Mar 23.12.2003

ESPECTáCULOS

“Antes de entenderlo, me había convertido en cantante de ópera”

Hernán Iturralde fue, en 2003, la revelación masculina del Teatro Colón. En 2004 será Papageno en la apertura de temporada.

› Por Diego Fischerman

En varias óperas hizo papeles secundarios. La pregunta del público era siempre la misma: “¿Quién es ése?” Recién llegaba de Alemania, donde había sido parte del elenco del teatro de ópera de Stuttgart. Fue uno de los que más estuvo en el escenario del Colón este año y fue, también, una de las revelaciones indiscutidas. El barítono Hernán Iturralde, que deslumbró como La Muerte en El emperador de Atlántida de Viktor Ullmann (estrenada por la Opera de Cámara del Colón), será Papageno en La flauta mágica de Mozart, en el inicio de la temporada del año próximo. Y las dos preguntas más obvias, en este caso tienen respuestas originales.
A la primera, por qué se fue, contesta diciendo que porque no le gustaba cómo se enseñaba canto en este país y porque tenía la oportunidad de estudiar afuera: “Aldo Baldin había venido a dar una master class y cuando me escuchó me ofreció ir a Europa a estudiar con él. La decisión me costó tres segundos”. Y, también, “por una especie de psicosis recurrente en este país, que tiene que ver con querer irse”. A la segunda, por qué volvió, responde contando cómo se cuenta un chiste en Alemania. “En Buenos Aires, parte de la gracia es saltearse partes; allá, si uno hace eso, la gente se queda mirando sin entender nada. Hay que ir paso por paso, lo que para nosotros no es nada gracioso, es claro. Ese es apenas uno de los ejemplos. Yo hablo bien el alemán y estaba absolutamente integrado. Pero hay un punto en que se nota que uno no tiene una historia en común con los amigos. Siempre se es extranjero.”
Iturralde no había empezado con el canto sino con el violín, cuando era muy chico, y luego la percusión. La dificultad para estudiar sin atormentar a quienes lo rodeaban lo hizo cambiar de rumbo. Cantaba en el coro del Conservatorio de La Lucila. Y empezó a tomar clases de canto. “Me resultaba fácil y, como siempre fui muy vago, me resultó mejor que la universidad, donde estudiaba matemática. Un día llegué tarde a la facultad, como casi siempre, miré a mi alrededor a ver qué gente era la que estaba allí y me di cuenta de que no tenían nada que ver conmigo. Así que me levanté, me fui y no volví nunca más.” Entonces llegaron sus clases en el Instituto del Colón (“que no me resultó nada satisfactorio”) y su posibilidad de viajar. De golpe, casi sin haber soñado con ser cantante, empezó a trabajar en Europa dentro del ambiente de la ópera: “Era un mundo un poco idealizado por mí. Y tenía una voracidad increíble por saberlo todo; por conocer todas las óperas, por saber cuáles me gustaban y cuáles no. Baldin era un tipo muy estricto. El decía ‘conmigo vas a estudiar tres semestres y después tenés que trabajar’. Y lo cumplía a rajatabla. A los tres semestres, organizó una audición a la que invitó a agentes y a una de las personas que estaba allí le gusté, me consiguió audiciones en teatros y antes de que entendiera demasiado lo que estaba pasando me había convertido en un cantante de ópera”.
En 1992 empezó a trabajar en el Teatro de Giessen, y al poco tiempo en Leipzig. “Por un lado estaba fascinado con trabajar en eso que anhelaba. Por otro, la producción en serie, la rutina, me hizo ver que, si bien me gusta mucho el hecho de pararme en el escenario y cantar, hay muchas cosas relacionadas con la ópera que no me gustan tanto. No me gusta ensayar con régisseurs mediocres durante semanas, no me gusta que no sepan qué es lo que quieren y que uno termine siempre resolviendo el personaje por las suyas, buscando alguna faceta de uno mismo que se le acerque, para suplir las falencias de los directores de escena. De todas maneras, de vez en cuando, cada tres o cuatro o cinco años, aparece un tipo que hace que uno piense ‘ah, para esto yo quería hacer ópera’. Pero como eso, a pesar de ser reconfortante, es algo tan aislado, empecé a hacer el cálculo de que estaba postergando demasiadas cosas por conseguirlo.” En Leipzig, además, “había un montón de intrigas palaciegas y eso a mí me pudre”, cuenta Iturralde a Página/12. Y de ahí se fue a Stuttgart, “a un teatro que apuesta muchísimo a todo lo que sea moderno, tanto a nivel escénico como de repertorio (es el único que ha incluido en sus temporadas todas lasóperas de Luigi Nono)”. Ahí, explica, llegó “a una posición en la que, si bien con mi trabajo nos respetamos mutuamente, hubo una especie de objetividad, distancia o desenamoramiento. Hacía el trabajo lo mejor que podía pero, una vez cumplido, mi relación con él era igual a cero”. Y entonces aparece la idea de la vuelta. “O seguía con esa vida, lo que desde cierto punto de vista era cómodo, porque además me permitía trabajar en otros teatros europeos, o cambiaba. Y, realmente, decidí que no quería vivir en un hotel, con mis cosas en una valija. Para que yo quiera hacer eso tiene que haber algo que me atraiga mucho: un muy buen régisseur, un director musical que me pueda enseñar, un título que me seduzca en serio.”

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