ESPECTáCULOS
› “UN HIJO GENIAL”, CON JULIAN WEICH EN PANTALLA GRANDE
Al viejo estilo de “Grande Pa”
› Por Martín Pérez
El robo a un museo, un guacamayo faldero como testigo y un chico que decide jugar a ser Sherlock Holmes a los gritos. Ah, y lo más importante: Papá no le dedica tiempo a su hijo porque trabaja demasiado. De esto se trata Un hijo genial, otro descarado ejemplo de lo peor del cine industrial argentino, que no parecer sentir la más mínima vergüenza de presentar productos vacíos, sin la más mínima pretensión de originalidad o siquiera autenticidad. Pura cáscara sin sustancia, el primer protagónico de Julián Weich es una película que, para empezar, parece no cuidarlo demasiado, no sólo presentándolo como un gritón antipático, incapaz de hacer algo parecido siquiera a interpretar a un padre sin tiempo para su hijo, sino que incluso aparece más petiso –por inevitable comparación con sus co-protagonistas– de lo que nunca apareció en televisión.
Juntando animales, chicos y padres que parecen más falsos cuanto más pretenden ser sinceros, nadie actúa en Un hijo genial sino que todos relatan. Papá Weich se encarga de la seguridad de un museo que está ubicado justo enfrente de la casa de su ex mujer, donde vive su hijo junto a un perro y un guacamayo que será el único testigo del robo nocturno del museo, acción en la que los cacos se llevarán un cuadro poblado por... ¡guacamayos! Esto recién empieza, pero la muestra alcanza para graficar la dosis de confusión que carga desde sus primeros minutos una película cuyas aventuras adolescentes son tan confusas que terminan siendo aburridas. Y cuya preocupación principal –que papá-no-le-dedica-tiempo-a-su-hijo-porque-trabaja-demasiado– aparece tan hueca como los inverosímiles intríngulis de una trama que por momentos apenas parece una excusa para toda clase de publicidad encubierta.
Una cosa queda bien en claro: en el cine, Telefé atrasa. Pero no con el mundo, apenas con su pantalla. Después de un año en el que los mejores ejemplos tanto de la narración clásica (Los simuladores) como de la bizarrez más atrevida (Resistiré) le dieron una indudable preponderancia a la hora de la ficción en la pantalla chica, sus producciones cinematográficas recuerdan más la época de Grande Pa y similares. Sin poder aprender lo que es eso de respetar el producto final y hacerlo propio –como lo hicieron Szifrón y Echarri con sus trabajos–, el año cinematográfico de Telefé primero se cargó artísticamente a Bandana, un éxito blindado que era difícil hacer aburrido, pero lo lograron. Ahora doblan la apuesta estrenando una película vacía, que parece filmada como si realmente no le hubiese importado a nadie, pero que no tiene ni siquiera un éxito televisivo en el que apoyarse. Eso sí: se estrena mañana domingo, supuestamente para acompañar el lanzamiento del Día del Cine. ¿Y si se preocupasen por hacer buenas películas?