ESPECTáCULOS
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Artilugios y recetas para ser un objeto sexual
Los hay de diferentes estilos, pero los objetos sexuales mediáticos, sean chicos o chicas, hacen su apuesta y esperan que les rinda. Mantener ardiente al auditorio, sea éste el de Luciana Salazar o el de Emmanuel Horvilleur, tiene sus secretos. La opinión de los expertos.
› Por Julián Gorodischer
Se estira el escote y le quedan las tetas al aire. Después, cumple con el requisito de todo “objeto sexual”: pasar por desentendida. Una que todo el tiempo parece ligeramente extraviada, una que se pregunta sobre el secreto de su éxito: “Yo no sé, no sé –dirá Luciana Salazar– qué es lo que atrae de mí”. ¿Será tal vez la faena de cuidados personales, esa rutina de untado de ácidos sobre la piel para que le quede más brillante? El objeto sexual no oculta su construcción: horas de gym y cosmiatra. Ella podrá hacerse la bebota, pero para ser una “bomba” debe cumplir con la condición fundamental: que no haya duda en el minuto en el que muestra sus tetas a toda América latina. Su deseo se expresa con certeza. El resto es, apenas, conocer de memoria el protocolo del ratoneo: el talento natural para insertarse en los moldes de la seducción. “Yo soy la bebota –dice– pero crecidita, más pulposa, más desinhibida, una mina espectacular con inocencia, una mezcla de mujer y niña.”
La siemprejoven
La que calienta, en la tele, es una cara frecuentada por el botox y el bisturí; es el modelo de la siemprejoven para la de 25 o la de 60. La veterana sexy podrá confesar la edad pero no acreditarla con arrugas. “Me gusta que la gente se parezca a sí misma, como Michelle Pfeiffer o Madonna –dice Débora Arditti, introductora de la toxina botulínica en la Argentina–. Lo contrario es ver a esas chicas preciosas que no pueden modular, una cosa grotesca, una dismorfia...” En el exceso –parece– hay sensualidad, y para la tele siempre será mejor un labio recargado de colágeno, una boca en el límite de la atrofia que “ese pecado mortal”: el signo de vejez.
El que calienta es un cuerpo turgente, endurecido, planchado, y no importa que se exalte el artificio o se resalte la obviedad del rasgo hecho a medida. “Cada vez piden prótesis más grandes –dice la cirujana plástica Anastasia Chomyszyn–. Antes la que se ponía 150 centímetros cúbicos era una descocada; ahora el mínimo es de 300.” El tipo Baywatch cautiva a multitudes en un regreso de las curvas que consagra, claro, la virtud de Luciana Salazar. Ella dirá, sin embargo, que el tamaño es lo de menos. “Hay que sostenerlo con carisma. No soy solamente un cuerpo lindo.”
Chico pin up
Emmanuel Horvilleur quiebra la cintura, deja ver el bulto detrás de la sunga o saca cola en una foto como de almanaque gay. Así ilustra su disco Música y Delirio. Leticia Brédice acompaña la tendencia más extrema para seducir: en una foto reciente posa con dos dedos en el culo. Para vender sensualidad, dicta este manual, poco tiene que ver la sutileza de una mirada a fuera de campo o un bretel caído. Lo que importa es enaltecer una consigna: mostrar, mostrar... El excedido traspone el límite de la corrección, avalado por las locuelas asociadas a “lo joven” en la era reality: improvisar un strip-tease, bajarse el pantalón, sacar músculo.
“Yo no quiero pasarme al otro lado –se diferencia el fotógrafo José Cicala, de Uomo, en Fashion TV–. Ni generar rechazo, ni provocar asco con actitudes procaces. Lo que ratonea es parar un minuto antes del final de la historia, no llegar a ver a la actriz metiéndose el dedo...” En cualquier caso, él define el límite como un eslógan: que no sea necesario sacar al hijo de enfrente del televisor. El “excedido”, en cambio, cotiza cada vez más alto y se sale de las leyes de una moral sexual. Tal vez en esa afectación podría encontrarse la fórmula de esta última pegada. “La seducción formateada de Emmanuel –explica el especialista en tendencias Nicolás Artusi– está en ese límite impreciso con lo gay, ese quiebre de cintura, esa pose de chica pin up...”
