Mar 06.01.2004

ESPECTáCULOS  › EL AÑO EN EL AMPLIO RUBRO POPULAR CERRO CON TENDENCIA POSITIVA

Una temporada con el auténtico efecto tango

El aumento en la cantidad de shows y producciones discográficas marcó la tendencia de 2003. En lo artístico, una nueva camada tanguera pareció darle otro impulso al género, despojándose de ataduras y prejuicios. El folklore, en tanto, vivió una etapa de decantación, ya lejos del boom.

› Por Karina Micheletto

Más allá de que los números de la reactivación sean totalmente ciertos, mejorados o presentados como para que parezcan más grandes según las necesidades, la música popular argentina pareció reflejar ese “veranito” durante el año que pasó. Las nuevas propuestas, los shows en vivo, las producciones discográficas se multiplicaron saludablemente, aunque claro, algunos brillaron más que otros en la balanza de la calidad. De todos modos, la crisis nunca fue un impedimento para que en la Argentina siguieran surgiendo formaciones musicales, ni para que continuaran grabándose discos o buscando circuitos por donde poder mostrar y compartir la música que se hace. A veces, parece a propósito: los momentos de depresión económica, más que un impedimento, terminan funcionando como estímulos en un país de tercos.
El tango fue, quizás, el género que más se benefició con la creatividad de los nuevos intérpretes. Es cierto que tuvo un empujón importante con la moda tanguera en el mundo. Pero hay algo más profundo, que certifica lo que ya se sabía: el tango no renació, porque nunca se había muerto. Durante mucho tiempo, pareció imposible que los que llegaban al género se internaran en otro camino que no fuera el de Piazzolla. Un camino maravilloso, pero que se abre y se cierra en sí mismo. Hoy, pasado el envión con el que el tango resurgió por el lado del baile, una nueva generación, con el nivel de formación y especialización que exige el género, decidió ir a buscar a las raíces, se sumergió en ellas, y entonces pudo largarse a seguir adelante. Ya no estaban las grandes orquestas para nutrirlos de esa “mugre sagrada” de la que hablaba Troilo, pero aprovecharon lo que podían pasarles los grandes maestros –como Horacio Salgán, Ubaldo De Lío, Leopoldo Federico y José Libertella, entre otros–, se perfeccionaron en las distintas academias y escucharon todo el tango que pudieron escuchar.
Podría decirse que en el tango se está empezando a verificar el “boom joven” con el que hace unos años se intentó etiquetar al folklore. Una nueva camada de intérpretes refrescó el género en el último tiempo, largándose también a hacer nuevos arreglos y hasta algunos intentos de composición. Este año, casi todos grabaron discos que dejan testimonio del momento creativo actual. Las orquestas El Arranque, Tango Vía, Vale Tango, Fernández Fierro, El Desquite, los pianistas Sonia Possetti y Nicolás Ledesma, el violinista Ramiro Gallo, el bandoneonista Pablo Mainetti, o los más orilleros, como La Chicana, 34 Puñaladas, Buenos Aires Negro o Bardos Cadeneros, por ejemplo. Una explosión creativa que no se ve acompañada en las letras. La Chicana, Buenos Aires Negro o algunos intérpretes como Juan Vattuone hacen tangos propios, pero son los menos. Hay algo que comentan extrañados los mismos músicos: en Buenos Aires, de viernes a domingos hay por lo menos tres shows en vivo superponiéndose en la cartelera tanguera, fuera de los espacios for export. Puede escucharse a Juanjo Domínguez, Julio Pane, Rubén Juárez (cuando viene de Carlos Paz, donde eligió seguir viviendo), Raúl Garello, Carlos Galván, Osvaldo “Marinero” Montes, Rodolfo Mederos, Néstor Marconi, entre muchos otros.
Los que siguieron el Festival Buenos Aires Tango y al primer Campeonato Mundial de Baile de Tango, en marzo pasado, tuvieron un buen panorama del estado actual del género en la música y la danza. Los que tengan los ochenta pesos que sale Tango en vivo, una colección de cinco CD recientemente editada por la radio La 2x4 y Epsa Music, tendrán un buen mapa musical grabado prolijamente. Durante todo 2003 se programó un ciclo de conciertos en la radio, entre los que se seleccionaron grabaciones divididas en volúmenes temáticos: instrumentales, compositores, cantantes y bailables. El resultado es una recomendable colección con temas de todas las épocas y estilos, que incluye clásicos y vanguardistas. El folklore parece atravesar una etapa diferente. Pasado y enterrado el ventarrón que se conoció como “explosión del folklore joven” –explosión más parecida a los fuegos de artificio, que demostró tener alcances limitados más allá de los intereses de discográficas y productores–, queda lo que dejó la tormenta. Lo que queda son propuestas que se consolidaron por fuera de la veloz