ESPECTáCULOS
› RETROSPECTIVA DE MIKIO NARUSE, EN LA SALA LUGONES
Para descubrir a un maestro
Serán siete films de un director desconocido en Argentina y considerado equivalente a Akira Kurosawa, Ozu y Kenji Mizoguchi.
“Hay que correr detrás del primer Naruse que se ponga a nuestro alcance –escribió el crítico español Miguel Marías– porque es uno de esos cineastas que cambian nuestra idea del cine.” De eso se trata, de correr detrás no sólo de uno, sino de siete films del gran director japonés Mikio Naruse. El Complejo Teatral de Buenos Aires y la Cinemateca Argentina, con auspicio y colaboración del Centro Cultural e Informativo de la Embajada del Japón, organizaron el ciclo Mikio Naruse: descubrir a un maestro, que se llevará a cabo a partir de hoy y hasta el próximo viernes 16, en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Avda. Corrientes 1530). La muestra estará integrada por siete films inéditos en Argentina, en copias enviadas especialmente por The Japan Foundation, Tokio.
Desconocido por completo hasta ahora en nuestro país, Mikio Naruse (1905-1969) es, sin embargo, uno de los realizadores más importantes de toda la historia del cine japonés, y su nombre sólo encuentra parangón junto con los de maestros de la talla de Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi y Yasujiro Ozu. “Mis experiencias como ayudante de otros directores han sido escasas –escribió precisamente Kurosawa– pero entre éstas la que más me impresionó fue el método de trabajo de Naruse. Tenía algo que es el don de los expertos. El método de Naruse consiste en colocar un breve plano tras otro, pero cuando los vemos empalmados en la película dan la impresión de formar una sola toma larga. El flujo es tan majestuoso que los empalmes son invisibles. Este flujo de planos cortos, que a primera vista parece plácido y convencional, luego se revela como un río profundo con una superficie tranquila, que disimula una rápida y turbulenta corriente subterránea. Su destreza en esto no tenía parangón.”
Naruse –una influencia determinante en cineastas orientales contemporáneos, como Edward Yang y Hou Hsiao-hsien– se inició como asistente de Heinosuke Gosho, en los estudios Shochiku, durante el período mudo, y tuvo sus primeros éxitos como director en la década del 30. Pero fue recién a partir de los años 50, en una serie de melodramas para la compañía Toho, que alcanzó su verdadera culminación. Autor de sutiles trasposiciones de la literatura de Fumiko Hayashi y Yasunari Kawabata, Naruse se convirtió también en el creador de varias de las más legendarias estrellas femeninas del cine japonés, las actrices Hideko Takamine, Isuzu Yamada y Setsuko Hara. Con ellas como estandarte, Naruse retrató el desmantelamiento de la familia patriarcal japonesa y el malestar conyugal, siempre desde el punto de vista de la mujer.
Mucho antes de la llegada del feminismo, Naruse trató temas particularmente sensibles para el público femenino, como el dilema entre permanecer fiel a la familia tradicional o tomar un rumbo independiente. A diferencia de las mujeres inmortalizadas por Ozu y Mizoguchi, que solían aceptar su condición con estoicismo, las mujeres de Naruse son también víctimas del mundo masculino, pero se rebelan contra el sistema que las oprime y prefieren un camino solitario antes que resignar su libertad. Para el crítico francés Jean Douchet, “Naruse proponía algo que es preciso calificar como moderno y que justifica la admiración que se le tributa en nuestros días. Fue moderno por su extremada atención a los movimientos y pulsaciones más ínfimos de la vida. Su cámara se adhiere a cada instante del presente de sus personajes”. En palabras de la especialista estadounidense Audie E. Bock (la primera en organizar una retrospectiva de Naruse en Occidente), “la cultura japonesa tiene una alta valoración de la comunicación no verbal y Naruse es el director que mejor supo expresar esta preferencia cultural con la técnica del cine. En una película de Naruse, el momento en el que los sentimientos de un personaje hacia otro cambian de forma dramática viene expresado a menudo sin palabras, a través de minúsculas desviaciones de la mirada o del gesto más pequeño y sutil”.
El ciclo comienza hoy con Maquillajes de Ginza (1951), la historia de un grupo de camareras de un bar del distrito de Ginza, en el centro de Tokio.“Quise contar la vida de estas mujeres sin caer en el sentimentalismo”, señaló Naruse. Mañana se exhibe Vida de casado (1951), sobre una novela de Fumiko Hayashi, escritora que formó parte esencial del mundo de Naruse, en este caso con el relato de una esposa que se replantea su matrimonio. El domingo va El relámpago (1952), otra adaptación de Hayashi, sobre una joven que abandona la casa familiar para conocer el mundo exterior.
La muestra sigue el martes 13 con La voz de la montaña (1954), basado en una novela del Nobel Yasunari Kawabata. “Siempre fue una de mis películas favoritas”, declaró el propio Naruse, mientras que para el crítico Miguel Marías “La voz... me parece tan buena como las mejores películas de Mizoguchi, Ozu, Ford, Chaplin, Dreyer, Renoir o Hitchcock, comparable a las más grandes de la historia del cine”. El miércoles 14 va Crisantemos tardíos (1954), sobre una ex geisha que se dedica a prestar dinero a empresarias, muchas de las cuales son asimismo antiguas geishas. El 15 va A la deriva (1956), una mujer viuda que debe enfrentarse sola a la vida, y el viernes 16, Su camino solitario (1962), sobre la novela autobiográfica de Hayashi, que describe su juventud, cuando traba amistad con un grupo de intelectuales proletarios. Las funciones son a las 14.30, 18 y 21 horas.