele, con dos perlitas de su autoría que estaban inéditas (Cuentos de la Negra Tomasa y El Bobi) y un prólogo que deja sentada una posición: “Los monstruos existen en serio y todos lo sabemos...” (ver recuadro). La tele (I-Sat) se asocia a los libros (Editorial Interzona) y produce una literatura derivada de la pantalla. Y, entre sus efectos, se genera un increíble boom comercial que incluye el merchandising: Laiseca está en todas partes, en el mantel, el señalador, la remera de la promotora y la tapa del libro. En cada retrato se ve su tupidísimo bigote. “En el programa nunca se dice la palabra Laiseca –comenta Fogwill–.Y por eso en Chile todos hablan del escritor bigotudo. Te dicen: `Qué grande Borges, pero ¡el escritor bigotudo!’.” Más allá del boom, Laiseca persigue una militancia: reinventar el programa cultural (sin helecho, ni mesa redonda) y, sobre todo, regresar a la narración oral. “Si no es la narrativa lo que nos haga libres –dice–, no sé qué podrá ayudar a los seres humanos.”
–¿No es extraño que sea la TV la que se proponga ese rescate?
–Es por esas cosas raras que tiene el mundo, por esas reversiones... ¡Es un mundo tan extraño el nuestro! La tele nunca fue mala; es un buen instrumento y depende de cómo se la use. A mí se me habían ido las ganas de escribir, mi mujer se había muerto, estaba harto. Se me ocurrían miles de ideas, nunca tuve vacío creativo, pero me preguntaba: ¿Para qué? La televisión fue la que me empezó a acercar la respuesta de la gente, hasta que me entusiasmé, y aquí estoy.
–Con este regreso a los clásicos, ¿desmiente esa idea corriente de que “la gente sólo lee novedades”?
–Amo la literatura de otros, quiero contarlos, estimular a los demás. Pero ojo, cuidado, a mí me gusta muchísimo Stephen King, autor de El resplandor, un maestro. Y es moderno, está vivo. Los prejuicios que ha habido con este hombre son una monstruosidad; a los genios que hablan por arriba del hombro de King les pondría un premio de cincuenta mil dólares para premiar al pelotudo que sea capaz de escribir una línea digna de él, una sola página que te haga cagar de miedo.
–En el libro y en el programa se retoma la sentencia: “Los monstruos existen”. ¿Por qué no los vemos?
–Flaco querido, espero que nunca los veas, yo los vi, y te aseguro que no es buena experiencia. De todo se ve: muertos, zombies, golpes en las paredes que se pueden confundir con casualidades. Yo soy creyente y hasta supersticioso. Mirá, negro, yo cuando era muy chiquito era cristiano acérrimo, por mi cuenta, después sufrí un período de ateísmo de muchos años, y a partir de los 28 creí para siempre...
–¿Tiene que ver con algo que haya visto?
–Sí, pero no quiero hablar de eso, es muy traumático.
–¿Por qué sostiene que es conveniente que estas ideas participen de la educación de los niños?
–Soy partidario de contarles historias de terror; estoy en contra del tratamiento de la dulzura, del “somos todos buenos”. ¡Es mentira! Das vuelta a la esquina y te encontrás con un degenerado o un asesino serial. ¿Por qué contarles una mentira? A mí me escuchan niños muy chiquitos, de nueve años, que se asustan pero crecen. Es lo que me pasó a mí cuando tenía esa edad: estos cuentos me hicieron mucho bien.
–¿Dónde está el terror profundo?
–Desde chico me produce terror lo que tiene que ver con lo real. Nunca me asustaron Drácula o el Hombre Lobo. Pero me dejaba sin dormir ver una película de guerra como Sin novedad en el frente, ver el ejército alemán avanzando sobre los franceses, ver cómo se mataban. Eso es cagazo, viejo. La guerra. ¡Meses sin dormir!

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