Vie 26.12.2003

ESPECTáCULOS

“Santaolalla potencia el sonido, no hace magia”

Arbol presentará hoy en El Teatro Chapusongs, un disco que tuvo la mala suerte de salir en la debacle 2001, pero pudo resistir la prueba del tiempo.

› Por Pablo Plotkin

En el rock argentino, la idea de dar el gran salto fue reemplazada por una figura más deportiva y laboriosa: el paso a paso. A diferencia de la dinámica pirotécnica de la industria anglosajona –basada en explosiones e implosiones más o menos repentinas–, el rock argentino impone el rigor de la constancia, las giras traumáticas y el ascenso gradual. La consagración popular se construye, y puede llegar (o no) al cabo de diez o quince años de existencia. Arbol surgió en Haedo hace poco menos de una década. En 1996 editó una producción independiente (Jardín frenético) que llamó la atención de Gustavo Santaolalla, quien desde entonces les produjo dos discos suculentos: Arbol y Chapusongs. Editado en pleno derrumbe del gobierno de De la Rúa, Chapusongs detonó en 2003, a la par de la reactivación industrial del rock local. “Por suerte nos tocó en un buen momento interno”, dice Eduardo Schmidt, cantante y violinista. “Estamos más curtidos, sin tanta ansiedad por que pase algo.”
Para cuatro de los cinco Arbol (Pablo Romero, el cantante, suele evitar las entrevistas), la apertura que se dio este año fue a la vez “mental y material”. La devaluación del peso limitó la llegada de bandas extranjeras y eso produjo un efecto doble: más grupos locales empezaron a convocar más y el negocio recuperó el ánimo comunitario (sintetizado en los festivales Cosquín y Quilmes Rock). En ese contexto, Arbol es una especie de enlace entre el power latino y la sensibilidad pop. En su show de esta noche en El Teatro, la banda contará con las participaciones de Ale y Juliana, cantantes de Miranda!, y Los Balbis, que habitualmente cantan con Bersuit Vergarabat (otra banda protegida de Santaolalla).
El éxito público de Chapusongs se dio a casi cinco años del comienzo de su concepción. De modo que, en este momento, la banda piensa más en su cuarto disco, para el que ya tienen cincuenta canciones demeadas. “Estamos ampliando el laboratorio”, dice Schmidt. “Incursionamos en algunos estilos nuevos, como una cumbia villera con machaque (Chica anoréxica), que habla de una chica que se come un ‘alto chicle dietético’. En algunas letras aparece lo social, en otras trabajamos mucho la ironía, casi al estilo Leo Maslíah. Abordamos la realidad desde la ingenuidad, en muchos casos. Son temas muy densos, pero tratados con una especie de esperanza. También hay algo de electrónica. Lo acústico se potencia y aparecen trompetas tocadas de manera rara, en clave folklórica.”
La descripción ayuda a entender la plasticidad de la banda, esa combustión de rock y música regional que sedujo a Santaolalla. “En general a él no le gusta que hablen de un sonido Santaolalla, porque busca artistas con personalidad”, aseguran los músicos. “Eso habrá encontrado en nosotros: un grupo de adolescentes locos que tocaban hardcore con violín, flauta traversa y charango. Por eso en su momento nos comparó con Café Tacuba: no porque fuéramos estilísticamente iguales, sino porque los dos teníamos personalidad.”
Se habló mucho de la manera en que Santaolalla modula el sonido de las bandas que produce, pero los Arbol dicen que el dueño del sello Surco “se guía por lo que necesitan las canciones”. “No tiene dogmas, ni recetas, y no se mete en la composición”, precisa el guitarrista Hernán Bruckner. “Es un tipo que deja que fluya la energía en el estudio, y después la lleva ahí arriba. Le molestaba que siempre lo compararan con el Rey Midas, eso de que todo lo que toca se convierte en oro. El tipo parte de la idea de que todo requiere mucho laburo, salir a tocar, tomarse las cosas en serio. Sólo potencia el sonido que ya trae el grupo. No hace magia.”

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