Arañas pollito
Las chicas sexies de 2003 respetaron la tipología clásica del “minón”: la comehombres o la bebota, alternadas para levantarse el multitarget. Rosario (Romina Ricci, en Resistiré) acudió a todos los mitos de la desaforada: secretaria ascendente, ambiciosa, impune y, sobre todo, “la otra”. Si Celeste Cid se reservó la trama sentimental (la búsqueda del amor verdadero), la Ricci asumió la veta mundana en una performance que podría ser, por qué no, un manual de cómo calentar. “Rosario fue de frente –dice Marcelo Camaño, uno de sus guionistas–, dijo lo que pensaba, se movió con certezas.”
Como si no hubiera margen para innovar, o como si nada equiparara la fuerza del lugar común, la Salazar encajó en el mismo rol de araña pollito, ideal para la fantasía del hombre común. Y logró el milagro: pasar del bolo en Poné a Francella (su actuación más destacada) a un futuro coprotagónico en la trama de Los Roldán, la tira de Ideas del Sur que reemplazará a Costumbres Argentinas en 2004. “Voy a tener algo con el personaje de Miguel Angel Rodríguez –desliza–, me divierte, es algo atípico para la tele: mostrar el romance entre un tipo más grande con una chica joven.”
Los otros
Como punto de fuga al modelo tradicional, el “alternativo” seduce con lo que no se espera: una fellatio de la veterana (Tina Serrano) o una violación del anciano a la travesti (Mariana Aria en Disputas) o, por qué no, la panza blandita de los cumbieros en Pasión tropical. Lo que vende, entonces, es el desnudo o la relación sexual, pero no atléticos ni sexies sino poseedores de otro valor agregado: la norma rota. “En la calle hay mucho morbo con la travesti –dice Mariana Aria–. Un 98 por ciento de los tipos estuvo o fantaseó con una. Pero la mayoría son tapados, y de última está bien: cada cual es dueño de su privacidad.”
Pero eso sí: la veterana, el rollizo y la travesti deberán respetar la regla uno de la seducción: estar a la moda. “El corte de mujer no debería ser ni lacio ni llovido –dice el peluquero de estrellas Ariel Legerini, de Nuevo Club Buenos Aires–, con mechas largas y cortas intercaladas. El del hombre: rapadito en los costados y suelto arriba. Sensualidad es tener elegancia en la discoteca o la multinacional.” El dúo pop Gamberro, salido de Escalera a la fama, se peina exactamente igual al cumbiero sexy “El Negro”, de Macumbia. Y el peinado de Tina Serrano, a los cincuentipico, no varía del de la lolita rubia de Rebelde Way. Con ser “distintos” no alcanza.
Carne
El cuerpo sexy es de rutinas productivas, menos parecido al echado del Gran Hermano que al hiperquinético de Expedición Robinson. Sensualidad, para la TV, poco tiene que ver con los placeres de la carne, con el erotismo de la vida disipada. Es, más bien, el resultado de un profundo sacrificio. “No les importa tanto la condición física –dice la deportóloga Natalia Ratusnu– pero sí la búsqueda desesperada del descenso de peso. A veces se percibe un cuerpo irreal.” Pero un minuto antes de la patología, los cuerpos de la tele se entrenan con Catherine Fulop en Fox Sports, siempre con el “air” inexperto que promueve la identificación. “Cathy”, eso sí, casi siempre se equivoca de pesita.
Verónica Lercari, alias “la teti”, presenta en Plus Satelital su extrañísimo método Verler: hace gimnasia junto a una calavera. Ella dicta el ejercicio y lo señala en el huesito, como para agregar algún encanto extra, ¿o qué? Verónica se ejercita con el muerto detrás. Y Tamara Di Tella, la del spa, prefiere el modelo importador: trae a la Argentina el costoso tratamiento Pilates, para estar como Jennifer Anniston o Brad Pitt en un par de meses. Para consolar, Natalia Ratusnu se aferra a la doctrina del “quiérase como usted es” y aconseja relajarse por un rato: “Duden de los perfectos –dice–, el cuerpo de una modelo casi no tiene masa muscular, y eso no es un buen estado de salud”. Repitan: me quiero como soy, amo mi exceso de peso...
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