carretera del marketing, por colectoras más lentas y modestas, pero también más auténticas. El Dúo Coplanacu, Raly Barrionuevo y Peteco Carabajal terminaron de certificar su vigencia y la fuerza de sus mensajes en el reciente espectáculo La Juntada, en el que encararon un repertorio conjunto con un sonido nuevo, diferente al de cada uno de sus grupos por separado. Liliana Herrero editó el bello Confesión del viento, empeñada en seguir explorando las formas del decir, en acercar nuevas interpretaciones a los legados musicales. Y hay una larga lista de intérpretes que siguen caminos personales dentro de la música popular argentina y latinoamericana: Laura Albarracín, María de los Angeles Ledesma, Claudio Sosa, Lorena Astudillo, Facundo Ramírez, entre tantos otros. El llamado folklore romántico demuestra resistencia con el paso de los años. Siempre liviano y monotemático, el nuevo subgénero se va volviendo cada vez más folklore meloso. A Los Nocheros les saltó el disco en un show ante cuarenta mil personas en Córdoba, evidenciando que hacían playback, pero siguen llenando cuanta plaza se les presenta.
El Festival de Cosquín, cada vez más empobrecido y endeudado, quizá sea un buen termómetro para medir lo que va quedando del “boom del folklore”. Mientras la plaza principal de Cosquín trata de recuperar algo del brillo perdido, las peñas que la rodean, sobre todo la de los Coplanacu, siguen resumiendo el espíritu que el festival mayor nunca termina de encarnar del todo. Igual que los encuentros y festivales más pequeños que se suceden en todo el país. En Buenos Aires, el Encuentro de Músicas de Provincias volvió a reunir a los nuevos buenos exponentes de cada región. El Festival Guitarras del Mundo, con Juan Falú a la cabeza, convocó a las cuerdas de todos los géneros. Y durante todo el año se hicieron homenajes a Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana, por los que pasaron músicos de todas las edades que admiran y recrean sus obras.
El festejo del Día de la Independencia reunió a algunos de los principales creadores de la música popular argentina en la Plaza de Mayo, como León Gieco, Víctor Heredia y Juan Carlos Baglietto. Gieco y Heredia culminaron el ciclo Argentina quiere cantar, junto a Mercedes Sosa, que debieron suspender el año pasado por problemas de salud de la tucumana. Del proyecto quedó registrado un disco. Más allá de este encuentro, Gieco editó El vivo de León y Heredia, Fénix. Pero, además, los cantautores impulsaron junto a otros músicos –Silvio Rodríguez entre ellos– el proyecto Canciones con Santa Fe, un CD a beneficio del Hospital de Niños de la ciudad, que quedó bajo el agua tras las inundaciones. Y Mercedes Sosa protagonizó un encuentro cumbre en el Colón junto a Martha Argerich. La devaluación marcó el ritmo de las visitas extranjeras. Vinieron pocos de afuera, y algunos de esos pocos fueron proyectos sostenidos en parte o totalmente por organismos estatales. El cubano Chucho Valdez, por ejemplo, sumó a su recital en un teatro comercial dos presentaciones en el Colón, una junto a la Filarmónica de Buenos Aires. Las “Noches Brasileñas” programadas en el IV Festival Internacional de Buenos Aires trajeron a legendarias figuras como Tom Zé, Elza Soares y los paulistas Na Ozetti, Miguel Ze Wisnik y Luiz Tatit. Sí vinieron muchos argentinos radicados afuera: el acordeonista Raúl Barboza llegó para presentar su disco Cherógape y asistir al estreno de un documental que lo sigue por París, Corrientes y Buenos Aires: Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar. También llegaron el guitarrista Luis Borda, desde Alemania, los hermanos Rudi y Niní Flores, que vienen todos los años, Tata Cedrón, que sólo dio un par de pequeños conciertos íntimos, entre otros. Entre otras delicias que nos dejó el 2003, cabe resaltar algunos reposicionamientos. Soledad larga el revoleo de ponchos y perfecciona su técnica vocal, ya repuesta de la mala elección latinizada por la que la llevó Emilio Stefan. Después de cantar para el Papa y de llenar el estadio de River, Diego Torres deja de sonar en todas las radios como una gota china pidiendo que la gente se pinte la cara color esperanza, quizá porque ya se le hizo caso. La cumbia villera deja de ser tematizada como fenómeno urbano, y pasa a formar parte del paisaje. Y, de repente, Cacho Castaña se vuelve cool. El año anterior el morocho tenía que suspender teatros por falta de venta de entradas. En 2003 tuvo shows en seguidilla. Debe reconocerse, más allá de todo, su mérito como compositor de algunos tangos. Que quede claro: cool o no cool, Café La Humedad sigue siendo un tangazo, aunque Sofovich lo use de cortina.

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